Con Madrid no únicamente ocurre que sea un sitio muy de derechas, es que también resulta ser lugar muy proclive al novísimo capitalismo en su variante individualista y en extremo competitiva, el de matriz anglosajona, un rasgo de carácter colectivo para nada habitual en el resto del país, donde más bien tiende a imperar todo lo contrario en la mentalidad dominante. Los acusados rasgos diferenciales de la política allí, esa preeminencia casi insultante de su también muy diferente Partido Popular, no se explican sin reparar antes en ese perfil psicológico, el hoy tan extendido entre sus habitantes. Y de ahí, por cierto, la irónica paradoja de que Madrid, centro irradiador del españolismo más militante, se parezca cada vez menos a España. Históricamente, en la Península Ibérica solo había una ciudad que jugase de verdad en las grandes ligas: Barcelona. Pero las tornas del cosmopolitismo y la modernidad han cambiado a una velocidad de vértigo. Ahora mismo, ni siquiera Barcelona se ve capaz de aguantar el empuje madrileño.
Ando yo estos días leyendo –y subrayando– un libro importante, La tiranía del mérito, de Michael Sandel, una de cuyas tesis centrales me ha dado pie para escribir este artículo. Y es que se describe ahí el modo en que las convicciones meritocráticas, la idea de que el éxito vital es consecuencia en primera y principal instancia del esfuerzo y la responsabilidad individual, se fueron extendiendo entre los jóvenes norteamericanos más formados a partir de la década de los 80, hasta hacerse hegemónicas. Es lo que pasa ahora mismo en Madrid. Y gran parte de la explicación tiene que ver con su demografía tan especial. Ocurre que Madrid se ha convertido de un tiempo a esta parte en la gran aspiradora del talento español. En Madrid acaban el 39% de los nacionales que emigran dentro del país, muy selecto grupo formado por un 65% de titulados universitarios superiores. Madrid imanta a los jóvenes más cualificados académicamente del país al tiempo que expulsa, por sus precios inmobiliarios imposibles, a los que poseen menor nivel formativo. Madrid es ya una gran ciudad global, la única genuinamente global de España, que funciona con la lógica, a veces cruel, de las grandes ciudades globales. Y eso se refleja en las urnas. También en las urnas.