El inventor español de los cartuchos de caza sin plástico Enrique López-Pozas está marcando un antes y un después para el sector cinegético internacional. Más del 90% de su munición biodegradable ya se exporta a una veintena de países, en parte, debido a las fuertes restricciones por coronavirus que afectan a la caza en España. Y toda esa revolución tiene su origen en BioAmmo, una empresa bioquímica puntera ubicada un pequeño pueblo a veinte kilómetros de Segovia.
Esta historia comenzó un día en el que Enrique estaba practicando airsoft con unos amigos. El airsoft es un deporte de estrategia basado en la simulación militar donde se disparan armas de aire comprimido. Pero las cosas no le iban bien: "Me estaban breando, me quedé sin munición y empecé a coger bolitas del suelo para poder continuar con la partida. Y me puse a pensar cuánto tiempo llevaban esas bolitas de plástico allí y si no sería mejor que fuesen biodegradables."
Aquella pregunta se implantó en la cabeza de Enrique, de familia militar, criado en cuartes y muy vinculado a la caza. Y "una chispa que flota en el aire da forma a una idea magistral", explica Enrique, "así que dejé mi carrera como director general de una cadena de hoteles y me puse a estudiar como un loco ingeniería, procesos industriales de inyección y materiales biodegradables."
Comenzó un periplo de trece años en los que Enrique preparó las patentes de su munición, visitó todas las ferias internacionales para vender su idea y buscó financiación, "el trabajo más duro de todos". Consiguió el apoyo económico suficiente para construir BioAmmo, "una industria de biotecnología puntera a nivel mundial" y que se encuentra en pleno campo de trigales, en Santa María la Real de Nieva (Segovia). Entrenó a un equipo de 28 paisanos para enseñarles los procesos de fabricación de polímeros y, tras afinar los procesos, finalmente consiguieron crear el primer cartucho biodegradable del mundo.
La carcasa de plástico tradicional y la guata de plástico, la capa que separa el polvo de la granalla, se han reemplazado por un biopolímero vegetal. El metal es una aleación no tóxica de cobre y zinc diseñada para oxidarse y desaparecer. Los cartuchos no precisan reciclaje alguno y se degradan íntegramente en el plazo de entre 12 y 24 meses, dependiendo de las condiciones atmosféricas de humedad y temperatura.
Y el mundo se vino abajo...
Enrique realizó su primera venta en enero de 2020, unos días antes de que el coronavirus cambiase el mundo para siempre. "Fatídico año para sacar un proyecto adelante. Nos pilló la covid-19 en pleno lanzamiento, con toda la inversión hecha, sin poder salir de casa, con los mercados cerrados y la caza, en la ruina absoluta debido a las restricciones. Y si no se caza, no se venden cartuchos."
"En el resto del mundo ha habido más permisividad con la caza porque es una actividad al aire libre donde se guarda de sobra la distancia de seguridad. Nadie va pegando tiros a metro y medio de los compañeros", explica Enrique. "Eso nos permitió hacer una introducción en el mercado internacional bastante potente". El año pasado BioAmmo fabricó unos cinco millones de cartuchos y más del 90% se exportó fuera de España, principalmente a Estados Unidos, Canadá, Australia, Alemania, Holanda, Reino Unido, Noruega, Suecia y Sudáfrica.
Aunque los inicios fueron duros, el futuro es prometedor: "Este mes de enero ya hemos vendido más cartuchos que en todo el año pasado. Los países están concienciados con el fin del plástico, saben que estos cartuchos son el futuro de una caza sostenible y sólo nos queda crecer", explica Enrique.