"Madrid encabeza la lista de ciudades europeas con más mortalidad asociada a la contaminación". Así titulan las agencias de noticias un informe elaborado por el Instituto de Salud Global de Barcelona en el que se insiste en situar a la capital de España como una de las urbes del Viejo Continente con mayor número de muertes vinculadas a las emisiones de gases de efecto invernadero.
Numerosos periódicos se han lanzado a reproducir el cable compartido por las agencias, sin entrar al detalle del informe. Sin embargo, vale la pena entrar al fondo de la cuestión, puesto que es precisamente este tipo de informes los que precisamente emplean los activistas dedicados a cuestiones medioambientales para exigir que los políticos locales de la Villa y Corte aprueben medidas restrictivas que afectan directamente a empresas y familias.
El argumento estrella del estudio es que reducir las emisiones contaminantes registradas en Europa permitiría evitar hasta 52.000 muertes prematuras cada año. Aunque esta cifra puede resultar impactante, lo cierto es que apenas supone el 0,8% de la mortalidad total observada anualmente en el Viejo Continente (alrededor de 6,8 millones de defunciones).
Partiendo de esa base, ¿qué situación presenta Madrid? El informe sugiere que las emisiones contaminantes, y más específicamente las de óxido nitroso (N2O), provocan 2.380 fallecimientos anuales en la capital de España. Esto genera muertes prematuras por dolencias respiratorias (asma, EPOC…) o infecciones como las neumonías. El dato estimativo ofrecido por el informe se corresponde con el 8,5% de los fallecimientos que se producen anualmente en la capital (alrededor de 28.000).
Queda claro, por lo tanto, que la dimensión de este problema no es tan acusada como podría parecer de un primer vistazo, pero en cualquier caso es evidente que la reducción de la contaminación es una meta compartida por buena parte de los ciudadanos, de modo que vale la pena preguntarse cómo lo está haciendo Madrid en este campo. Al fin y al cabo, el estudio de marras solo nos da una foto fija y no nos dice cuál ha sido el comportamiento de las emisiones en la Villa y Corte durante las últimas décadas.
Así, si acudimos al inventario municipal de emisiones estudiamos la evolución de las emisiones de gases de efecto invernadero de 1990 y las comparamos con las de 2017 (último año con cifras disponibles), encontramos que la capital no solo no ha ido a peor, sino que presenta casi veinte puntos de caída en tal indicador.
Para ser precisos, el volumen total de emisiones ha bajado en 2.164 kilotoneladas equivalentes de CO2, pasando de 12.953 en 1990 a 10.789 en 2017. Si consideramos, no obstante, la evolución de la última década con datos disponibles (2007-2017), podemos ver que esta reducción es mucho más intensa: asciende a 5.290 kilotoneladas equivalentes de CO2 y supone una caída del 33%.
No obstante, en una gran capital como Madrid, la consecución de estos objetivos siempre está parcialmente condicionada por la llegada de más y más habitantes que buscan beneficiarse de su dinamismo económico. No en vano, desde el año 2000 vemos que el Instituto Nacional de Estadística certifica un aumento de población desde 2.882.860 hasta 3.334.730 personas. Por tanto, es importante ajustar los datos para medir las emisiones por habitante de gases de efecto invernadero. Este cálculo revela que, de 2000 a 2017, las emisiones medias han pasado de 5,3 a 3,4 toneladas de CO2 equivalente por habitante, lo que supone un desplome del 36%.
De igual manera, teniendo en cuenta que Madrid es un polo de actividad económica de máximo nivel, es vital tener en cuenta cómo evolucionan las emisiones por cada unidad de PIB producida, ya que esto nos ofrece una medida de la capacidad de la ciudad de hacer más con menos y moderar la contaminación asociada a la actividad socioeconómica. Este cálculo revela una mejora del 51% en los indicadores de contaminación para el periodo 2000-2017.
Teniendo en cuenta que el estudio centra el tiro en el óxido nitroso, vale la pena analizar cuál ha sido su comportamiento específico. Según los registros oficiales, las emisiones de dicho compuesto en Madrid han pasado de 256 a 178 kilotoneladas equivalentes de CO2, lo que se traduce en una caída del 31% en los datos para 2000-2017.
Por lo tanto, parece evidente que las cifras disponibles acreditan una clara mejoría en los indicadores de referencia. Esto vendría a poner en duda el tono pesimista con el que se tiende a evaluar el desempeño de Madrid en materia medioambiental, ya que los datos reales nos muestran una realidad muy alejada del discurso generalmente aceptado en esta materia.
Y precisamente eso es lo más revelador de todo. Si el informe parte de que una importante reducción en las emisiones podría reducir la mortalidad asociada a las enfermedades respiratorias, lo lógico es que la mejoría de los últimos años se hubiese traducido en un descenso de dicho tipo de decesos. Sin embargo, tanto la mortalidad total como las defunciones provocadas por enfermedades respiratorias se mantienen constantes en valores de 28.000 y 4.000 fallecimientos anuales, respectivamente. Por tanto, aunque ya se han dado fuertes caídas en las emisiones, no se produce el descenso esperado en las defunciones por causa de enfermedad respiratoria.