Boris Johnson inauguró 2020 con un mensaje en Twitter, el 2 de enero, en el que decía que iba a ser "un gran año para Gran Bretaña". Como vidente, el primer ministro británico no tiene precio.
Es verdad que no fue el único al que le pasó. Y no lo es menos que la gestión de la crisis de la covid-19 por parte de su Gobierno ha sido manifiestamente mejorable. Su país presenta algunos de los peores datos de Europa: de hecho, podría decirse que tanto en la economía como en el terreno sanitario, sólo España ha sufrido una debacle similar a la británica (todo apunta a que nosotros lo hemos hecho incluso peor, pero ese debate queda fuera de los objetivos de este artículo).
En realidad, Johnson estaba pensando, como casi todo el mundo en su país, en el Brexit. Iba a ser un año dominado por la negociación entre Londres y Bruselas. Nos íbamos a pasar doce meses hablando sobre los detalles, sobre Gibraltar, los erasmus, la frontera con Irlanda o los requisitos aduaneros. Porque es cierto que desde el 31 de enero de 2020, el Reino Unido no forma parte de la UE, pero no lo es menos que el Acuerdo de Retirada dejó muchos asuntos pendientes (y no eran temas menores).
Entonces llegó la covid-19 y el Brexit, un tema que monopolizó el debate público en Gran Bretaña durante años, pasó a mejor vida. Una ilustración de un humorista británico definía este verano perfectamente lo ocurrido. Aparece un tipo sentado en su sofá, leyendo un periódico lleno de noticias del coronavirus. Y le dice a su mujer: "Cariño, ¿no echas de menos esos días en los que estábamos hartos de las noticias sobre el Brexit?"
Sólo en los últimos quince días de 2020, a la vista de que se acercaba el fin del período transitorio y de que las posiciones estaban muy alejadas, volvió el Brexit a nuestras vidas. Al final, sin embargo, la sangre no llegó al río. El 24 de diciembre se alcanzó el acuerdo definitivo (o eso aseguran todas las partes) sobre la futura relación comercial. Lo tienen que ratificar los gobiernos de los estados miembros, pero no se esperan sorpresas por ese lado. Como siempre en estos casos, hay lecturas de todo tipo, desde los que se declaran encantados a los que anticipan problemas por aspectos mal definidos.
En España, el tono general en lo que respecta al Brexit es de pesimismo (queremos decir pesimismo hacia el Reino Unido, sobre el que al parecer caerán todo tipo de plagas bíblicas). Los periódicos madrileños muestran una mezcla de enfado y perplejidad. Y el 90% de los artículos publicados se mueven entre la recriminación ("Cómo pueden ser tan egoístas", "Cómo se atreven a dejar la UE") y la amenaza ("Ahora se van a enterar de lo que es bueno, les aislaremos"). De hecho, parece que a muchos les gustaría ver cómo el Reino Unido se hunde en el caos social y la recesión económica. Para apuntarse el tanto y poder ganarse esa satisfacción del "os lo dije" que en realidad no deja de ser una mezcla de rencor y espíritu vengativo. Un poco como esos periodistas que celebraban en redes sociales los malos datos de la covid-19 en Madrid en septiembre, como si unos muertos de más fueran un precio razonable a pagar si con eso se podía desgastar un poco a Ayuso. Por cierto, desear el mal a los británicos también demuestra muy poca confianza en el proyecto futuro de la UE: al final, escuchando a algunos de sus defensores, parece como si la Unión Europea sólo pudiera prosperar por miedo y no por su atractivo intrínseco.
Decíamos que el 90% y es porque se puede encontrar alguna columna en la que el anglófilo de turno tira de nostalgia. Y unos pocos nos recuerdan que no sólo el Reino Unido deja la UE... sino que la UE se queda sin el Reino Unido. Esto último es importante, en primer lugar, porque sigue siendo la segunda economía del continente. Pero también porque en el plano político Londrés siempre fue un contrapeso al eje París-Berlín en Bruselas. La UE, sin el Reino Unido, pierde una visión muy diferente a la franco-alemana: más liberal, menos intervencionista, más cercana a los EEUU, menos proclive a la plena integración política...
Pero, ¿posiciones a favor del Brexit en la prensa española? Como buscar una aguja en un pajar.
[Nota del redactor: este artículo no es en realidad una columna de opinión a favor o en contra del Brexit. Mi pronóstico es que el Brexit será bueno para el Reino Unido y malo para la UE, sobre todo para algunos países como España. Si se cumple este vaticinio, como anglófilo me alegraré por ellos. Como español, preferiría que siguieran en el club].
La otra cara
Sin embargo, el Brexit tiene otra cara: la del posible éxito. Nosotros no somos videntes, como Johnson. No tenemos ni idea de si la apuesta les saldrá bien a los británicos. Hay demasiadas variables en juego. Lo que sí sabemos es que si el resultado final es positivo, también será literalmente inexplicable.
Y decimos "literalmente inexplicable" porque no se ha dejado ni siquiera una rendija a esa posibilidad. Se ha sentenciado y condenado a los herejes que osaron decir "No" a la UE, uno de los dioses más intocables de esta era en la que menudean los temas sobre los que no se pueden discutir. Sería interesante que les saliera bien aunque sólo sea por observar las piruetas retóricas y las contorsiones argumentales que seguirían.
Pero incluso sin una bola de cristal, hay al menos cuatro cuestiones obvias, aunque al mismo tiempo invisibles en el debate público, que deberían pesar en el pronóstico:
1 - Por ahora, la cosa no es como la pintaron. El resultado final del Brexit se decidirá a largo plazo (ver punto 4), pero los pronósticos catastrofistas sobre las consecuencias inmediatas no se han cumplido. Lean ustedes lo que se dijo en 2016, tras el referéndum. El paisaje que se pintó fue de caos y descontrol absoluto: cientos de aviones que no despegaban porque no se podía volar de la UE a las islas, estantes vacíos en los supermercados británicos, miles de ingleses atrapados en su segunda residencia de Málaga sin permiso para volver a casa, fuga de empresas de un día para otro, bloqueo en las negociaciones UE-Reino Unido que terminaba en una ruptura traumática...
Y no, no exageramos. Las crónicas de lo que implicaría el Brexit a corto plazo hablaban de un escenario terrible (además, nos decían que era casi inevitable) y que tardaría años en arreglarse.
Ahora mismo, la realidad es muy diferente. Lo decimos con todas las cautelas del mundo, porque a lo mejor mañana el parlamento esloveno vota contra el acuerdo y nos vemos en una situación inesperada. O los importadores británicos descubren que las nuevas normas disparan sus costes más allá de lo razonable y se interrumpe el comercio transfronterizo.
Pero no lo parece. ¿Habrá situaciones complicadas? Por supuesto: desde cargamentos que se quedarán en tierra de nadie porque les falta un papel a algún viajero que no pueda cruzar la aduana porque se le olvidó algún requisito, pasando por el fichaje de algún futbolista que se frustra porque incumple algún punto del acuerdo. Habrá muchos de estos casos y generarán titulares curiosos y fotos llamativas. Durante meses todos tendremos que ajustarnos a la nueva situación y las relaciones comerciales se verán entorpecidas por miles de nuevos procedimientos, molestos y caros. Pero el caos que algunos vaticinaron no se ha producido. Se ha llegado a un acuerdo y, salvo sorpresa, nadie espera problemas insuperables en su aplicación.
Porque, además, incluso si hubiera unas semanas de confusión y desbarajuste, con desabastecimiento y ruptura de las cadenas de suministro, tampoco eso implicaría que dentro de diez años Gran Bretaña esté en la ruina. Es mala idea sacar conclusiones a medio plazo por una foto de un paso fronterizo colapsado (o al revés, pensar que todo saldrá bien porque no haya problemas estos días).
Y un apunte: las fotos de las últimas semanas, de camiones en la frontera anglo-francesa, tenían más que ver con el coronavirus que con el Brexit.
2- El coronavirus no es el Brexit: que Johnson haya sido un incompetente en la gestión de la crisis de la covid-19 no implica que su país esté condenado. En los últimos meses hemos leído muchas crónicas sobre el desastre de los confinamientos, el crecimiento de los contagios o el desplome de la economía británica. Por si les faltaba algo, ya tienen hasta una cepa propia que parece que ha disparado los casos. Y los expertos prevén que la recesión en el Reino Unido será una de las más duras del mundo.
No es el mejor escenario posible para el Brexit. Lo que ya era una situación complicada (cambiar las relaciones económicas-políticas-jurídicas que han regido durante cuatro décadas) se vuelve todavía más difícil. Por eso, es más importante lo apuntado en el primer apartado sobre la relativa normalidad de estos primeros días post-Brexit incluso con covid-19.
Pero ni el resultado final dependerá del coronavirus ni las carencias del Gobierno británico en este punto tienen por qué trasladarse a la gestión de la economía o el futuro del país tras el Brexit.
3 Estamos a 3 de enero... un poco de paciencia. Uno de los temas que más noticias ha generado estos días ha sido el de los erasmus. El programa se ha quedado fuera del acuerdo. Parece ser que Irlanda del Norte sí seguirá en el mismo y que Escocia quiere subvencionar a sus estudiantes para que pasen un curso fuera de su lugar de residencia.
Este caso es interesante por muchas razones. Entre ellas, que el programa Erasmus no está cerrado a países de fuera de la UE: Noruega, Islandia, Turquía o Serbia participan con condiciones muy parecidas a las de los países comunitarios. Y hay acuerdos de colaboración con decenas de otros países de todo el mundo. ¿Cuál será el encaje final del Reino Unido en el programa? No lo sabemos. Dependerá de cientos de variables: desde quién gane las próximas elecciones a la presión que sean capaces de generar las organizaciones de universitarios británicos. A primera vista, lo normal es que termine en una posición como la de Noruega (integrado al 100% en el programa) o la de Suiza (hay programas de intercambio, aunque no forma parte de la red Erasmus como miembro de pleno derecho). ¿Cuál será la solución definitiva? Pues ya se verá.
Y esto es sólo un ejemplo. Lo mismo que decimos del Erasmus se puede aplicar a cientos de cuestiones diferentes. De hecho, probablemente muchas de ellas ni siquiera se han planteado porque a nadie se le ha ocurrido. Pero lo que está claro es que las relaciones comerciales-jurídicas de la UE y el Reino Unido evolucionarán y de que las dos partes tienen intereses comunes. Noruega o Suiza, los dos ejemplos más queridos por los partidarios del Brexit, han ido conformando sus relaciones con la UE a lo largo de los años, con cientos de pactos sobre una infinidad de materias; lo normal es que ocurra lo mismo con los británicos. Han pasado tres días y el acuerdo se firmó el 24 de diciembre, tras unos días de muchísimo estrés en Bruselas. Démonos todos un poco de margen para saber qué pasará con los erasmus.
4- La pregunta sin respuesta. ¿Les saldrá bien a los británicos la apuesta por el Brexit?
A esto no tenemos una respuesta. Para empezar, lo obvio en el lado negativo: las relaciones comerciales con sus principales clientes y proveedores se complican y encarecen. La prensa económica habla de un sobrecoste de hasta 7.000 millones de euros sólo por el nuevo papeleo y las trabas burocráticas.
¿A cambio? Promesas sin nada concreto detrás. Es verdad que el país podrá firmar acuerdos comerciales con grandes países de fuera de la UE: hablamos de EEUU, por supuesto, pero también de miembros de la Commonwealth (Canadá, Australia, Nueva Zelanda...) y de los asiáticos (China, Corea, Japón...). El argumento pro-Brexit es que negociar con estos países será más sencillo en solitario que en el bloque comunitario, en el que las exigencias de los otros 27 pueden paralizar el acuerdo.
La teoría está muy bien, pero igualmente habrá que negociar y alcanzar un pacto. Muchos comentaristas británicos dan por hecho que ése será el camino, pero no tiene por qué ser así. De nuevo, dependerá de numerosos factores y uno de los más importantes será el electoral: no está claro quién sucederá a Johnson en Downing Street.
Del mismo modo, está por ver si la salida de la UE estimula la economía: como decimos, por una parte se encarecen las relaciones comerciales; por la otra, las empresas británicas se librarán de muchas de las regulaciones (muy cuestionables) del mercado comunitario. ¿Saldo final? Imposible saberlo.
Y, por supuesto, está la cuestión escocesa: los independentistas usarán el Brexit para forzar un nuevo referéndum.
Para saber si pesan más los factores positivos o negativos habrá que esperar diez años. Aunque en realidad, lo normal es que ocurra lo mismo que con otros debates: partidarios y detractores dirán que ellos tenían razón pase lo que pase. Y arrimarán el ascua estadística a su sardina argumental.
Nosotros hacemos una apuesta con un indicador objetivo: crecimiento económico per cápita de 2022 a 2035 de Reino Unido vs media de Francia-Alemania-Italia-España (quitamos 2021 porque los efectos de la crisis de la covid-19 pueden desvirtuar los resultados). Si la cifra británica es más alta, diremos que el Brexit les salió bien; si los grandes países de la UE lo hacen mejor que ellos, aceptaremos que fue un error. Incluso así, asumimos que es un esquema reduccionista, porque el Brexit y la relación con la UE tienen muchas más derivadas que las económicas. Pero que nadie nos diga que no nos mojamos: mi apuesta es que ganan los británicos. En catorce años, hablamos y, si toca, reconoceré mi error. Eso sí, los que hace cuatro años pronosticaron el infierno del día siguiente a la salida de la UE podrían ir haciendo lo mismo...