Las cien personas más ricas del mundo tienen un Ferrari (o un Rolls, o un Lamborghini... no nos cerremos en una marca, porque seguro que los megamillonarios tienen gustos diversos).
Por lo tanto, si usted quiere estar en ese reducido club, lo primero que debe hacer es acudir a Maranello a encargar el suyo, ¿no?
En economía el orden de los factores sí importa. En la micro y en la macro. Comprarnos un deportivo no nos garantiza entrar en el exclusivo grupo que encabezan Amancio, Warren, Jeff, Bill o Elon. De hecho, lo más probable es que el capricho nos empuje a la quiebra, reduciendo las posibilidades de acrecentar nuestro patrimonio.
Pero no se rían por el chiste ni piensen que es un ejemplo absurdo. Esta semana, Íñigo Errejón ha usado uno parecido desde la tribuna del Congreso de los Diputados. Y el vicepresidente, Pablo Iglesias, y la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se han sumado rápidamente al debate, para no dejarse comer el terreno por su excompañero. Si uno promete un Ferrari, los otros suben la apuesta a dos.
Productividad y horas trabajadas
Y el caso es que el líder de Más País, en su exposición en el Congreso, tenía todas las claves. Sólo debía ordenarlas y comprenderlas:
Hay que abandonar una mentalidad obsoleta que se fija sólo en el número de horas trabajadas. La clave para la generación de riqueza es la productividad. En 1850, en España, trabajábamos 11 horas de media; en 2015, trabajamos 8 horas de media. Y hoy la riqueza es ocho veces mayor. Más riqueza, trabajando menos. La clave es la productividad.
Hay tantas cosas buenas en estas palabras, que uno se tiene que pellizcar dos veces para asumir que las ha dicho Errejón. Lo que parece increíble es que no saque por sí mismo las conclusiones evidentes.
- El capitalismo es bueno. Sí, debemos reconocer que hace tiempo que no veíamos una defensa tan encendida de nuestro modelo económico como la que se desprende de este parrafito del ex número dos de Podemos.
- No producimos ocho veces más por hora que en 1850 porque nuestros bisabuelos comenzaran a trabajar menos. Fue al revés: trabajando mucho, con división del trabajo, involucrándonos en las redes comerciales globales, desarrollando nueva tecnología y aprovechando la que otros inventaban... fuimos poco a poco siendo más ricos.
Y lo que a nuestros antepasados les parecía un sueño: jornadas más cortas; empezar a trabajar a los 22-24-26 años, tras la universidad; fines de semana o vacaciones;... se hizo realidad para un porcentaje creciente de sus descendientes.
- Errejón, Iglesias o Díaz creen que hace falta una ley. O que lo anterior se consiguió porque el poder político lo impuso. Deberían mirar a su alrededor.
Dos gráficos muy significativos sobre este aspecto (los dos, como siempre, de Our World in Data, ¿la mejor web del mundo en cuanto a datos?... para nosotros, sin duda):
Sobre el primer gráfico no nos extenderemos demasiado. Lo explicaba perfectamente nuestro compañero Jesús Esteban hace unos días en Libre Mercado: a más productividad, menos horas trabajadas. No siempre este descenso se produce de igual forma. Por ejemplo, en los países asiáticos o en los anglosajones (muy ricos), el número de horas por trabajador no ha caído tanto como en Europa. Las diferencias culturales y las prioridades también influyen aquí.
Pero la tendencia es clara. Y hablamos de países con normativas laborales completamente diferentes. No parece que la clave sea la legislación. En casi todos los casos, los cambios en horarios y condiciones laborales han sido paulatinos y han cristalizado por una mezcla de evolución del mercado y acuerdos empresarios-trabajadores.
El segundo gráfico nos ilustra todavía mejor sobre este tema. Vemos un descenso continuo de las horas trabajadas desde mediados del siglo XIX. En todos los países y de forma constante (salvo algún ligero repunte tras la Segunda Guerra Mundial, por razones obvias). Incluso en los últimos 40-50 años, en los que apenas ha habido cambios en la jornada teórica-legal de 40 horas, la tendencia se mantiene. O lo que es lo mismo: deberíamos tener más obsesión con la productividad y menos con el BOE.
- En lo que sí tienen razón Errejón, Iglesias o Díaz es en que la jornada de cuatro días a la semana parece que se impondrá en el medio plazo. De hecho, en muchos sectores y sobre todo en las grandes ciudades, casi podríamos decir que la norma ya es de 4,5 días a la semana. Los que vivimos en Madrid lo sabemos: no hay ningún momento de más atasco y colapso en la M-30 que el viernes a las 15.00. Eso sí es hora punta, porque también es el momento estampida de la ofi (es cierto que para los diputados es el jueves por la tarde, pero no entraremos ahora en eso).
De ahí a consolidar los 4 días hay un pequeño paso. En realidad, como explicábamos hace unos meses, hay algunas empresas que están probando. Y con la pandemia y el teletrabajo, la tendencia irá a más. Todo apunta a que ir los viernes a la oficina cada vez será más raro: al principio, el viernes por la mañana será el día del teletrabajo; y en algún momento, directamente pasaremos a apuntalar el finde de tres días.
También es verdad que estos ejemplos sirven para el trabajo de oficina, algo que a veces los políticos y periodistas olvidamos. No todo el mundo tiene ocupaciones como las nuestras. En los sectores en los que lo más importante es el horario (por ejemplo, el comercio, el turismo o la hostelería) la evolución no será tan sencilla: si una tienda abre cinco días, necesita a un dependiente cinco días... ahí las ganancias de productividad o las reducciones de jornada son mucho más complicadas de lograr.
Equilibrio y orden
Cuando un país es muy pobre, se trabaja para sobrevivir. Pero a partir de un nivel de desarrollo, el trabajo remunerado se convierte en la otra cara del ocio (entendido este término de forma muy amplia). Queremos ganar dinero para las necesidades básicas, pero también para los extras: viajes, aficiones, comida-alojamiento de más calidad, aparatos que nos hacen la vida más sencilla, mejoras en nuestro hogar, pasar más tiempo con nuestra familia...
El equilibrio es complicado: una hora más de trabajo aumenta nuestros ingresos (más opciones de adquirir esos bienes extra) pero también reduce nuestro ocio (menos horas para disfrutar de lo que podemos comprarnos y de los nuestros).
También es verdad que el trabajo puede ser una forma de disfrute, autosatisfacción, búsqueda de un propósito, etc. Hay empleos horribles, pero también hay muchos otros que no lo son: un investigador que en estas semanas está desarrollando la vacuna de la covid-19 no lo haría si su empresa farmacéutica no le pagara... pero tampoco se tira doce horas en el laboratorio sólo por el sueldo. De hecho, en buena parte de Occidente hemos llegado a un punto paradójico: algunas de las profesiones de más carga horaria y estrés (consultores, abogados, ejecutivos, etc.) son también las mejor pagadas.
Los que defienden la semana de cuatro días por decreto priorizan incrementar el ocio. Bien, es una elección. Pero sin trampas:
- Trabajar menos implica cobrar menos. Sí, aunque no lo notemos, eso es lo que ocurre ahora mismo. Si pasáramos de 40 a 50 horas a la semana, ¿cobraríamos más? Seguro. Por cierto, esto no es una suposición teórica: hay muchos informes que han calculado la evolución de las rentas entre EEUU y Europa en el último medio siglo. Hay muchos factores que han influido, pero uno muy importante tiene que ver con las horas trabajadas a los dos lados del Atlántico.
Otro debate es si estaríamos mejor trabajando más: ¿usted preferiría un horario de 50 horas a la semana y cobrar un 20% más que ahora? Cada uno tendremos una respuesta. Aquí Juan Ramón Rallo introduce un elemento más en el debate: cómo influyen los impuestos y otros desincentivos regulatorios tan habituales en el Viejo Continente en esta elección.
- Si reduces la jornada de 40 a 32 horas por decreto y prohíbes bajar los sueldos, lo que tienes es un incremento de los costes del 20-25%. ¿Quién paga eso? ¿Puede afrontarlo la economía española?
- El truco retórico de los defensores de esta medida tiene que ver con el aumento de la productividad. Pero o no se dan cuenta de lo que están diciendo o no explican las derivadas. En primer lugar, hay que recordarles que aumentar la productividad un 20-25% no es tan sencillo. Sí, puede que el incentivo a trabajar sólo cuatro días ayude en un inicio. Pero una vez pasado el efecto champán... mantener ese incremento no es fácil.
Pero, además, hay otra cuestión importante que explicaremos con un ejemplo:
- una empresa con 100 empleados pasa de 40 a 32 horas semanales;
- tal y como asegura Errejón, se dispara la productividad de sus trabajadores y logran producir lo mismo en cuatro días de lo que antes producían en cinco;
- como producen lo mismo, pueden seguir cobrando lo mismo;
- en términos de costes, nada ha cambiado para esta compañía: produce lo mismo que antes y paga lo mismo que antes;
- la estadística productividad / hora trabajada sí mejora; pero la estadística coste / hora empeora;
- pero no dejan de ser estadísticas, a efectos prácticos (producción-costes), la empresa está igual que antes. Y no, no va a crear más empleo porque su situación real no ha cambiado en nada.
Lo que queremos decir con este ejemplo es que el reparto de trabajo que preconizan Errejón e Iglesias es falso:
- Si hay reparto de trabajo real (pasamos de 100 trabajadores a 40 horas a la semana a 125 trabajadores a 32 horas a la semana)... entonces esos 125 trabajadores tienen que cobrar menos. Si cobran lo mismo, los costes se disparan (hay que pagar 25 salarios más) y la empresa quiebra.
- La otra opción es que el reparto de trabajo se traduzca también en reparto de costes: 125 empleados que cobran algo menos cada uno de ellos que los 100 anteriores. No es nada descabellado: es lo que ocurrió en buena parte de Europa con la anterior crisis. Mientras en España se despedía, en Alemania, Holanda o Austria, empresarios y trabajadores llegaban a acuerdos de reparto de jornada. Ése fue uno de los cambios clave de la reforma de 2012 de Fátima Báñez (y es una herramienta a la que la propia Díaz ha recurrido a menudo, por ejemplo, con el impulso de los ERTE parciales).
Pero las dos cosas a la vez: más trabajadores para hacer lo mismo y cobrando todos igual que antes... esa magia todavía no se ha descubierto. Primero hay que incrementar la productividad, luego llegará el momento de cobrar más o ampliar la plantilla. Si lo hacemos al revés las cuentas no salen (recuerden el Ferrari).
Suiza, Holanda... y España
Y, llegados a este punto, un último apunte muy relevante. Lo que plantea Errejón, trabajar menos y repartir empleo, ya se puede hacer en España. Se llama “trabajo a tiempo parcial”. Lo que ocurre es que hay poquísimos trabajadores que opten por esta alternativa.
Hay países en Europa (de nuevo, los más ricos y productivos) en los que este escenario es una realidad. Según Eurostat, el 47% de los holandeses y el 39% de los suizos tienen empleos de jornada parcial. En España, esa cifra ronda el 14%.
La sorpresa quizás llegue con la segunda parte de esta estadística: empleo a tiempo parcial "involuntario". Es decir, cuántos de esos trabajadores querrían trabajar más: en España es el 54%; en Suiza el 8% y en Holanda ¡el 5%! Errejón, Iglesias y Díaz no se lo creerán, pero la mayoría de los trabajadores españoles a tiempo parcial declaran que quieren más horas... no menos. Lo contrario que holandeses o suizos. ¿Por qué? ¿Más ética del trabajo? ¿Somos masoquistas? No. El problema es que somos menos productivos y nuestros sueldos más bajos. Por eso queremos más horas de trabajo, para alcanzar los ingresos que estimamos necesarios.
¿Si cobráramos lo mismo por hora trabajada que suizos u holandeses optaríamos también más a menudo por el empleo a tiempo parcial? Probablemente. Y éste sí debería ser un objetivo prioritario para cualquier Gobierno: generar el entorno legislativo que permita que se disparen la productividad y los sueldos. A partir de ahí, lo de las horas semanales llegará por sí solo.
Hay que ser muy rico (como Errejón, Díaz o Iglesias, todos ellos universitarios e hijos de familia de clase media-alta) y haber trabajado muy poco en el sector privado (muy poco o nada) para pensar que el problema de España es que trabajamos demasiado. Eso sí que es vivir en una burbuja de privilegios. Y no vamos a entrar en el debate de cuántos diputados llegan actualmente a las 32 horas que reclama Errejón: algunos sí lo hacen y de sobra; otros tienen pinta de que no alcanzan ese mínimo ni una de cada cuatro semanas.
Estas propuestas que implican empezar la casa por el tejado (el reparto de horas por decreto, como si las empresas y los trabajadores españoles fueran estúpidos y no quisieran parecerse a los holandeses o los suizos) nos recuerdan a aquel otro chiste de ese pijo que en un viaje de turismo se cruza con una pandilla de niños demacrados y con la ropa sucia. El tipo pregunta: "¿Qué les pasa a estos niños? ¿Por qué tienen tan mal aspecto?" "Es que apenas comen, señor", le contesta su guía. Entonces el hombre se acerca a uno de los pequeños y, pellizcándole la cara, le dice: "Pillines, ¿qué pasa? ¿Que no os gusta la verdura? Hay que comer más, hay que comer más..."