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José María Rotellar

El mantenimiento de las restricciones hundirá la actividad en Navidad

Fue el Gobierno el que no se aprovisionó adecuadamente, el que dejó a los sanitarios sin medios y el que, por su tardanza y negacionismo de la posibilidad de contagio y originó el colapso de la sanidad.

Fue el Gobierno el que no se aprovisionó adecuadamente, el que dejó a los sanitarios sin medios y el que, por su tardanza y negacionismo de la posibilidad de contagio y originó el colapso de la sanidad.
Gran Vía de Madrid | EFE

Tanto decir muchos políticos que tomaban medidas para que en Navidad se levantasen restricciones, y el Gobierno acaba de elaborar un borrador en el que mantiene las mismas pese a que todavía resta más de un mes hasta dicha fecha.

Ya hace semanas, el ministro Illa, en una entrevista radiofónica, dijo que venían seis meses duros en cuanto a las circunstancias sanitarias y que habría que tomar, según su expresión, "medidas quirúrgicas en períodos cortos". Entre esas medidas se contemplaban el cierre de bares y restaurantes y múltiples restricciones al comercio, cosa que han ido ejecutando en muchas regiones. 

Ahora, en ese borrador, no se amplía el número de personas que pueden reunirse en un domicilio para pasar juntos unas fechas que son familiares por naturaleza, al dejar en seis el número máximo. Y, probablemente, se impida a las personas salir de sus lugares de residencia para ir a reunirse con sus familiares a sus lugares de origen, impidiendo que muchas personas mayores puedan ver a sus hijos o nietos en las que, por motivos de edad, puede que sean sus últimas navidades. No se trata de ser imprudentes, pero tampoco de desnaturalizar la Navidad ni de hundir el comercio, y mucho menos de dejar solas a las personas mayores y borrar para siempre la Navidad. Si en verano pudo abrirse la mano, ahora, que los efectos del virus no han sido tan fuertes como en marzo, abril o mayo, y que estamos más cerca de contar con una vacuna, ¿por qué se limita todavía más?

Es obvio que negar el virus es absurdo, porque es una evidencia, pero no se trata de eso. Dejando al margen que puedan interferir en la libertad de las personas para ponerse la vacuna o no, empleando para ello argumentos de salud pública -imagino, entonces, que los pacientes no tendrán que firmar un papel exonerando de responsabilidad a la sanidad por posibles efectos adversos si son obligados a ponerse dicha vacuna-, el Gobierno sigue sin gestionar de manera eficiente y contradictoria, y no es el más indicado para reprendernos, pues parece que toda la culpa de la situación la tenemos los ciudadanos, cuando hemos sido completamente obedientes ante lo que nos decía el Gobierno, lleno de contradicciones. No es recibo que se maltrate así ni a la economía ni a la familia como institución, ni a estas fechas, que se quieren desnaturalizar aprovechando el poder escudarse en la situación sanitaria.

Y no lo es porque fue el Gobierno de la nación el que negó que pudiese llegar el virus a España. Fue el Gobierno de la nación el que dijo que habría como mucho uno o dos contagios. Fue el Gobierno de la nación el que no tomó medidas ágiles para evitar los contagios, por motivos puramente políticos para permitir la celebración de la manifestación del domingo ocho de marzo. Fue el Gobierno de la nación el que primero desaconsejó el uso de mascarillas y luego obligó a llevarlas, argumentando con desparpajo que cuando lo desaconsejaron se debía a que no había existencias. Fue el Gobierno de la nación el que no se aprovisionó adecuadamente, el que dejó a los sanitarios sin medios y el que, por su tardanza y negacionismo de la posibilidad de contagio, originó el colapso de la sanidad, que fue lo que multiplicó por cinco o por seis el número de fallecidos. Fue el Gobierno de la nación el que declaró haber derrotado al virus. Fue el Gobierno de la nación el que se fue de vacaciones, endosó el problema a las CCAA, desistiendo de sus obligaciones de coordinación -casi la única razón de ser de ese ministerio al estar descentralizadas las competencias sanitarias- y no hizo nada durante el verano. Y fue el Gobierno de la nación el que en septiembre persiguió a la Comunidad de Madrid atacando lo que dos días antes aplaudía.

Ese mismo Gobierno de la nación, el que también prometió que a finales de año habría buenas noticias en forma de vacuna -Illa, en una entrevista de un periódico-, es el que prepara ahora un documento en el que dice ahora que las navidades no serán normales.

No sé si el nuevo objetivo del Gobierno de la nación es también desdibujar la Navidad como fiesta de tradición cristiana y familiar o si realmente cree, aunque sea erróneamente, que son necesarias esas medidas, pero cuesta creer esto último cuando está comprobado que sólo le mueve, en cada momento, la motivación política en función de los réditos electorales que le puede proporcionar cada medida, según las estimaciones del gabinete de mercadotecnia instalado en La Moncloa, otrora gabinete de presidencia del Gobierno.

Del mismo modo, tampoco sé el motivo por el que el número de contagios necesarios por 100.000 habitantes es de 25 en lugar de 100, 50, 10 ó cero. De hecho, 25 infectados por cada 100.000 habitantes se antoja una cifra muy difícil de conseguir, incluso cuando estuvimos encerrados. Y en el supuesto optimista de que se llegue a reducir hasta esa cifra, ¿cuál es la propuesta cuando, tras volver a reabrir -si es que, para entonces, queda algo que reabrir-, los contagios vuelvan a incrementarse antes de que se generalice la vacuna? ¿Cerrar de nuevo? ¿Se pretende dar seguridad a la economía, especialmente al consumo y a la inversión, con una especie de montaña rusa de aperturas y cierres? Porque, más bien, si ésa es la tónica, se conseguirá todo lo contrario: una gran inseguridad y una caída más acelerada de la actividad y del empleo.

Lo que sí sé es que no se puede seguir cerrando la economía, encerrando a las personas y no asumiendo la realidad. Y esa realidad no es otra que sufrimos una enfermedad con la que hay que convivir. No es negar la enfermedad, pues el coronavirus existe, contagia y, desgraciadamente, mata, como ha hecho con muchas personas. De lo que se trata es de que alguien tiene que decir la verdad: es una enfermedad que nos ha caído en desgracia, como lo fueron la peste o la gripe antaño, como lo son el SIDA, los infartos, los derrames cerebrales, el cáncer o cualquier otra. Sí, esta enfermedad se contagia fácilmente, dicen los expertos -aunque no creo que tanto como tocando cualquier superficie, porque entonces el número de contagios, simplemente en España, no sería de un millón, sino de por lo menos la mitad de la población- pero no voy a discutir eso. 

Lo que es obvio es que no se puede poner puertas al campo. Hay que ser prudentes, desde luego, y no bajar la guardia, por supuesto, pero hay que retomar la actividad, porque las restricciones no consiguen acabar con la enfermedad y sí logran matar la prosperidad. Es dura la enfermedad, sin duda, y para quien le toque o nos toque será terrible, pero el conjunto de la sociedad no puede parar, porque, si no, sucumbirán más personas por todo tipo de enfermedades, además de que muchas otras comenzarán a pasar hambre, con el añadido de que con esas medidas el virus no se habrá extinguido. ¿Qué proponen? ¿Abrir y cerrar la economía, cual montaña rusa, según bajen o suban los contagios? Eso sólo genera incertidumbre, el peor enemigo de la economía. Es más, incluso cuando haya vacuna efectiva, seguirá habiendo contagios y fallecimientos, lamentablemente, porque con la gripe los hay todos los años y contamos con vacuna para ella. No es contraponer sanidad y economía. Es que sin economía no hay ni sanidad ni nada, sólo miseria, pobreza, carestía y, con ello, más muertes por todo tipo de enfermedad.

En definitiva, con este mantenimiento navideño de restricciones, el comercio, la hostelería y el turismo, y, con ello, el conjunto de la economía, van a sufrir durante años. Cuando se levanten las restricciones, ya será tarde para entonces, cuando no se podrá salvar ya nada. Podrá tratar de paliarse la situación con ayudas, sin duda, pero éstas tienen un límite, que es la capacidad de endeudamiento de España, ya exhausta, de manera que tampoco podrán ser ni muy cuantiosas ni muy prolongadas. Y si se suben los impuestos para ello, todavía será peor, porque la actividad caerá más y la recaudación apenas se moverá.

Gobernar es saber que uno se enfrenta siempre al gran problema que estudia la economía, que es la escasez. Gobernar es saber que se tienen fines alternativos para recursos escasos, y que hay que decidir cómo asignarlos, en definición del profesor Robbins. Gobernar es tener sentido común. Gobernar es, en definitiva, tener el valor de contar la realidad y de asumir las consecuencias, por duras que sean, de la mejor decisión para el conjunto, aunque ello implique algunas pérdidas irreparables. Hay que elegir lo que es preferible o menos malo para toda la sociedad y, desde luego, lo mejor no es cerrar todo de nuevo. 

La única opción que tenemos de salir adelante es tener prudencia, no bajar la guardia, emplear las medidas de mascarilla y demás prevenciones para tratar de que el virus se extienda menos y con menor virulencia, pero volver todos a trabajar al completo, sin limitaciones a la hostelería, al comercio, al turismo o a cualquier actividad. O se hace eso o la ruina será colosal y tendrá peores consecuencias sociales, en número de vidas y en carestías, que el propio virus, sin logar, además, que el mismo desaparezca. Prudencia, sí; pánico y paralización, no. Si todavía el Gobierno de la nación y algunos otros políticos no han entendido eso, si quieren mantener anestesiada a la sociedad con el pánico, se equivocan. El problema es que en su error se van a llevar por delante la prosperidad de todos los ciudadanos, además de constituir un ataque directo a las familias y a lo que representa la Navidad.

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