Pretender que el problema de las pensiones en España se puede solventar reformando en tal o cual sentido el Pacto de Toledo es lo mismo que creer que la contaminación de los ríos se eliminaría de raíz modificando el diámetro y el color de las tuberías que conducen los vertidos tóxicos hasta sus cauces. Lo mismo. El sistema de pensiones vigente en nuestro país es completamente inviable en el tiempo, algo que todo el mundo sabe. Y alterar de modo profundo su naturaleza es absolutamente imposible, algo que no todo el mundo sabe pero que debería saber. Cualquier aproximación teórica al asunto de las pensiones que no parta de la aceptación resignada de ese par de desoladoras premisas axiomáticas estará condenada al fracaso, verbigracia, lo que este jueves se acaba de legislar en la Carrera de San Jerónimo. Y es que tratar de desmantelar ahora el sistema de reparto, el mismo que todos los cálculos actuariales serios consideran abocado a la quiebra segura e inevitable en torno al año 2030, constituirá una quimera. Es empresa imposible.
Y es imposible porque eso exigiría que el Estado, vía su propio presupuesto, pasase a asumir cada mes el coste íntegro de todas las pensiones durante, al menos, un par de decenios. Si los cotizantes actuales, en lugar de transferir cada treinta días una parte de nuestros ingresos a los jubilados actuales, ingresásemos ese mismo dinero en un fondo de pensiones individual, ¿quién sino el Estado iba a pagarles? Desmontar el sistema, sí, es imposible. (Chile necesitó gastar el 8% de su PIB para financiar la transición, una desmesurada enormidad que en España serían 80.000 millones de euros). Ni se puede cambiar, pues, ni tampoco se podrá mantener tratando de sostenerlo en pie con el dinero de los impuestos. Porque eso también es imposible (habría que destinar a las pensiones en torno a la mitad de todo lo que se recauda anualmente en concepto de IRPF). ¿Qué hacer, entonces? La respuesta está en la agricultura. ¿Por qué los españoles no pasamos hambre si la población que trabaja en el campo ha bajado, y en menos de un siglo, desde más del 80% del total hasta ese escaso 3,26% de hoy? El misterio, tanto en las pensiones como en el agro, solo tiene un nombre: productividad. Pero esa es otra historia.