Quienes contemplamos a Rodrigo Rato cuando nos anunciaba rebajas en la previsión del crecimiento económico nos parecía hallarnos ante el más atribulado de los mortales. Tal vez no sea para menos, o acaso no sea para tanto. No es para menos si tenemos en cuenta que a Rodrigo Rato le ha correspondido hacer previsiones, sucesivamente, del 3,8, del 3,6, del 3,4, del 3,2, y nos encontramos ya en el 3,0 para el presente año 2001. A su vez, ya ha comenzado lo que puede ser el descenso del año que viene: parte del 2,9, y no es improbable que le corresponda, a lo largo de los meses venideros, ir en un rebaja paralela, pero esta vez en las décimas impares. “Aciertan cuando rectifican”, dijo una vez su correligionario Fraga. Alguna vez, la última, aciertan, cuando la previsión pasa a ser el dato real e inamovible de las cuentas del estado.
De momento, a don Rodrigo le corresponde ese papelón del descenso indefinido del PIB y el otro no menos “glorioso” del IPC, que se obstina en seguir en niveles del cuatro por ciento pese a la insistente previsión del dos. Últimamente, los números desobedecen preocupante y pavorosamente a don Rodrigo.
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