Una nota característica de la cultura europea actual es la idea que una gran mayoría de los ciudadanos tiene acerca del Estado como responsable último de todas las contingencias y adversidades que la vida conlleva. Se concibe el Estado como una inmensa red de protección que evita que caigamos al vacío, sean cuales sean los riesgos en que libremente incurramos.
Naturalmente, sería una buena cosa saber que, pase lo que pase, nunca caeremos al vacío y que nunca tendremos que asumir plenamente las consecuencias adversas que de nuestros actos se puedan derivar; aunque algunos pensamos que la vida, para que sea plena y tenga sentido, debe componerse de saltos –prudentes– al vacío y sin red. Ni siquiera el padre más amoroso y benévolo puede protegernos de todo mal. Y el Estado no pasa de ser, en el mejor de los casos, un padrastro indolente.
Pero los políticos, conscientes de la insaciable demanda de seguridad por parte de los ciudadanos, están siempre dispuestos a “garantizarla”. Y es precisamente esta “garantía” la que hace que bajemos la guardia y que pongamos nuestra confianza en individuos o instituciones poco fiables, que venden duros a cuatro pesetas. Hemos olvidado que nada puede sustituir nuestra prudencia, ni siquiera un ejército de inspectores o una tupida red legislativa, en la que siempre habrá agujeros por donde se cuelen los desaprensivos.
Los ciudadanos deberían tener muy claro que sus ahorros son su propia responsabilidad, independientemente de las sanciones que la ley prevea para quienes defrauden la buena fe y la confianza que en ellos se depositó. Las medidas preventivas y los controles que puedan diseñarse para evitar situaciones como la de Gescartera, pueden tener el efecto de encorsetar los mercados financieros. Si al menos quedara garantizada completamente la seguridad, quizá fuera un precio razonable a pagar. Pero lo que muchas veces se olvida es que la calidad del control depende, en gran medida, de la integridad e incorruptibilidad del controlador. Y esto es algo que nadie, ni siquiera la Divina Providencia, puede garantizar.
En relación con el desfalco de Gescartera, es muy frecuente oír, tanto de instancias políticas como de profesionales de las finanzas, que son necesarios nuevos controles y regulaciones para evitar que en el futuro se vuelvan a producir casos como este. La experiencia enseña que cuanto más se multiplican los controles y las regulaciones, más oportunidades y tentaciones hay para la corrupción. Existe la posibilidad –y algo de esto se ha visto en el caso Gescartera– de aplicar selectivamente el rigor en las inspecciones, ya sea en función del parentesco, de la amistad o de la filiación política.
Y es que, el Estado no es la encarnación hegeliana del Bien y de la Racionalidad. Es, tan sólo, una institución política compuesta por débiles mortales.
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