Esta semana la desconfianza desatada por los últimos escándalos contables –primero la quiebra de Enron, después los escándalos de Tyco y de Global Crossing, y ahora el fraude de Worldcom y el error contable de Xerox– ha traspasado fronteras llegando a Europa. Fue el grupo de comunicación Vivendi el acusado de haber realizado prácticas contables muy creativas y poco éticas. Si la francesa no tenía bastante con su alto endeudamiento, con las pérdidas record en 2001 de 13.000 millones de euros, con la salida precipitada de su presidente Jean-Marie Messier y con la rebaja de la calificación de su deuda por parte de las agencias Moody´s y Standar & Poors, ahora ha de afrontar este tipo de acusaciones. Resultado, fuerte desplome para sus acciones que acumulan un recorte anual superior al 80%.
Pero Vivendi no es el único dolor de cabeza de las bolsas. Sufrimos por Alcatel que se vio obligada a emitir un comunicado diciendo que tenía 4.000 millones de euros en liquidez y que era capaz de afrontar los próximos vencimientos de su deuda. Sufrimos por AMD, Advanced Micro Devices la gran competidora de Intel que recortó por segunda vez en los últimos quince días sus previsiones de ventas. Sufrimos por France Telecom., cuya deuda (60.000 millones de euros) es tan asfixiante que saltó el rumor de una posible re-nacionalización de la compañía. Esto parece poco lógico si tenemos en cuenta que las arcas galas no están para derrochar y que habría que ver qué dicen las autoridades de la competencia. Pero aquí no acaba la historia porque la crítica situación que vive el sector TMT –tecnología, medios de comunicación y telecomunicaciones– se extiende al sector financiero. Bancos franceses como Credit Lyonnais o BNP, entidades germanas como Deustche Bank o la aseguradora Axa, o bancos británicos como Barclays y HSBC tienen una alta exposición a este tipo de compañías ya que bien tienen participaciones en su capital o bien son acreedores suyos. Así que la desconfianza rompe fronteras al pasar de Estados Unidos a Europa y se extiende de unos sectores a otros.
Aunque la situación del mercado es delicada, la bolsa se atreve con las subidas o, mejor dicho, con los rebotes técnicos como dicen los expertos. Lo hace con el permiso de Wall Street que funciona a medio gas y que respira con alivio tras la festividad del 4 de Julio, tras borrar el miedo a un nuevo atentado terrorista en el día en el que los americanos celebran su independencia. Estas alzas se apoyan en los buenos datos que sobre la marcha de la economía se han publicado en Estados Unidos –pedidos de fábrica, inventarios de las empresas o el llamado ISM de servicios– que indican que la recuperación será lenta y suave pero que habrá recuperación. Si la economía más importante del mundo sigue tirando, tarde o temprano las empresas mejorarán sus previsiones de ventas y, lo que es más importante, empezarán a invertir. La bolsa podría anticiparse a esta situación premiando a aquellas compañías con peres –el número de veces que el precio de la acción incluye el beneficio de la empresa– bajos, proyectos creíbles de crecimiento y con bajo endeudamiento. Si además su exposición a Brasil y a Argentina es limitada y nuestro horizonte de inversión es el largo plazo, entonces éste será un buen momento para entrar en bolsa. Eso sí, el inversor que se atreva debe reunir dos condiciones básicas: paciencia y un corazón capaz de resistir sustos futuros.
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