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Rubén Manso

Auditor de auditores

Las autoridades bursátiles norteamericanas se están planteando ahora la creación de una oficina que practique algún tipo de control de calidad sobre los informes de auditoría practicados a las sociedades cotizadas. Algo así como un cuerpo de auditores de los auditores. Nadie ha dicho nada, porque estas son las consecuencias lógicas a las que nos llevan los desatinos del intervencionismo: falta de responsabilidad individual suplidas, cada vez, con mayores dosis de intervencionismo en una espiral que no acaba nunca. Ahora, tras la constitución del auditor de auditores, no hará falta corromper a un auditor individual para un caso concreto. Bastará con corromper al nuevo organismo central para corromper todo el sistema. Es lo que pasa en los sistemas centralizados: basta corromper al órgano central. Los sistemas descentralizados de control funcionan mejor: se amputa la parte corrompida y ya está. Hemos tenido un ejemplo recientísimo con el caso Enron: Arthur Andersen, el número uno de la auditoria, se ha ido al garete.

Es lógico, porque es humana la desconfianza, que el resto de la profesión esté bajo sospecha, pero también es cierto que todos sabemos que hay buenos profesionales y buenos informes. Ahora están todos puestos a remojo, pero esto, como todas las crisis de confianza, pasará y saldrán a relucir, gracias a las lentes de aumento que nos proporciona dicha crisis, los casos que deban salir. En el entreacto, se harán juicios inmerecidos sobre algunos profesionales y los mercados estarán temerosos, pero nada más. En cualquier caso, será mejor que jugárnoslo todo a una carta: la de la honestidad del auditor de auditores.

No podemos esperar que en el nuevo sistema centralizado, que ahora se propone, los hombres encargados de llevarlo a cabo sean más honestos que los que ya han caído, salvo que multipliquemos los controles hasta niveles asfixiantes. De eso ya hemos tenido experiencias en algunas zonas geográficas del mundo. Por otro lado, sí podemos pensar que cuantos más participen del sistema de control, los fallos más fácilmente quedarán reducidos a pequeñas áreas, y más fácilmente podrán ser abordados.

La confianza en el sistema, que ahora pretenden restituir las autoridades norteamericanas, no se soluciona cambiando de criterio cuando nos hallamos con un problema, aunque sea grave, porque, después de Enron, de Arthur Andersen y, ahora, de Worldcom, el mundo continúa.

Rubén Manso es director de Lycos-Intereconomía

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