Desde que empezó este horror que vivimos con la pandemia, el encierro -mal llamado confinamiento- ha sido casi la única estrategia que han seguido todos los países, con la excepción de Taiwán, Suecia y Noruega. En España, es donde más duramente se han aplicado el encierro y la restricción de libertades de los ciudadanos y, sin embargo, es donde la crisis sanitaria ha tenido una mayor incidencia.
La estrategia del Gobierno de Sánchez, por tanto, sólo ha consistido en decretar el cierre productivo de la economía, provocando una fuerte caída de la actividad y del empleo. No ha hecho nada más: ni ha realizado test suficientes, ni controla los aeropuertos y estaciones ferroviarias de Madrid para minimizar el posible contagio importado, ni ha hecho nada de nada productivo. Sólo ha ido prolongando el estado de alarma de dos semanas en dos semanas, sin resultados positivos y con la mayor caída económica de todo el mundo. Sólo ha hecho eso e ir contra Madrid, claro.
La tabla del 7
Pues bien, ahora el vicepresidente madrileño, Ignacio Aguado, ha propuesto un nuevo parón, lo que él llama stop and go, porque dice que sólo encerrando de nuevo a todo el mundo -o limitando muy estrictamente todos sus movimientos- se puede reducir el número de contagios. Para ello, dice, debe durar el encierro siete, catorce o veintiún días.
Es decir, como Sánchez y su Gobierno, la propuesta de Aguado se basa en recitar la tabla del siete, como si eso tuviese algún resultado positivo. ¿No deberían preguntarse todos que si somos los que hemos tenido las medidas más estrictas y contamos con el mayor número de contagios, algo no se está haciendo bien? ¿No se cuestionan la escasa validez de estas medidas de restricciones?
Y cuando concluya el encierro de esos siete, catorce o veintiún días, ¿qué van a hacer cuando vuelvan a subir los casos? ¿Volver a cerrar? ¿La única alternativa es subirse a esta montaña rusa permanente de restricciones, donde una semana aumentan y otra, también de siete en siete días, disminuyen? ¿Creen que eso da seguridad? ¿No se dan cuenta de que con tanto cierre, reapertura y cierre de nuevo, reconocen que no sirve de nada cerrar? Es flor de un día desde el punto de vista sanitario, pero económicamente hunde la actividad y el mercado de trabajo.
Con las nuevas restricciones que se han ido imponiendo sobre Madrid, obligadas por el Gobierno de la nación, en forma de un nuevo estado de alarma, el perjuicio puede ser definitivo, porque afectará a muchos bares y restaurantes que ya estaban en una situación delicada por el cierre derivado del anterior estado de alarma y por las restricciones que se fueron introduciendo en agosto. Se ha optado por anteponer la sanidad a la economía, cuando no se puede anteponer a la otra ninguna de las dos, porque sin economía no hay sanidad y, por tanto, no hay salud.
Desde la máxima prudencia, no podemos seguir parados ni a un ritmo lento. Debemos recuperar la normalidad de inmediato, sin adjetivos. Hay que combatir el virus y cuidar de los enfermos hasta que llegue una vacuna, pero no podemos esperar a dicha vacuna para volver a la normalidad, porque eso sería la ruina de todos los madrileños y de todos los españoles.
Si no nos reactivamos de inmediato y de manera completa, si no se corrigen las decisiones tan restrictivas adoptadas y se apuesta por la prudencia y la eficiencia, se va a destruir gran parte del tejido productivo, arruinando a muchos empresarios y dejando a millones de personas sin trabajo. Las políticas del Gobierno de la nación es lo que están haciendo, y la propuesta del vicepresidente regional ahondaría ese quebranto. El paro y la desolación económica pueden llegar a generar un drama social todavía mucho mayor que el coronavirus, porque ante la ruina económica habría que recortar muchos servicios esenciales.
Por eso, no se puede avanzar en el sentido indicado por el vicepresidente madrileño, sino por el de la reactivación, con prudencia, pero con determinación. Podemos combatir al virus y al resto de enfermedades porque somos una sociedad próspera. Si nos empobrecemos, no sólo tendremos el problema del virus, sino que se le unirán otras enfermedades, el paro, la pobreza y la necesidad de muchas personas.
El punto final entre un escenario y otro -muy malos todos ya- depende de muchas variables. La seguridad jurídica, la certidumbre y la conservación del tejido empresarial son los elementos que marcarán el punto exacto. La tibia recuperación del comercio y la hostelería de mayo y junio ya se resintió en agosto y ahora se verá anulada por completo en otoño con todas las restricciones impuestas, pudiendo ser su caída todavía mayor que antes.
Así, a día de hoy, todo parece indicar que la economía madrileña -y, con ella, de manera bastante mimética, la del conjunto nacional- se moverá entre una caída del 14,17% y otra del 17,62%. Ahora bien, si se intensificasen las restricciones todavía más o volviese a decretarse un cierre productivo este año, ya sea de siete, catorce o veintiún días -obviamente, cuanto más dure, peor será-, la caída podría llegar a ser del 19,58%.
Lo único que provoca, por tanto, esta tabla del siete, que parece que quieren que recitemos, es la ruina económica. España no puede seguir así: debe hacerse todo lo posible por controlarse el virus y por convivir con él con toda la prudencia posible, pero también con la determinación económica de salir adelante, sin restricciones en la economía, porque lo único que conseguirán las restricciones será un completo hundimiento económico, que producirá un drama social todavía mayor que el actual, sin conseguir, además, acabar con el virus.