Sánchez ha enviado, sobre la campana, su plan presupuestario a Bruselas. Y digo sobre la campana porque lo hizo el día 15 (última fecha disponible) y sin tener atado tan siquiera el acuerdo con Podemos, su socio de gobierno.
Leyendo el documento, es difícilmente cuestionable que ese acuerdo se va a producir. El documento remitido, más que un plan presupuestario, es el acuerdo de investidura de ambos partidos de gobierno. Será difícil, por lo tanto, que obtengan una mayoría parlamentaria lo suficientemente amplia como para sacar adelante este proyecto.
Un proyecto que, por otra parte, sigue a rajatabla los errores que cometió España durante la última crisis y ahora Pedro Sánchez pretende repetir, amplificados por los desajustes estructurales que arrastra nuestro país.
Si algo queda claro es que son unos presupuestos “sociales”, nótese la ironía. Tanto, que esta palabra está repetida 197 veces en las poco más de 100 páginas que tiene el documento. Cuesta entender qué entiende este gobierno por “social”: si se trata de llevar al país al mayor rescate de su historia, algo cada vez más repetido en los corrillos financieros, entonces sí, estamos ante unos presupuestos muy sociales; si de lo que se trata es de proteger a los más desfavorecidos y asegurar la igualdad de oportunidades, estamos ante el camino opuesto.
Para tomar cualquier decisión correcta lo primero que hay que entender bien es el contexto en el que te desenvuelves. Y el Gobierno ha presentado un cuadro macroeconómico digno de una novela de J.K. Rowling:
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Prevé una caída del 11,2% en 2020 seguida por una recuperación del 9,8% en 2021. un escenario no contemplado por ninguno de los analistas que siguen nuestro país, y muy lejos de los escenarios más optimistas de otros organismos internacionales. Por poner un ejemplo, el FMI recoge una caída del 12,7% en 2020 seguida por una recuperación del 12,8% seguida de una recuperación del 7,2%. Y no ha demostrado ser una organización optimista.
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En un entorno de grave crisis a nivel mundial y con un sector turístico doméstico gripado, estiman un incremento de las exportaciones del 11,7% y del 18%, respectivamente, y un saldo exterior (exportaciones netas de importaciones sobre el PIB) que casi duplica al de 2019.
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Y, para acabar, una tasa de paro que “sólo” se incrementará hasta el 17% en 2020 y acabará en el 16,3% en 2021.
Por si lo anterior fuera poco, los responsables económicos del gobierno de España vienen a considerar intrínsecamente esta crisis como un shock delimitado en 2020, del cual nos iremos recuperando progresivamente en los próximos años porque los daños estructurales sobre nuestra economía, sencillamente, no existen.
Con un tablero de juego tan sesgado y tan poco realista, la pregunta no es qué podría salir mal, sino qué grado de semejanza con la realidad va a tener lo reflejado en este documento.
Impuestos y gastos
El plan propuesto por el gobierno de España para salir de esta crisis es uno muy parecido al que proponían cuando España estaba creciendo, marcaba máximos de recaudación y creaba puestos de trabajo: Más impuestos, más cargos (y cargas) públicos, y más desajuste fiscal.
La retahíla de historias para recaudar 7.000 millones de euros que nos lleva contando este Gobierno desde que lleva en Moncloa se repite como un mantra hasta que se haga creencia. Como si así fuera a cumplirse. Como no podía ser de otra manera, también está en este presupuesto para 2021, aunque con un “valor añadido” adicional: El impulso por el crecimiento económico provocará un incremento de la recaudación de hasta 9.000 millones en 2022.
Son muchas las excusas para maximizar la capacidad extractiva de este gobierno: La justifica fiscal, las grandes multinacionales, la fiscalidad verde, el incremento del IVA a las bebidas azucaradas por nuestra salud, y un largo etcétera.
La gran pregunta es de dónde van a sacar los 5.000 millones en imposición directa e indirecta que pretenden recaudar en los próximos dos años. La colección de frases vagas y generalidades que esconden tras esta rúbrica deja entrever una subida de impuestos que, para que consiga recaudar lo presupuestado va a tener que gravar hasta a los no nacidos.
Sólo por poner un ejemplo, consideran que el impuesto de sociedades volverá, en 2021 a “niveles cercanos a los de 2019”. Como si las 100.000 empresas destruidas en el último año no pagaran impuesto de sociedades, o como si el encefalograma plano que muestra nuestro tejido empresarial no fuera a tener un impacto muy importante sobre la recaudación a medio y largo plazo.
Un análisis similar se puede hacer de impuestos ligados a la actividad económica y al empleo, como el IRPF o el IVA, que, basados en hipótesis de ciencia ficción, llegan a resultados de fantasía.
Mención especial merece el apartado de gastos, en donde más aparece la palabra "social" y donde se recogen (que no detallan) programas variados de incremento del gasto público (gran parte gasto corriente) y ni una sola medida para mejorar la eficiencia en dicho gasto, por no hablar de reducción de gasto superfluo.
Dicho de otra manera: Sánchez ha enviado a Bruselas una copia de su programa electoral, vestida con algunas tablas difícilmente creíbles. Un documento, además, que los funcionarios europeos ya deben conocer pues contiene exactamente los mismos lugares comunes de los que lleva haciendo gala nuestro Gobierno desde que entró en Moncloa.
A Sánchez no le importa que en los presupuestos suecos, portugueses, alemanes o italianos recojan bajadas de impuestos, bien sectoriales o bien sobre las grandes figuras impositivas. Tampoco le importan los avisos del Banco de España acerca de la inconveniencia de incrementar la factura fiscal en plena crisis.
Él está dispuesto a sacar adelante a cualquier precio su proyecto ideológico para el país y no dudará en llevarse lo que sea necesario por delante. No importa cómo vamos a financiar los más de 315.000 millones de déficit público que, según el FMI, vamos a tener que asumir hasta 2022, o que el déficit primario (excluyendo el pago de intereses) se mantenga en el 2,4% de nuestro PIB en 2023 por la falta de medidas a favor de la actividad económica y de reducción de gasto superfluo.
Sánchez quiere una España que cada vez se parezca más a Argentina que a Alemania. Y hará cualquier cosa por lograrlo. Lo peor, sin duda, es que lo está consiguiendo.