¡Cómo no lo iban a saber! Abandonados los tiempos remotos en que las apariencias y las realidades eran coincidentes, se establecieron para casos de discrepancias dos principios que algunos no deberían olvidar.
El primero tiene carácter de consejo: si quieres saber si un hombre es honesto, no le pongas a prueba; el segundo, de mandato: las vergüenzas de cada uno deben mantenerse ocultas.
En el siglo XXI, ya no esperamos encontrar con profusión la figura del hombre honesto, del hombre creíble, del honorable… –¡ojo!, igual para la mujer–, acostumbrándonos a hablar del que parece poseer alguno de estos atributos. Pero entre el parecer y el ser puede mediar un abismo, por ello hay que recurrir a esconder, o no manifestar, las carencias que convierten en vicio lo que se espera sea virtud.
En menos de cuarenta y ocho horas, las sonrisas, los abrazos, los agasajos que rodean al presidente del Gobierno se han convertido en ataques frontales a su política, en críticas descarnadas a sus principios, a sus objetivos, y todo a la luz del mundo. Ni siquiera han tenido la prudencia de disimularlo, como en tantas ocasiones, atendiendo a la obligada diplomacia.
En unas horas, la presidenta de la Airef le ha pedido un plan de ajuste –en 1959 le llamamos plan de estabilización– porque el nivel de endeudamiento público, aun con esfuerzos, no volverá a ser aceptable al menos en treinta años. La respuesta, al menos pública, del presidente ha sido como si todo fuera un camelo.
Pero en el mundo que nos rodea creen más a la Airef que al presidente, de ahí el eco que tal juicio ha tenido en organismos públicos y privados, europeos e internacionales.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), tan condescendiente generalmente, ha sido especialmente duro en esta ocasión con España y con su presidente. En la revisión habitual de sus previsiones no ha tenido ambages en afirmar que todas las economías industrializadas están en la senda de mejora salvo la española. Tan así que en España, en 2021, no se generarán nuevos puestos de trabajo, ni siquiera disponiendo de los fondos de la Unión Europea; esos que espera Sánchez para sus estériles promesas.
Mucho antes de estas cuarenta y ocho horas a las que me refiero, algo semejante habían proclamado las grandes agencias de calificación. Pero estas sólo interesan a los inversores; como si fueran unos mindundis a ignorar.
Elocuente es la opinión del profesor Sell (Universidad de Múnich), que, preguntado sobre la economía española, ha afirmado que es irresponsable entregar el dinero europeo al actual Gobierno español; además, que no pueden transferirse fondos únicamente con el control de una auditoría de la Comisión Europea. Clarísimo y contundente.
El peligro es la sospecha, más que fundada, de que tales fondos no irán a modernizar la economía, sino a cubrir compromisos electoralistas, atenazados en la investidura de Sánchez.
Todos, dentro y fuera, lo saben, menos el Gobierno, que sigue en Babia.