"A cojón visto, macho seguro". O ese otro, un poco menos gráfico: "El lunes, la quiniela es muy fácil".
Todos somos excelentes pronosticando lo que ya ha ocurrido. Destripando sus causas, orígenes, desarrollo y culpables. Ése yo ya lo dije del que nunca existe testimonio previo
En Grecia por ejemplo, en el verano de 2015. Tras el referéndum y aquel interminable fin de semana del 10-13 de julio en Bruselas. Todos sabíamos entonces lo que había pasado, cómo había empezado y por qué.
- El arranque es una crisis económica. Muchos años antes, a comienzos de los 90, que golpea un país que ya arrastraba unos enormes problemas y desequilibrios.
- Una crisis con una salida más política que económica. Y siempre mirando a Bruselas: reformas, las justas; y petición de ayuda de nuestros socios, porque en aquellos años era necesario afrontar la expansión de la UE y la llegada del euro.
- Quizás el país no estaba preparado para aquello. Quizás habría que haber sido más estricto en el cumplimiento de las normas. Quizás habría que haber controlado unas estadísticas que hacían dudar a muchos expertos. Pero en aquel momento, quién se iba a preocupar de eso. Hablamos de finales de los 90 y comienzos del año 2000. La apuesta por la moneda única era un paso decisivo en el camino de la UE. Y si había que poner dinero (o tipos bajos o la solvencia de Alemania como respaldo) se hacía.
- Y se hizo. Las reformas, al cajón; el dinero o el crédito fácil, al presupuesto; los desequilibrios, en el mismo sitio que diez años antes.
- El problema es que el largo plazo en algún momento se convierte en corto: y llega la crisis financiera de 2008 y luego la crisis de deuda soberana de 2010-12. Y la porquería acumulada debajo de la alfombra hay que limpiarla el día de la mudanza. Lo que podría haberse solucionado poco a poco, ahora es una cochambre y no hay por dónde empezar. En ese momento, sólo quedan las soluciones de trazo grueso y las medidas contundentes: rescate, hombres de negro y recortes de los de verdad. Evitar que la gangrena se expanda a otros lugares, aunque haya que amputar el miembro enfermo.
- ¿El resultado para los que entran en esa dinámica? En el mejor de los casos, Grecia 2015: una década perdida y, si hay alguien capaz de hacerse responsable del desaguisado, una reconstrucción que durará años y será durísima. En el peor de los casos, Argentina 2001.
Pero España no es Grecia:
- Nosotros no tenemos desequilibrios acumulados desde hace 30-40 años ni hemos ido retrasando las reformas según nos llegaba el dinero o el crédito desde Bruselas. O, lo que es casi peor: revirtiendo, en cuanto las cosas han mejorado algo, lo poco que habíamos hecho cuando estábamos con el agua al cuello.
- Nosotros no hemos mentido sobre las cuentas públicas o nuestros compromisos de déficit.
- Nosotros no hemos comprometido el buen nombre de las instituciones (económicas, judiciales, técnicas...) con cargos políticos y presiones del Ejecutivo para que sus informes se acomoden a sus exigencias. Ni nombramos para dirigir a las grandes empresas públicas a los amigos de los ministros. Ni repartimos el dinero a las regiones en función de las necesidades parlamentarias del Gobierno de turno.
- Nosotros no tenemos un pasado de derroche de decenas de miles de millones de euros en proyectos faraónicos (en obras públicas, en renovables...), sin ningún impacto en el crecimiento a largo plazo pero mucho impacto en las próximas elecciones.
- Con nosotros, la UE no está dispuesta a lo que sea, incluso a tirar el dinero durante un tiempo, si con eso se gana 3-4 años de tranquilidad, de apariencia de normalidad, de aquí no ha pasado nada y nos podemos hacer fotos de familia tras cada cumbre, sonriendo y hablando del futuro del proyecto europeo [otro día tenemos que hablar de cuánta culpa tiene en todo esto la irresponsabilidad de los políticos responsables y de esas instituciones tan serias que nadie se toma en serio]
- Los políticos españoles no han intentado (y conseguido) que la condicionalidad de ese paquete de rescate sea, cuando menos, poco exigente. Y tampoco parece que lo que quieren es sacar todo el dinero que puedan a Bruselas, regalando los oídos a nuestros socios, mientras luego hacen de su capa un sayo una vez que obtiene los fondos prometidos.
La prima y las reformas
Porque, claro... ni somos Grecia en 2005, ni éramos Italia en febrero. Mientras a 550 kilómetros de nuestra frontera se extendía la pandemia, aquí montábamos manifestaciones. Y unos pocos agoreros nos decían: "Si no hacemos nada, nos pasará lo mismo que ha pasado allí (o peor). No somos especiales ni diferentes a ellos. Simplemente por pensar que ‘no puede pasar aquí’... no vamos a vacunarnos. Si queremos ‘que no pase aquí’ tenemos que hacer ‘lo que no han hecho allí".
En este punto, recupero la cita que más he usado en la última década. Y no lo hago porque sea de mi amigo John Müller, sino porque explica perfectamente la realidad que no queremos ver: "El único reformador serio que ha habido en España en los últimos 30 años ha sido la prima de riesgo". Yo iría un poco más allá que John y diría la amenaza de quiebra. Desde los 70 con los Pactos de la Moncloa, pasando por la reconversión industrial de los 80 y la resaca de la borrachera del 92: como los malos estudiantes, sólo hemos hecho los deberes cuando nos hemos visto al borde del abismo. Y, casi siempre, intentando hacer lo menos posible para que nos dieran el aprobado raspado.
Recuerden estas palabras de Müller, porque la principal característica del paquete de rescate de la UE y de las políticas expansivas del BCE es que nos han quitado de encima la prima de riesgo. Mucha solidaridad, mucho compromiso y mucho bla-bla-bla europeísta... pero el fondo del asunto es el que es: en los próximos años, los países pueden endeudarse sin dar cuentas a nadie y sin ninguna presión. No hay más que ver cómo ha presentado los Presupuestos para el año que viene el Gobierno. ¿Tensión por estar en medio de una crisis? ¿Déficit? ¿Deuda?
Por último, otra recomendación que ya he hecho otras veces. El libro que todos los políticos de la UE deberían releer en los próximos meses: Comportarse como adultos. Mi batalla contra el establishment europeo, de Yanis Varoufakis. Lo más curioso es que Varoufakis era probablemente el ministro griego más preparado. Sí, el que llevó al país al límite y estuvo a punto de lanzarlo al precipicio no fue un analfabeto económico, sino alguien que casi podríamos considerar un técnico, un tipo chulesco y arrogante, pero con conocimientos sobre la materia, con esa mezcla de arrogancia-clasismo-fanatismo tan del gusto de la izquierda chic. Que se alió a los descerebrados de la extrema-izquierda de Syriza (fantásticos y aterradores, al mismo tiempo, los pasajes del libro en los que explica lo mal de la cabeza que están) para lanzar un órdago en el que él no se jugaba nada más que su orgullo (saliera bien o mal, él seguiría siendo millonario y dando conferencias por el mundo) pero que podía convertir a su país en la nueva Argentina.
El libro es entretenidísimo (aunque está lleno de escenas que apestan a mentira, pero eso ya lo intuíamos). Y tiene una virtud esencial: mostrar lo cerca que estuvieron los griegos del desastre en esa noche del 12 al 13 de julio, con amenazas mutuas, incomprensión, cansancio entre los negociadores, populistas en el Gobierno griego dispuestos a todo para salirse con la suya...
Hablábamos al principio del artículo de paralelismos y podemos tener la tentación de pensar que también Sánchez, como Tsipras, reculará en el último minuto. Pero eso no es para nada inevitable. Porque además, la sensación de que este Gobierno está dispuesto a todo no se circunscribe al ámbito económico: las peores señales son las que llegan del destrozo político-institucional que está causando.
Y les quedan tres años (como mínimo). Es tristísimo decirlo, pero nuestro drama es que cada día estamos un poco más cerca de que nuestra mejor opción sea que Sánchez se parezca Tsipras.