El ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, ha sugerido la necesidad de reducir las prejubilaciones para acercar la edad efectiva de jubilación a los 67 años. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, respondió que las prejubilaciones eran necesarias para facilitar el acceso de los jóvenes al mercado de trabajo. Es a esta última idea a la que me quiero referir.
La opinión de la ministra Díaz implica suponer que hay una cantidad determinada de trabajo a realizar. Entonces, si se quiere que alguien entre al mercado de trabajo (en este caso los jóvenes), sería necesario que otro lo abandone. La ministra Díaz enfoca el mercado de trabajo como si fuera un teatro o un restaurante que están con aforo completo: para que entre alguien más, otro debe salir. Es un enfoque equivocado.
Ya en 1993 se publicó el libro El fin del trabajo, en el que su autor, Jeremy Rifkin, anunciaba un futuro con desempleo alto y permanente. La solución que proponía era "distribuir las horas", obligando a la gente a trabajar a tiempo parcial, de modo de dejar hueco para todos. Por supuesto que la "solución" jamás logró ponerse en práctica (solo Francia cometió la osadía de aprobar, para luego descafeinar, la semana laboral de 35 horas): si se trabaja un 30% menos de horas, pero se obliga a mantener intactos los salarios, solo se conseguiría una quiebra masiva de empresas. Y eso pueden verlo incluso los socialistas de todos los partidos.
Desde la publicación de ese libro, con apocalípticos augurios, hasta comienzos de 2020, en Estados Unidos se crearon 43 millones de empleos (+39%) y, hasta antes de la pandemia, se había alcanzado el pleno empleo (tasa de paro inferior al 4%). El caso norteamericano desmiente los argumentos de quienes piensan como la ministra Díaz: ni la tecnología destruye empleo en términos netos ni es imposible seguir creando puestos de trabajo cuando se alcanza un nivel muy alto de desarrollo.
El trabajo humano es un factor de producción irreemplazable: no hay mercancía o servicio que pueda producirse sin su participación. Al mismo tiempo, sabemos que las necesidades humanas son ilimitadas. Pensemos en la España de hoy: ¿todos tienen la vivienda que desean o muchos preferirían una mejor? ¿no hay nadie que quiera más y/o mejores ropas, muebles, electrodomésticos, móviles, coches, etc.? El mismo es el caso de los servicios: de poder permitírselo, muchísimos más irían con mayor frecuencia al cine, a un restaurante o al dentista.
Toda esa demanda potencial implica que hay muchísimo trabajo por hacer y millones de puestos de trabajo por crearse. La pregunta, entonces, es por qué no surgen nuevas empresas para aprovechar esas oportunidades. O por qué las empresas que ya existen no crecen para aprovecharlas.
La respuesta es muy simple: porque no les dejan. Altos impuestos, múltiples y cambiantes regulaciones, legislación laboral francamente mejorable, prohibiciones, licencias, cupos, trabas a la competencia, amenazas macroeconómicas (déficit fiscal y deuda pública) y amenazas políticas (separatismos, ataques a la independencia judicial, etc.), conforman un cóctel que desalienta la inversión productiva. Y sin inversión productiva no pueden crecer ni el empleo ni los salarios.
Si se removieran las trabas a la inversión, no solo habría empleos para los jóvenes, sino que las personas con más experiencia encontrarían incentivos para prolongar voluntariamente su vida laboral. El mercado laboral necesita de todos.
La tragedia es que, pese a encontrarnos en la peor crisis económica y sanitaria, como mínimo, desde la Guerra Civil, el Gobierno de Pedro Sánchez no solo carece de plan, sino que multiplica las amenazas a la inversión (subir impuestos, derogar la reforma laboral, imponer nuevas regulaciones innecesarias, como la del teletrabajo, etc.). No conforme con eso, busca el apoyo de partidos que promueven la desmembración territorial del país.
Con políticas adecuadas podríamos aspirar al pleno empleo y al bienestar para todos. Sin embargo, por ahora, la única "salida" que se le presenta a muchos jóvenes es Barajas.
Diego Barceló Larran es director de Barceló & asociados (@diebarcelo)