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Jayanta Bhattacharya, el experto crítico con el confinamiento: "El rastreo es inabarcable y fútil"

El profesor de Stanford, una eminencia en el campo de la salud pública, cuestiona las estrategias empleadas con la covid-19.

El profesor de Stanford, una eminencia en el campo de la salud pública, cuestiona las estrategias empleadas con la covid-19.
LD entrevista a Jayanta Bhattacharya | Universidad de Stanford

Desde que estalló la pandemia de la covid-19, las autoridades sanitarias se han visto obligadas a buscar un punto de equilibrio entre tomar medidas que protejan la salud de los ciudadanos y, al mismo tiempo, evitar que las restricciones adoptadas impongan costes económicos demasiado elevados. España destaca para mal en ambos frentes: tenemos los peores datos de mortalidad y lideramos la caída de la producción.

La segunda ola de contagios que atraviesa nuestro país desde finales de verano ha hecho que este debate vuelva a cobrar fuerza. Para abordarlo, Libre Mercado ha entrevistado a Jayanta Bhattacharya, toda una eminencia en el campo de la salud pública. Nacido en India pero afincado en Estados Unidos, dirige el Centro de Demografía y Envejecimiento de la Universidad de Stanford, donde también imparte clases de epidemiología y de economía, los dos asuntos en torno a los que gira el debate por el que le preguntamos durante nuestra conversación.

Los confinamientos fueron la respuesta generalizada ante la pandemia y, seis meses después, siguen teniendo muchos defensores.

Los confinamientos no erradican una enfermedad. Como mucho, suavizan o mitigan su propagación, pero hasta ahí. Y, para lograr esos resultados, los confinamientos imponen costes muy elevados tanto para la economía como para la salud de las personas. Decisiones así deben tomarse apelando a la razón, no al pánico.

Vd. ha abogado por proteger de forma específica a los grupos de riesgo.

Ya en marzo sabíamos que la letalidad del covid-19 es muy baja para la mayoría de los ciudadanos, de modo que lo que tiene sentido es acotar las medidas de protección para centrarlas en las personas más vulnerables. El coste-beneficio de un confinamiento generalizado muestra que no es una política aconsejable, al contrario de lo que arroja el análisis de coste-beneficio para un esquema en el que las medidas se limiten a proteger específicamente a aquellos grupos de población que sufren una mayor letalidad, caso de los mayores.

El Premio Nobel otorgado recientemente a Angus Deaton puso de manifiesto que proteger la economía es proteger la salud, y viceversa. ¿Por qué hay tanta gente afirmando que debemos elegir entre una y otra cosa?

Porque creen, de forma equivocada o interesada, que hay un conflicto donde, realmente, no lo hay. Es falso que tengamos que elegir entre el dinero o la vida. En las últimas décadas hemos visto que un rápido crecimiento económico a nivel global ha mejorado notablemente la salud de las personas. Cuando nací, la esperanza de vida en mi país de origen, India, era de 48 años. ¡Yo ahora tengo 52! Y la esperanza de vida en India ya ronda los 70 años, y subiendo.

La economía y la salud van de la mano. Por lo tanto, si un país opta por una política tan drástica como el confinamiento masivo, la consecuencia será un golpe muy fuerte a la economía, pero también una serie de consecuencias negativas para la salud. Las campañas de vacunación se han detenido, de modo que veremos cómo vuelve a subir la incidencia de enfermedades como la tuberculosis. La salud mental también se resiente. Y, no lo olvidemos, hay gente que ha interrumpido o descuidado el tratamiento de otras enfermedades o dolencias por el miedo a contagiarse de covid-19 en hospitales, consultas médicas o centros de salud. Todo esto tiene importantes consecuencias para la salud. ¿Y la economía? Pues obviamente vemos que se ha desplomado. Este año, la pobreza va a subir en 130 millones de personas. El paro aumenta, los salarios bajan…

Había preocupación con la "vuelta al cole". ¿Cree que la evidencia disponible avala la reapertura o que el miedo es fundado?

Sabemos que la incidencia de la covid-19 es muy moderada entre los más pequeños. La tasa de mortalidad por debajo de los 18 años es muy reducida, ronda el 0,001%. La gripe, por ejemplo, tiene mucha más letalidad entre los niños, por mucho que sea igualmente un porcentaje muy bajo. Y, si no cerramos los colegios por la gripe, ¿vamos a cerrarlos por la covid-19? Además, sabemos que la transmisión entre niños y adultos es mucho más baja de lo que se creía y, por otro lado, la experiencia de la reapertura de las aulas ha sido positiva en todos los países.

Además, el coste de no escolarizar a los niños es enorme. Enorme. Los colegios son un nodo central para el aprendizaje, pero también para la nutrición, el ejercicio, la socialización y el desarrollo cognitivo y psicológico. La evidencia disponible muestra que aumentar uno o dos años la etapa formativa tiene un impacto directo en la salud futura.

Vd. argumenta que esta es, además, una política igualitaria.

La escuela es fundamental para reducir la desigualdad, porque los ricos siempre podrán buscar alternativas formativas para sus hijos, pero ¿y el resto? ¿Contratarán todas esas familias a un profesor privado? Obviamente no tienen medios para hacerlo. Por lo tanto, cuando hablamos de reabrir las aulas también hablamos de evitar que la desigualdad se dispare.

Ha coordinado tres estudios de seroprevalencia. ¿No cree que se están ignorando los hallazgos de este tipo de trabajos, que tienden a enseñar una incidencia mucho mayor pero también una letalidad mucho más baja?

Creo que estudiar cuántas personas tienen anticuerpos y han pasado la enfermedad es una herramienta fundamental para entender mejor la situación epidemiológica. En el segundo trimestre del año coordiné dos informes en California: uno para el condado de Los Ángeles y otro centrado en el de Santa Clara. Encontramos que hubo hasta 40 o 50 veces más contagios de lo que decían las cifras oficiales de positivos. Por lo tanto, la letalidad de la covid-19 en estas áreas sería del 0,2%, muy por debajo de los datos que se habían manejado hasta entonces. También hice un estudio similar para la Liga Nacional de Béisbol y encontramos conclusiones similares entre los trabajadores de sus distintos equipos.

Hay alrededor de 75 estudios de seroprevalencia publicados a nivel mundial. En España, el informe publicado por el Ministerio de Sanidad muestra una tasa más elevada, pero esto puede explicarse porque la propagación estuvo más concentrada entre grupos de riesgo, esencialmente los mayores. Pero, en suma, estos estudios revelan que la letalidad de la covid-19 tiende a 0,2%. Partiendo de esa base, diría que la cobertura mediática ha mantenido su tono alarmista y no ha explicado estos hallazgos.

¿Qué le parecen los nuevos test de antígenos que están comprando los gobiernos para hacer pruebas de covid-19?

Los test de PCR que se han venido empleando son certeros, pero muy lentos. Además, tienen un coste muy elevado. Por ese motivo, no son tan útiles si lo que se quiere hacer es desplegar una estrategia de test masivos. Los test de antígenos son mucho más rápidos y baratos. Por tanto, tienen la ventaja de que se pueden desplegar de manera generalizada. No obstante, aunque su sensibilidad y especificidad ha mejorado y ronda el 95%, no podemos ignorar que hay un margen de error del 5% y que esto puede acarrear un problema de falsos positivos o falsos negativos. ¿Es eso problemático? No para la ciudadanía en su conjunto, pero sí para los grupos de riesgo, que son los que debemos priorizar.

Desde el gobierno de España le dice al de la Comunidad de Madrid que haga más test para bajar la tasa de positivos del 20% al 5%. ¿Qué le parece este criterio?

No hay ciencia que respalde que la cifra mágica es un 5%, porque todo depende de la muestra sobre la que se hacen las pruebas. Si la muestra se acerca al cuadro real de contagiados, podría ser bueno que el resultado sea de 20%, puesto que revelaría que se está encontrando a los contagiados. Si el porcentaje es del 1% y la muestra se aleja del número verdadero de afectados, entonces no sería bueno. Pero, en cualquier caso, creo que debemos cuestionar las estrategias basadas en test masivos y rastreo.

Explíqueme esa desconfianza hacia los test masivos y el rastreo.

Veamos. Esta enfermedad se propaga demasiado como para poner el foco en ese tipo de respuesta. Los test masivos y el rastreo pueden funcionar si actúas al comienzo de la pandemia, en enero o como mucho en febrero, y no tienes casos importados que aumenten la propagación de manera exponencial. A Corea del Sur o Nueva Zelanda, que actuaron muy temprano, les sirvió. Pero eso no es aplicable ahora mismo, porque la enfermedad lleva más de seis meses circulando y su capacidad de propagación es enorme, de modo que es una estrategia que siempre irá, en mayor o menor medida, por detrás. Las métricas en las que debemos fijarnos son otras. Por ejemplo, ¿cuántos positivos hay entre grupos de riesgo? Quizá ahí sí tiene sentido hacer pruebas de forma más intensa, por ejemplo en residencias de mayores.

De modo que los test masivos pudieron habernos servido a comienzos de año, pero ahora ya no tienen la misma efectividad.

Claro. Y con el rastreo también hay muchos problemas. He escrito recientemente un artículo sobre su futilidad para este tipo de enfermedad. En las enfermedades venéreas, por ejemplo, este tipo de enfoque es muy útil e incluso diría que vital. Pero la covid-19 es algo distinto, se propaga masivamente por la población, de modo que el rastreo aspira a lograr algo inabarcable. Hay millones de personas contagiadas, de las cuales una gran mayoría son asintomáticos, de modo que el rastreo irá siempre por detrás.

Pues el gobierno español le pide a las autoridades madrileñas que sigan aumentando su número de rastreadores.

Es que realmente necesitarías decenas de miles de rastreadores si lo que quieres es siquiera aproximarte a la verdadera situación. Por lo tanto, no hay que centrarse en eso. De hecho, no hay que olvidar que el rastreo cuelga de la memoria y la honestidad del rastreado. En Los Ángeles, por ejemplo, más del 60% de los contagios identificados admitieron que no fueron capaces de comunicar de forma fehaciente con quiénes habían interactuado recientemente e, incluso, una parte importante reconoció que omitió información por miedo a provocar un alto número de cuarentenas en su entorno.

Por último, quiero preguntarle por el gasto sanitario. Soy de la opinión de que se habla mucho de la necesidad de aumentarlo y poco de lo importante que es aumentar la eficiencia del gasto ya existente, por no hablar de que deberíamos evaluar de forma cautelosa la aprobación de cualquier desembolso extra.

La clave, en efecto, es evaluar el coste-beneficio del gasto sanitario, sea este gasto existente o una propuesta de futuro. Hay carencias en el sistema sanitario que deben subsanarse y se me ocurren muchos focos en los que invertir más, pero también debemos evaluar qué gastos existentes pueden emplearse mejor. Hay que evaluar el coste y el beneficio. No se trata de gastar por gastar.

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