España está en la diana. Llevamos meses sin dar una sola noticia positiva desde el punto de vista económico o político, y lo peor es que esto no ha hecho más que empezar.
Nos empeñamos en demonizar un sector estratégico y que aporta el 15% del PIB como es el turismo. ¿Resultado? Éxito absoluto. Tal y como contaba el Financial Times el pasado 18 de septiembre, mientras las tiendas de Gran Vía estaban pensando cerrar no por la crisis sanitaria, sino por la económica, en Alemania las ventas minoristas ya han recuperado los niveles precrisis, y eso que el comercio exterior aún no se ha reactivado.
Nos empeñamos en no afrontar la crisis sanitaria desde sus orígenes, no pusimos medidas en Barajas, no establecimos mecanismos de protección ni un marco jurídico claro, estable y predecible. ¿Resultado? Estamos entrando en la segunda ola con problemas similares a la primera, pero con una sensación de cansancio y zozobra que no ha conocido este país desde la guerra civil.
Podría seguir poniendo ejemplos para llegar a la misma conclusión: El Gobierno de España no ha estado a la altura. ¿Resultado? España no sólo es la que más ha caído durante el primer semestre (22% frente al 15% de media en la Eurozona), sino también, ya de manera oficial, la que peores perspectivas tiene.
Esta semana hemos conocido los informes de Funcas y del Banco de España, cada cual más desalentador. El agujero en nuestra riqueza y en nuestra capacidad productiva es de tal calibre que ha dejado de tener sentido preguntarse cuánto vamos a caer para concentrar el interés en cuándo nos recuperaremos de este desastre.
Hay una cosa clara: nunca será antes de 2023. Los analistas más optimistas señalan principios de 2024 y otros, como la economista jefe del Banco Mundial, retrasan este hito hasta 2025. Mi opinión, desde el pasado mes de junio, es que los que hoy son tildados de pesimistas poco a poco irán mutando hacia los escenarios más probables.
Las previsiones del Banco de España, que anticipan una caída del PIB de hasta el 12,6%, reducen las estimaciones de crecimiento para 2021 a la mitad en todos los escenarios y apuntan hacia un déficit del 12,1% del PIB ya en 2020, que se reducirá sólo hasta el 8,2% en 2022, me parecen optimistas. La razón es muy sencilla: es difícilmente creíble cualquier escenario con menos de un 25% de paro y unas finanzas públicas sin dificultades de financiación para una economía con un crecimiento muy bajo.
Sin empresas no hay recuperación
En los próximos días vamos a comenzar a ver el primero de los efectos no contemplados por prácticamente todos los analistas en marzo: lo importante que es el turismo para nuestro país. Los datos de agosto ya reflejan una nueva caída en el número de empresas registradas en la seguridad social. Es cierto que el mes de agosto tiene un componente cíclico negativo, pero tras la caída de más de 80.000 empresas durante el confinamiento, por puro efecto base la tendencia debería seguir siendo al alza. Y eso, sencillamente, no ocurre.
Que alguien con un mínimo de lógica me diga cómo vamos a reabsorber a las más de 800.000 personas registradas en un ERTE y a los 3,8 millones de parados con la situación tan grave que arrastra nuestro tejido empresarial. Sin empresas no hay recuperación posible.
El gobierno del aplauso y del marketing continúa inmerso en sus guerras ideológicas. Hay países que han llevado a cabo estímulos a sus sectores estratégicos, otros han reducido impuestos, y otros están conjugando medidas de oferta y de demanda. ¿Y nosotros? Una nueva ley de memoria histórica para borrar nuestro pasado y tergiversarlo con el único objetivo de perpetuarse en el poder.
El tiempo, y sobre todo Europa, nos da aire. Pero el crédito no es infinito y la confianza en una recuperación (al menos) del rumbo económico se está tornando en una ensoñación. Buena parte de los analistas señalan hacia una supuesta falta de liderazgo de nuestro ejecutivo para sacar adelante un plan trazado y creíble. Yo, añado, una manifiesta incapacidad de acción como consecuencia del estado real (en términos de caja) de nuestras finanzas públicas.
Miramos hacia Europa esperando la tan ansiada agua de mayo cuando, en realidad, lo que necesitamos es una intervención directa que ponga orden y concierto donde ahora sólo hay desorden, inacción e inseguridad jurídica. Debemos recordar que los 140.000 millones apalabrados sólo serán, en el mejor de los escenarios, el 25% de las necesidades de financiación del país para los próximos años.
La cadena de revisiones a la baja de las estimaciones macroeconómicas no ha hecho más que empezar. Fundamentalmente, por tres razones: 1) De partida, eran optimistas; 2) Obviaban los efectos perniciosos de un gobierno incapaz y sin apenas margen de actuación; y 3) Aún queda la segunda oleada de Covid, que todos esperamos sea menos dañina que la primera, pero generará alarma y titulares muy negativos en todos los medios de comunicación y, con ellos, falta de confianza a todos los niveles.
Sin ninguna duda, España merece más.