Hace apenas dos años, Boeing miraba al futuro con optimismo: el sector de los viajes aéreos crecía con fuerza, su nuevo modelo 737-Max pulverizaba cifras de ventas y, cómo no, contaba con la inestimable ayuda del sector público en forma de subsidios. Sin embargo, las perspectivas de la compañía se han tornado notablemente cuesta arriba en los últimos tiempos.
El desastre comenzó en octubre de 2018, con un accidente del recién estrenado 737 MAX. El vuelo de la compañía Lion Air se estrelló apenas 13 minutos después de despegar de Yakarta, acabando con la vida de las 189 personas que iban a bordo. Pocos meses después, en marzo de 2019, el vuelo ET-302 de Athiopian Airlines replicó la tragedia con el mismo modelo de avión, cobrándose la vida de 149 pasajeros. De manera inminente se puso en duda el proceso de certificación del aparato. El Departamento de Transportes de EEUU encargó una auditoría, y el de Justicia, la apertura de investigaciones criminales. Poco después, la FAA (Administración Federal de Aviación) retiraría el permiso de vuelo al 737-MAX, se paralizarían todas las labores de producción y comenzaría una cascada de cancelaciones de pedidos por parte de las aerolíneas.
Con la llegada del 2020, y tras la revisión de las fallas de software del aparato, el escenario parecía ofrecer algo de esperanza y la compañía estaba ya a la espera del visto bueno de las autoridades aéreas americana y europea para el regreso a los cielos del 737-MAX. Pero nada más lejos de la realidad: el 2020 empezó de peor manera posible. El coronavirus y su imparable expansión por los 5 continentes pusieron en stand by las operaciones aeroportuarias en todo el mundo. Por consiguiente, las aerolíneas efectuaron importantes recortes en sus pedidos de aeronaves, incluidos los del defectuoso 737-MAX, que ya de por sí contaba con un largo historial de cancelaciones. La concatenación de todos estos factores no se haría esperar en los mercados, haciendo perder a la acción de Boeing más de dos terceras partes de su valor en bolsa, cotizando por debajo de los 100 dólares en marzo de 2020, mientras antes de la pandemia se venía situando entre los 300 y 400 dólares. Posteriormente, y hasta el día de hoy, las acciones han ofrecido un comportamiento errático, y el valor apenas ha conseguido recuperar una fracción del terreno perdido.
Continúan las turbulencias
Por si todo esto fuera poco, Boeing sorprendía a finales de agosto con una nueva complicación, esta vez relativa a su modelo 787 Dreamliner, uno de los más exitosos. La compañía notificó a la FAA que había detectado problemas de fabricación en los fuselajes de ocho aviones del modelo mencionado, y solicitó a las aerolíneas que los operaban su retirada temporal con el fin de ser reparados. Lejos de ser un problema puntual, los controles efectuados por los problemas en los 787 han revelado nuevas fallas en el modelo: el 8 de septiembre Boeing comunicó problemas en el estabilizador horizontal de las aeronaves que aún están por entregar. Al parecer, todo se debe a ciertas irregularidades que venían produciéndose en la factoría situada en Carolina del Sur, y que ya fueron denunciadas hace meses por antiguos directivos de la planta. Viéndolo por el lado positivo, lo cierto es que estos problemas no afectan a la seguridad del modelo y, por tanto, podrán ser subsanados con relativa facilidad.
Después de la tormenta, llega… ¿la calma?
Pese a todos los contratiempos ya relatados, Boeing aún confía en que varios vientos de cola puedan ayudar a que la compañía enderece el rumbo en las próximas fechas.
El descubrimiento de una solución efectiva frente a la covid-19, la vacuna, y el desarrollo de más test rápidos para la detección del virus, serían clave para estimular la confianza de los viajeros. Esta no será fácil de recuperar, y es que el restablecimiento de los viajes y reservas de vuelos se está produciendo de manera muy comedida, atendiendo a los datos recopilados por el Consejo Mundial del Viaje y el Turismo.
Por otro lado, en los últimos días hemos podido saber que la EASA (Europa) ha completado con éxito los vuelos de prueba del 737-Max, que se unen a las pruebas ya efectuadas por la FAA (EEUU) a finales de junio. Asimismo, esta misma semana se están reuniendo en Londres las autoridades reguladoras internacionales para valorar los resultados de dichas pruebas y los nuevos ajustes a los que ha tenido que ser sometido el aparato. Por el lado negativo, hemos conocido este miércoles el informe final de la investigación emprendida por el Congreso de los Estados Unidos en relación a los accidentes del 737-MAX. Las conclusiones son duras: responsabilizan de los siniestros a Boeing y a la FAA. El demócrata Peter DeFazio, que preside la comisión encargada de la investigación, dijo lo siguiente: "Nuestro informe plantea revelaciones inquietantes sobre cómo Boeing -bajo presión para competir con Airbus y generar ganancias en Wall Street- escapó al escrutinio de la FAA, ocultó información crítica a los pilotos y finalmente puso en servicio aviones que mataron a 346 personas inocentes".
En medio de este complicado amalgama entre noticias positivas y negativas, Boeing espera disipar los nubarrones que se cernían sobre su futuro, pero no será tarea fácil. Deberá empeñarse a fondo para pelear la posición cada vez más dominante de su rival europeo, Airbus. Por otro lado, deberá lidiar con la incertidumbre sobre si los patrones de vuelo volverán a la normalidad una vez pasada la pandemia, o si, por el contrario, los viajes se reducirán de manera estructural por el creciente predominio del teletrabajo. Por el momento, Boeing ha declarado que no espera que se recuperen los niveles de actividad del 2019 hasta dentro de 3 años, tiempo durante el cual se pondrá a prueba la resiliencia de la compañía.