Este martes se cumplen tres meses desde que se abrió el plazo para solicitar el Ingreso Mínimo Vital, que el Gobierno se encargó de vender a bombo y platillo en su estrategia para "no dejar a nadie atrás" en esta crisis. El ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones ha cifrado en 330.000 las solicitudes tramitadas de las más de 900.000 que han sido presentadas desde su entrada en vigor. Sin embargo, aún hoy son miles las familias que siguen sin recibir ni un solo euro a pesar de cumplir todos los requisitos, y sin saber ni siquiera si se lo van a conceder.
Ese es precisamente el caso de Tamara, una madrileña de 32 años. Nuestra primera conversación con ella apenas dura unos minutos, pero sirve para hacernos una idea de cuán difícil es su situación: "Es el cumpleaños de mi hijo y el regalo de mis amigas ha sido una compra del supermercado, porque no tenemos dinero ni para comer". No queremos entretenerla, así que quedamos a primera hora de la mañana siguiente. Lo hacemos así, porque pensamos que sus tres niños (12, 8 y 6 años) ya estarán en clase a esa hora. Sin embargo entonces nos enteramos de que Tamara ha hablado con el colegio para retrasar su incorporación unos días, hasta que una amiga le deje dinero para comprarles mascarillas de repuesto, geles individuales y los libros y el material que les piden en clase.
Hasta hace seis meses, todos ellos hacían una vida normal. "Tampoco teníamos lujos, pero no me hacía falta que nadie me dejara nada. Si tenía que trabajar siete días a la semana, lo hacía, pero mis hijos iban a fútbol, mi niña a patinaje… No tenía que pedirle nada a nadie. Ni siquiera me hacía falta la manutención de su padre", recuerda orgullosa. Tamara lleva cuatro años separada del que fuera su marido y, aunque hace dos el juez dictaminó el convenio regulador, él nunca se ha hecho cargo de los pequeños. A la espera de juicio, sin embargo, ella siempre ha logrado salir adelante.
Hasta el 11 de marzo, trabajaba como camarera y azafata de eventos allí donde requerían sus servicios, pero aquel día todo cambió: "Las diferentes empresas con las que trabajaba me dijeron que iban a prescindir de los contratos, porque debido a la alarma sanitaria de la covid no íbamos a seguir desarrollando nuestra labor". Así que, de la noche a la mañana, Tamara se vio en la calle y con una prestación por desempleo que ella misma califica de "ridícula": 75 euros durante los cuatro primeros meses, que ahora se han reducido a 35. "Con eso, obviamente, ni sobreviven mis hijos, ni mucho menos yo —se queja visiblemente apesadumbrada—, pero vamos… Es que no me llega ni para lo básico". Su problema es el de tantas otras personas que, como ella, subsisten a base de pequeños contratos que apenas duran unos días o incluso unas horas. "Yo trabajaba con diferentes empresas, entonces en una semana podía tener tres contratos, cuatro o ninguno y, al ir al SEPE a solicitar mi prestación, me dijeron que solo me contaba la cotización del último", explica.
Los primeros meses fueron muy complicados, pero cuando Tamara se enteró de la aprobación del Ingreso Mínimo Vital y comenzó a escuchar a todos los miembros del Gobierno repetir el mantra de que no iban a dejar a nadie atrás, ella, que nunca había solicitado ninguna renta de este tipo, vio una pequeña luz al final del túnel. Se cercioró de que cumplía todos los requisitos y el 15 de junio, el mismo día en que se abrió el plazo para solicitar el IMV, fue una de las primeras en hacerlo. "Lo solicité porque era como una esperanza. Desde marzo no tenía casi ingresos y en junio salió esto y dije… Por lo menos puedo sobrevivir hasta que vuelva a incorporarme a mi puesto de trabajo". Sin embargo, tres meses después no ha recibido respuesta: "Ni confirmación, ni negación, ni nada. No sé nada". Hoy, su decepción es inmensa. "Pensé… jolín, para una cosa que van a hacer en toda la gestión bien, que por lo menos nos van a echar una mano a las personas que nos hemos quedado así de la noche a la mañana… Pero qué va. Esto era para sobrevivir y estamos sobreviviendo gracias a amigos y a nosotros mismos, pero, desde luego, no gracias a la ayuda del Gobierno".
En su caso, es Mensajeros de La Paz el que todos los días, a la hora de comer, le proporciona un plato de comida caliente tanto a ella como a sus hijos. El resto, efectivamente, se lo debe a sus amigas. "Ellas saben mi situación y me ayudan como pueden… Tamara, toma una caja de leche… Tamara, vente a limpiar y te doy 10 euros… Tamara, toma bandejas de carne…". Ella lo agradece, como no puede ser de otra manera, pero al mismo tiempo le provoca tal impotencia que se le quiebra la voz. Eso fue lo que sucedió la primera vez que la llamamos. Estaba celebrando el octavo cumpleaños de su hijo Ángel. En otra época, Tamara le hubiera preparado un cumpleaños por todo lo alto con amigos, familiares y, por supuesto, regalos, muchos regalos. En esta ocasión, la celebración ha sido bien distinta: "Vino una amiga mía, que además es su madrina, y como sabe nuestra situación, en vez de regalarle un chándal, un juguete o un juego como otros cumpleaños, vino con una tarta chiquitita del Rey León a darle la sorpresa y con una compra". Un alivio, pero también un nudo en la garganta: "Por mucho que yo intento que se mantengan al margen, ellos, con pequeñas cositas así, se dan cuenta de que algo pasa. Entienden que yo no estoy trabajando y que tengo menos dinero, pero tampoco son conscientes de hasta dónde llega mi problema, porque yo intento que no lo sea. Entonces, es duro".
Su caso no es el único. Un día, desesperada, le dio por preguntar en un grupo de Facebook con información sobre el Ingreso Mínimo Vital si había alguien más en su misma situación: mujer, separada, con varios hijos a cargo, una prestación por desempleo ridícula y sin saber nada de su solicitud. "Me respondieron 700 mamás en cosa de 12 horas exactamente. Fue increíble".
Hoy es ella la que cuenta su historia para poder ayudarlas, porque, a pesar de todos los golpes, Tamara no pierde la esperanza de que el Gobierno tome conciencia de la mella que el retraso a la hora de tramitar estas ayudas está haciendo en tantas y tantas familias: "Yo ante todo quiero trabajar, no quiero ni vital ni nada. Quiero volver a mi vida y volver a trabajar, pero, mientras tanto, si no puedo y no me dejáis, porque mantenéis todo con restricciones y todo cerrado, ayudad a las personas, porque necesitamos sobrevivir".