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EDITORIAL

La banca y los políticos

Los grandes males del sector bancario no tienen que ver con el mercado sino con la injerencia de los políticos.

En el imaginario social-comunista, la banca ocupa un lugar destacado como gran enemigo capitalista. Pero en realidad no quiere aniquilarla sino someterla con un intervencionismo tan perjudicial para las libertades como nefasto en términos económicos y de negocio.

En efecto, los grandes males del sector bancario no tienen que ver con el mercado sino con la injerencia de los políticos. Fueron los políticos los que decidieron abrir oficinas insostenibles en lugares inverosímiles. Los que ordenaron la financiación de aeropuertos casi inconcebibles, los que jalearon productos tan controvertidos como las preferentes, los que alentaron la construcción de macrourbanizaciones a la mayor gloria de los caciques locales de turno y los que, en definitiva, pervirtieron la actividad bancaria y agravaron el problema de la corrupción política.

Repárese, sin ir más lejos, en el caso del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. El doctor en Economía Pedro Sánchez. Quien, como miembro de la Asamblea General de Cajamadrid entre los años de 2004 y 2009, aprobó la mayor emisión de preferentes de la banca española hasta ese momento, por valor de 3.000 millones de euros. El doctor en Economía Sánchez tuvo acceso a la información sobre la compra del City National Bank of Miami en 2008 que desencadenó el procedimiento contra Miguel Blesa. El Doctor aduce que por aquel entonces él era uno más de los más de 300 miembros de esa asamblea y que ni pinchaba ni cortaba en la misma. Pavorosamente cierto y harto revelador de los estragos que ha generado la parasitaria casta política en el sector.

Fue la politización del sector lo que hizo que se concedieran hipotecas a individuos sin recursos con una financiación que cubría el 150% del valor de bien hipotecado. Fue la politización del sector la gran culpable de la crisis subprime. Fue la politización del sector lo que puso en marcha las fusiones frías e hizo que bancos solventes se quedaran con cantidades descomunales de activos tóxicos.

Fue la politización del sector lo que dio pie al rescate de la antigua Cajamadrid y la causa de que se hayan disparado los costes regulatorios. Fue la politización del sector lo que provocó operaciones como la absorción del Banco Popular por parte del Santander por la estupefaciente cantidad de 1 euro. Y, en fin, es la politización del sector lo que mueve la actuación de los bancos centrales, que pervierten el valor de la mercancía fundamental con la que comercian los bancos: el dinero. Los tipos artificialmente bajos de la última década convierten en misión imposible que los bancos logren ser rentables dedicándose a su negocio tradicional.

Así las cosas, los presidentes de las principales entidades bancarias se preocupan fundamentalmente del riesgo regulatorio y de estar a bien con el poder político, para que sus decisiones les beneficien o, al menos, no les perjudiquen demasiado.

En estos últimos doce años, la banca de verdad, la que ha intentado dedicarse a las labores tradicionales del sector, la que ha financiado a particulares y empresas para activar la economía productiva, ha estado sometida a tensiones cada vez mayores, ha tenido que soportar tipos de interés extraordinariamente bajos, costes regulatorios mastodónticos y, para colmo, ha sufrido el populismo judicial en forma de demandas masivas por cláusulas supuestamente abusivas.

Esa banca parece condenada, de nuevo por culpa de los políticos, a un nuevo proceso de fusiones que busca concentrar el sector, limitar la competencia y crear organizaciones con tamaño suficiente para asumir la catarata de impagos que se prevé con la pavorosa destrucción de empresas y empleo que ha traído la gestión de la crisis del coronavirus por parte del doctor en Economía Pedro Sánchez Castejón.

La fusión CaixaBank-Bankia es la primera de otras muchas que veremos no sólo en España, también en el resto de Europa. ¿Servirá para que el sistema financiero se sanee? El tiempo lo dirá. Lo que parece seguro es que, mientras los políticos sigan interfiriendo como suelen , la banca no competirá por dar un mejor servicio a sus clientes, sino que será un rehén en las peores manos posibles.

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