Leí en La Vanguardia una entrevista con Joel Slemrod, que ha sido consultor fiscal en el Tesoro de EEUU, el Banco Mundial y la OCDE. Soltó una colección de tópicos fiscales, empezando por este:
Los impuestos no son para que no haya ricos, sino para que no haya pobres.
El experto, al parecer, no se ha percatado de que el objetivo de los impuestos es recaudar.
Tiene una posición peculiar con respecto a los impuestos: "Yo los pago por solidaridad, pero he demostrado que la mayoría tributa para que no les pillen". Después de haber demostrado algo tan interesante, no se detiene a reflexionar sobre la gran importancia de su descubrimiento, y sigue hablando de los impuestos como si el rechazo del pueblo a los mismos no revistiera importancia alguna. Lo único que importa es recaudar más "para que no haya pobres". Como si los países se hicieran ricos pagando más impuestos, y no al revés: primero se hacen ricos, y después pagan más impuestos, para satisfacer los innumerables objetivos de gente como el señor Slemrod y otros ilustrados que saben mejor que el pueblo lo que el pueblo necesita.
No tiene ninguna reflexión sobre por qué los impuestos son lo que son, y por qué cambian. Como en los años cincuenta y sesenta los tipos marginales superaron el 90%, ello habría demostrado "que podríamos subir mucho más los impuestos de lo que están y no pasaría nada irremediable". No reflexiona sobre por qué esos tipos bajaron en todo el mundo, y desde luego no fue porque los Estados son buenos sino porque no son tontos.
Y así sigue: "Tenemos mucho margen aún para subir la presión fiscal sin desincentivar el esfuerzo productivo (…) Podríamos subir más los impuestos y recaudar más también", etc. Hay que recaudar más y más, para gastar más y más, y alcanzar bellos objetivos que fijarán para todo el pueblo un grupo de ilustrados, como don Joel Slemrod. El pequeño detalle de que los ciudadanos no quieran alcanzarlos, y que su objetivo sea conservar lo que es suyo, lógicamente, es un asunto baladí.