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José T. Raga

¿Los ERTE pierden la T?

A mí no me causaría sorpresa porque son muchos los ejemplos de que lo que se regula con vocación temporal acaba teniendo un período de vigencia superior al ordinario.

A mí no me causaría sorpresa porque son muchos los ejemplos de que lo que se regula con vocación temporal acaba teniendo un período de vigencia superior al ordinario sin temporalidad.

Estoy pensando en tres grandes normas que en su promulgación estaba presente la temporalidad. La primera fue el Código Penal de 1870, probablemente el mejor que haya tenido nuestro país. Ya desde su promulgación se le apostilló como el Código Penal de Verano, porque ya estaba en mente su reforma. Pues bien, si excluimos el Código de la dictadura de Primo Rivera, que apenas duró cuatro años, estuvo vigente hasta 1932, es decir, más de sesenta años.

Casi de la misma época, la Ley de Policía de Ferrocarril de 1877, que iniciaba un período de grandes cambios tecnológicos y de mercado, no se deroga íntegramente hasta la Ley de Ordenación de los Transportes Terrestres de 1987, o sea, ciento diez años después. Y, si entramos en el siglo XX, la primera Ley de Aguas, de 1906, que por ser la primera en materia tan importante exigiría grandes cambios en tiempo breve, se mantiene vigente hasta 1985; casi setenta años.

¿Por qué los ERTE, que incorporan la temporalidad en el título normativo, no iban a cumplir con la vieja tradición? Me dirán ustedes que la situación para la aparición de los ERTE sigue manteniéndose, cuando no empeorando. Mi opinión se une a la suya, queridos lectores, pero sigo preguntándome: ¿por qué las cosas son así en nuestra nación?

Una explicación que arriesgo es esa mezcla de arrogancia del poder político-legislativo, con grandes dosis de autocomplacencia, por la que los políticos se sienten seres privilegiados; nacidos para conocer lo que otros desconocen y para saber lo que conviene a un pueblo que otros tampoco conocen.

Esa ansia regulatoria les lleva a prescindir de los hechos y sus causas, pues si lo hicieran quizá se solucionarían sin una decisión específica –dejando hacer–, no promulgando leyes, decretos… que especifican hasta el mínimo detalle los requisitos exigibles para lo pretendido.

En los duros meses de febrero –el primer paciente fue el 31 de enero–, marzo, abril… quizá con el ánimo de atemorizar, pero también por experiencias del mundo sanitario en ocasiones semejantes, se proclamaba a la nación que en otoño habría una nueva edición de lo que estábamos viviendo.

Esto lo decían también los políticos, basándose en informes científicos. Siendo así, ¿por qué los ERTE se regulan por un período tan corto? Sólo encuentro una explicación, y es que cuando los políticos repiten lo que dicen los técnicos o los científicos, simplemente, no les hacen caso; la ciencia no puede condicionar la política.

Resultado: que lo temporal acaba siendo indefinido, que es la negación del sentido temporal de las cosas. ¿Será hasta Navidad, hasta Semana Santa, hasta fin de 2021? Vaya usted a saber; ya lo verá quien viva.

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