Lamentablemente, nos encontramos inmersos en dos epidemias diferentes, aunque una provoque la otra: la del coronavirus y la de la ineficiencia en la gestión de la doble crisis surgida de la enfermedad, que no son otras que la crisis sanitaria y la crisis económica.
El Gobierno no tomó ninguna medida, ni preventiva ni temprana, cuando se supo que este nuevo virus estaba provocando un número considerable de fallecimientos en China. Prefirió ignorar lo sucedido y no cerrar fronteras con el país donde surgió el coronavirus. Tras los contagios en Italia, tampoco hizo nada, y llegó a decir, por boca de Fernando Simón, que o no habría contagios en España o serían muy pocos. Una vez que comenzaron a producirse casos en nuestro país, el Gobierno subrayaba que se trataba de casos importados, no de lo que técnicamente llaman transmisión comunitaria.
Tras ello, el Gobierno siguió sin tomar ninguna medida suave que hubiese evitado el colapso sanitario e incentivó la asistencia a la manifestación del ocho de marzo, manifestaciones celebradas en España donde se podía ver pancartas que rezaban "el machismo mata más que el coronavirus" o "el patriarcado es la pandemia y no el coronavirus".
Una vez pasó el citado día, entonces, el Gobierno cambió de orientación en cuanto a la pandemia y aplicó en España las más duras medidas de cierre prácticamente completo de la actividad productiva y decretó el encierro de los ciudadanos en sus casas, suspendiendo libertades fundamentales.
Responsable de la crisis económica
Es decir, el Gobierno no sólo no tomó medidas tempranas para evitar la expansión del contagio, sino que, además, cuando decretó el estado de alarma introdujo en nuestro país la segunda crisis, la económica, que está adquiriendo una profundidad como nunca antes habíamos visto. Enseguida trató de sacar una batería de medidas, entre los ERTE, las líneas de financiación y el aplazamiento de impuestos, pero muy insuficientes para sostener las empresas en pie que con sus medidas comenzaban a llevar a la ruina. Los ERTE se tramitaron lentamente y se pagaron más tardíamente todavía; las líneas de financiación fueron más una propaganda que una realidad durante mucho tiempo, las movilizaron en lotes parciales y no inyectaron fondos suficientes para asegurar la continuidad empresarial de muchas empresas, que se vieron obligadas a cerrar ante la asfixia financiera. En cuanto a los impuestos, aplazarlos no era la solución, sino condonarlos por ese período, pues cuando venza el plazo extra será una losa para todas las empresas.
Ante esta situación, el Gobierno, dentro de su propaganda, ha llegado a felicitarse por pagar casi seis millones de prestaciones por desempleo, como si eso fuese un dato positivo, y ha introducido la paga del ingreso mínimo vital, que apuesta por una sociedad subvencionada, domesticada y clientelar antes que por una sociedad dinámica, ágil y que se esfuerza, y ni siquiera ha sabido gestionar diligentemente dicho ingreso mínimo.
Posteriormente, se ha lavado las manos, desistiendo de sus responsabilidades y dejando a las regiones desnortadas, sin elementos jurídicos para poder actuar, que lleva a que se trate la crisis sanitaria con diecisiete normativas distintas. Lo único que ha hecho ha sido ofrecer tarde rastreadores del ejército y asegurar que el Gobierno y su minoría mayoritaria de coalición apoyarán el estado de alarma que una comunidad autónoma pida para su región, ya sea para toda la comunidad o para parte de ella, tras habernos tenido el presidente Sánchez cien días abusando del estado de alarma, de la suspensión de nuestras libertades y hundiendo más la actividad económica y el empleo cada día que pasaba.
La gravedad de la crisis
Entre tanto, el Gobierno bien parece ignorar, bien parece ocultar, la gravedad de la crisis económica en la que hemos entrado. Todos los indicadores económicos y laborales se derrumban y sólo se empeñan en vender que la recuperación será rápida, con la concesión de lo que ellos han venido en llamar "uve asimétrica", mientras alardean de los 72.700 millones de fondos no reembolsables que la Unión Europea ha concedido a España sometidos a condiciones, y con los que Sánchez ha anunciado que impulsará proyectos medioambientales y de alguna otra índole que no son los más urgentes ahora mismo para que los españoles no terminen de perder su prosperidad.
¿No se dan cuenta de la terrible situación en la que nos encontramos? Si el Gobierno no se da cuenta, las CCAA deben decirlo bien claro: nos enfrentamos a una durísima crisis económica, como nunca antes se había producido, sin margen de maniobra en la política fiscal, pues la deuda supera a mitad de año el 115% del PIB, y con la actividad económica en vertiginosa caída, dado que muchas empresas han cerrado y muchos cientos de miles de puestos de trabajo se han perdido.
Si hacemos un repaso, podemos observar que la profundidad de la crisis es enorme. Los datos económicos son clamorosos, y ese clamor es el del horror del derrumbe económico que se está produciendo, con una pérdida gigante de prosperidad, que puede costar muchos años en recobrar.
Así, en el último año la creación de empresas ha descendido un 55,9%, la cifra de negocios de la industria cae un 33,1% y el sector servicios desciende un 33,6%.
En cuanto al turismo, una de nuestras principales ramas de actividad de la economía española, que supone el 6,5% de nuestra economía de manera directa, al menos el 12% de forma indirecta y más del 20% si se le añade todo el efecto sobre el comercio y toda la hostelería, las pernoctaciones de turistas se hunden un 73,4%, las pernoctaciones de turistas extranjeros caen un 85,7%, la ocupación hotelera cae un 50% y se queda en un 35,6% de las plazas ofertadas y su ingreso medio diario retrocede un 56,8%.
¿Cómo no va a caer el turismo si el Gobierno no ha hecho nada, salvo generar inseguridad y miedo con sus decisiones? ¿Cómo no van a dejar de venir los turistas extranjeros si no se ha trabajado para crear confianza y recuperarlos?
Los datos que evidencian el desastre
Adicionalmente, la inversión extranjera disminuye un 64,2%; el PIB desciende un 22,1%; el número de parados va camino de los cinco millones -al incluir al millón de inactivos que no podían buscar trabajo durante el encierro-; queda un millón de personas en ERTE que no sabe qué va a ser de su futuro; hay 132.093 empresas menos que hace un año, según los códigos de cuenta de cotización de la Seguridad Social; y la deuda se dispara en junio por encima del 115%, hasta alcanzar el 115,22% del PIB.
Y eso sólo es el negativo de la película, porque la fotografía que nos revelan esos datos es el de miles de personas sin recursos, arruinadas, haciendo cola, como decía antes, para que les entreguen una bolsa de comida porque han agotado todos sus recursos, y muchísimos negocios cerrados para siempre, con multitud de locales con carteles de "se vende", "se alquila", "se liquida" o "se traspasa" en todas las ciudades de España. ¿Acaso nadie se da cuenta del drama humano que se está generando?
Asistimos perplejos a una actitud irresponsable en la vertiente económica por parte de la mayoría de las administraciones públicas e incluso de muchos medios de comunicación, siendo el mayor responsable y el que ha generado esta horrible situación, por su incapacidad y su forma de actuar, el Gobierno de la nación. No se dan cuenta -o no quieren darse- de que la crisis económica que se inició de manera inducida por el cierre productivo, que ahondó la intensa ralentización que ya sufríamos, va a llevar a la economía y, con ello, al empleo, al abismo.
Se ha envuelto única y exclusivamente en la bandera sanitaria, como si a quienes recordamos que hay un aspecto económico tan importante como el sanitario nos diese igual la salud de las personas. Todo lo contrario: precisamente, porque valoramos la salud, la prosperidad y el mantenimiento de servicios esenciales, recordamos que hay que tener cabeza en esta crisis de doble vertiente -sanitaria y económica- porque de lo contrario no sólo no resolveremos la sanitaria, sino que el hundimiento económico será profundo, tendremos menos recursos para los servicios esenciales, como la sanidad, con lo que se podrá atender peor cualquier dolencia y aumentarán las muertes por todo tipo de enfermedad, al tiempo que se incrementarán los casos de patologías de enfermedades psiquiátricas y del sistema circulatorio, por las depresiones y por la tensión ante un escenario realmente adverso donde se pueden producir miles de cierres de empresas y perder, así, millones de puestos de trabajo.
Es una irresponsabilidad manifiesta tratar de tapar todo con la pandemia, para anestesiar a la sociedad. ¿Qué le dicen al millón de personas que ya en marzo perdieron su puesto de trabajo? ¿Y al millón que permanece sujeto a un ERTE y que puede que pase a engrosar definitivamente las listas del paro? ¿A los autónomos que han perdido todo y han acumulado deudas porque se les ha obligado a cerrar? ¿A los jóvenes que pueden perder su futuro si no se les forma bien debido al cierre educativo presencial y que pueden tener problemas para encontrar un puesto de trabajo si por la pésima gestión de la crisis ésta se alarga una década? ¿Qué les van a decir a los pensionistas si la acumulación de endeudamiento público crece tanto que se hace insostenible el mantenimiento del nivel de gasto en las cuentas públicas y obligan a recortar las pensiones? ¿Les van a decir que después de toda una vida de sacrificio y trabajo todo ha sido una monumental estafa? ¿Creen, de verdad, que repitiendo muchos mensajes propagandísticos, como "salimos más fuertes", "unidos paramos este virus" o cosas por el estilo, van a mitigar esa dramática situación? ¿Con eso van a poder comer las miles de familias que ya empiezan a agolparse en las mencionadas colas del hambre, que ya han vuelto, desgraciadamente a España?
¿Por qué nadie cuenta la verdad? ¿Por qué nadie se fija en la situación económica que se está generando y que nos adentra en lo desconocido por la intensidad del dolor y drama que puede ocasionar de seguir así, restringiéndola? No se trata de negar la pandemia, que existe y cuyo virus puede provocar la muerte, como desgraciadamente hemos visto que sucedió con miles de compatriotas, tristemente fallecidos. Se trata de tomar medidas ágiles que habrían impedido el colapso sanitario, que es lo que realmente motivó que la mortalidad por este virus se multiplicase por cinco o por seis, por no poder dar una buena atención y por ser un virus nuevo, sobre el que no se sabía muy bien cómo actuar sanitariamente. ¿Por qué no se dice que el número de fallecidos en el mundo es del 0,01% de toda la población mundial, el de infectados un 0,33% y en España el número de fallecidos, aun siendo más alto que a nivel mundial, es del 0,061% de la población española, y el de contagiados es del 0,93%?
¿Por qué no se cuenta que aunque el número medio diario de contagios en España es mayor -desde que terminó el estado de alarma hasta ahora- al que había desde el primer caso en España hasta el fin del estado de alarma, el número medio diario de fallecidos ahora sólo es del entorno del 5% del que había durante aquel período de primavera?
No es que los fallecidos no importen: cada vida que se pierde es un tesoro irrecuperable y ellos y sus familiares han sufrido, además, en muchos casos, el abandono y el olvido, cuando no ocultación en las estadísticas, por parte del Gobierno, pero las cifras, a nivel macro, hay que darlas agregadas y en términos relativos antes de infundir el pánico en una población que, lógicamente, responde aterrada con el pasado reciente de la nefasta gestión realizada.
Ante esto, ¿qué proponen? ¿Cerrar todo de nuevo? ¿Qué garantía tiene eso de que se va a frenar el número de contagios? El encierro se decretó el catorce de marzo, y durante más de un mes siguieron subiendo contagios y fallecidos, con lo que pese a pasar más de catorce días desde el inicio del estado de alarma y estar todos encerrados, el virus proseguía con su infección exponencial. Adicionalmente, cuando el Gobierno permitió salir a pasear o hacer deporte por franjas horarias, la población coincidía mayoritariamente en los mismos momentos, y sin mascarilla -el Ejecutivo entonces ni siquiera la recomendaba- y los contagios descendían entonces. ¿No se dan cuenta de que es una enfermedad que, como todo virus, es imposible de impedir su transmisión, aunque se logre mitigar? Claro que mata más que la gripe, puesto que no tenemos vacuna ni tratamiento y se está aprendiendo a combatir la enfermedad por prueba y error, como tantas veces en medicina, pero algo ya se ha ido aprendiendo en todos estos meses en cuanto a su tratamiento. Y cuando haya vacuna y mientras exista el virus seguirá habiendo contagios y, lamentablemente, muertes, porque de la gripe tenemos vacuna todos los años, y año tras año hay enfermos de gripe y también, tristemente, vidas que se pierden por dicha enfermedad.
No se ha de bajar la guardia mientras no tengamos vacuna, por supuesto, ni negar la evidencia de la enfermedad, pero no se puede infundir un pánico terrible en la población, encerrarnos, ignorar el derrumbe económico que tenemos encima y arruinar la economía y provocar, con ello, un drama peor que el del virus. Nadie habla de proteger a los grupos de riesgo -proteger, que no encerrar, que puede provocar a los mayores otras enfermedades más graves- y que el resto siga, con prudencia, su vida normal, para que la actividad económica y laboral se recupere. No hay ni convicción ni arrojo para liderar a la sociedad, que es lo que hace falta, y no empezar a responsabilizar a los ciudadanos, como se está empezando a hacer, de los nuevos contagios. Irresponsables siempre hay, pero la población, mayoritariamente, está siguiendo las instrucciones al pie de la letra, con lo que no se puede responsabilizar al conjunto de ciudadanos de los contagios.
Si el Gobierno sigue ignorando la gravísima situación económica en la que nos encontramos, si no lidera unas actuaciones a nivel nacional que conduzcan, desde la prudencia y sin bajar la guardia, a hacer posible una completa reactivación de la economía, sobre la base de la generación de certidumbre, confianza y seguridad, entonces nos encontraremos demasiado tarde prácticamente en una depresión económica de la que podemos tardar largos y duros años en salir.