Cuando se cumplen cinco meses de la entrada en vigor del estado de alarma, que dio un poder absoluto al Gobierno social-comunista de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias durante cerca de 100 días, el balance no puede ser peor. Desde hace ya tiempo sabemos que el Gobierno conocía de sobra, desde al menos el 10 de febrero, la gravedad de la crisis sanitaria que se nos venía encima, pero no hizo nada para evitarla; de hecho, fue el descalificable Fernando Simón quien aquel día firmó un informe en el que se alertaba no sólo de lo contagioso del virus, también de su fuerte letalidad.
Las cifras son terribles: cerca de 50.000 muertos (por mucho que el Gobierno quiera reducirlos a la mitad), más de 300.000 contagiados, entre ellos 54.000 sanitarios (si hacemos caso de las cifras oficiales)... El desastre del mando único social-comunista estuvo signado por las chapuzas en la compra de material sanitario, el bloqueo de material de protección en los aeropuertos, el infame intento de Pablo Iglesias de culpar a la Comunidad de Madrid del letal impacto de la pandemia en las residencias de ancianos, pese a que era él, el flamante vicepresidente podemarra, el único responsable de evitar que el virus hiciera estragos entre nuestros mayores. Etcétera.
España, que lleva medio siglo presumiendo de tener el mejor sistema sanitario del mundo, se ha convertido en uno de los países con más muertes y contagios. En uno de los países que peor han lidiado con el coronavirus.
Los informes internacionales también apuntan a España como uno de los países que peor están gestionando la crisis económica. Nadia Calviño pasó de asegurar que el covid-19 no tendría incidencia sobre nuestra economía a prometer una recuperación impresionante en forma de V y, finalmente, a rebajar su expectativa a una V asimétrica. Cómo extrañarse de que fracasara en su asalto a la presidencia del Eurogrupo.
El arresto domiciliario que impuso el Gobierno en forma de estado de alarma tuvo por consecuencia una caída interanual del PIB del 22%, una brutal pérdida de empleo, una tasa de paro real del 40%, una destrucción de empresas sin precedentes, con cientos de miles en concurso de acreedores y otras tantas esperando el concurso en 2021 merced al cambio legislativo que aplicó el Gobierno en pleno estado de alarma para tratar de evitar que las compañías solicitaran el procedimiento de quiebra en este año.... Además, el gasto público se ha disparado y supera ya el 50% del PIB, los subsidios por desempleo han de atender a 6 millones de personas y el frenazo económico ha hecho, que de una población activa de 19 millones de individuos, sólo 13,9 millones hayan podido trabajar durante el segundo trimestre del año, para mantener a los otros 33 millones de habitantes del país.
La gestión del Gobierno tras el estado de alarma tampoco ha sido buena, estamos inmersos en una abracadabrante ceremonia de la confusión, mientras crecen las cifras de contagios, hospitalizaciones y muertos y vemos cómo algunas localidades decretan nuevos confinamientos, y al Ejército levantar de nuevo hospitales de campaña; y eso que el insufrible Simón todavía no se decide a hablar de una segunda oleada por "cuestiones semánticas".
El Gobierno se ha ido de vacaciones con el sector turístico desarbolado, aplaudiendo a los países que nos vetan como destino, sin aclarar hasta cuándo se prolongarán los ERTE de fuerza mayor, con los ayuntamientos en pie de guerra por su afán de confiscarles los ahorros y sin ningún incentivo a la actividad productiva.
Este jueves, Illa y los consejeros autonómicos de Sanidad se reunían de urgencia ante el alarmante crecimiento del número de casos para anunciar más medidas restrictivas: cierre de discotecas, prohibición de fumar en la calle si no hay distancia de seguridad, obligación de bares y restaurantes de cerrar a la 1 de la noche... Así las cosas, el miedo a un nuevo confinamiento crece cada día. Las consecuencias serían directamente letales. Si tenemos en cuenta el balance económico del primer estado de alarma, ¿tendríamos que ver cómo el paro real crece hasta superar el 60%?
Seguimos en manos de los peores para hacer frente a una situación complicadísima. No hay manera de mostrarse optimistas.