La injusta e hilarante situación ha ocurrido en Lugo, en el barrio de A Milagrosa. Las víctimas de la okupación han sido dos ancianos, de 84 y 91 años, un matrimonio gallego que todavía sigue sin dar crédito a lo que ha vivido. Ambos habían dejado su casa durante el confinamiento. Por su avanzada edad, decidieron mudarse temporalmente a casa de uno de sus hijos hasta que mejorara la situación de alerta sanitaria debido al coronavirus.
Lo que no pudieron imaginar jamás es que un grupo de okupas iba a aprovechar la coyuntura para invadir su casa, destrozarla y, además, quedarse a vivir en ella. Se trataba de dos mujeres y tres varones, de entre 18 y 31 años, y fueron descubiertos el día 22 de junio por los vecinos, quienes dieron la voz de alarma y avisaron al matrimonio de propietarios.
Según el comunicado policial, la nieta de la anciana pareja, después de recibir la noticia, acudió a comprobar a la vivienda lo que estaba ocurriendo. Hasta allí se desplazó con otros familiares, que pudieron entrar y ver que "las ventanas del segundo piso estaban abiertas y en la primera planta lo tenían todo revuelto, razón por la que trataron de entrar a recuperar sus efectos, algunos de gran valor, tanto económico como sentimental (joyas, dinero en efectivo, mobiliario o un abrigo de visón, entre otras cosas), sin llegar a conseguirlo ya que las puertas estaban atascadas con barricadas. Además, había objetos envueltos en sábanas preparados para ser sustraídos".
La familia inmediatamente acudió a la policía a denunciar los hechos. Los agentes, debido a la legislación española que protege al okupa, no podían hacer nada hasta que no salieran los ladrones del domicilio.
Fue entonces, pocos días después, en concreto el 25 de junio, cuando los familiares de los dueños del inmueble decidieron montar guardia de madrugada. Lo único que querían era vigilar que no robaran nada más. Pero esa misma noche, recibió una llamada la policía. Los okupas pedían ayuda porque "tenían miedo de los propietarios".
La nieta del matrimonio afectado, que prefiere mantenerse en el anonimato, narra al diario La Voz de Galicia, la disparatada situación y la impotencia y rabia que sintieron en ese momento: "Los okupas llamaron a la Policía para decirles que tenían miedo y la Policía nos llamó para decirnos que nos teníamos que ir de allí. Que me parta un rayo si entiendo algo", se queja con profunda pena.
Para más inri, describe el lamentable estado en el que ha quedado el hogar de sus abuelos, después de que los okupas fueran desalojados: "Había colillas tiradas por el suelo, cagadas de perros, destrozones... Llevaba tiempo sin llorar, pero cuando entré ahí, se me caían las lágrimas", cuenta con tristeza.
Por fortuna para la familia, en una de las salidas de los okupas, la policía pudo detenerlos por "un delito de robo con fuerza", no sin antes mostrarse uno de ellos altanero y chulesco: "¡Anda que no hay casas por ahí para venir a esta!", le gritó a los familiares, como si la vivienda fuese suya...