El plan para el turismo del Gobierno social-comunista llega tarde y mal y es un absoluto despropósito. El jueves Pedro Sánchez presentó una batería de medidas que no hay por dónde cogerlas. Y es que Moncloa ha armado su plan haciendo oídos sordos a las reclamaciones de un sector crucial para la economía española y que vive una crisis inaudita por la pandemia del coronavirus.
El despliegue Plan de Impulso tendrá una dotación de 4.262 millones de euros, pero la gran mayoría de ese dinero serán créditos que habrán de pedir las empresas, lo que abocará a muchas de ellas a endeudarse todavía más para sobrevivir. Ni rastro de la prórroga de los ERTE ni de las bajadas de impuestos que suplicaba el sector. Extender los ERTE hasta finales de año era esencial para unas empresas que han visto bruscamente paralizada su actividad nada menos que en los meses previos al verano, pero Sánchez y su socio Pablo Iglesias, que tiene Podemos saturado de turismófobos, se han negado a ello y dejado la cuestión en manos de la descalificable ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que por supuesto no ha ayudado. Cómo iba a ayudar una comunista que aborrece las empresas. Tampoco habrá rebaja fiscal, porque la España de Sánchez e Iglesias no es Alemania ni Portugal y aquí la ministra del ramo es la indescriptible María Jesús Montero.
El Gobierno ha tardado más de tres meses en parir este ratón. El turismo representa al 13% del PIB y emplea a casi 3 millones de personas, y el verano ya está aquí, pero los social-comunistas no le han dado la menor prioridad. De hecho, muchos de ellos andarán disfrutando viendo colapsar a un sector que, en su insoportable arrogancia haragana, desprecian y del que ignoran casi todo. Son así de fanáticos y de indeseables.
Recuérdese a Pablo Iglesias criticar que España, una de las grandes potencias turísticas del planeta, dependiera tanto del sector, tan injustísimamente vilipendiado por los ineptos que aseguran que nuestro país sólo ofrece sol y playa. O a su lacayo Alberto Garzón, otro bueno para nada que jamás ha dado un palo al agua y que, sin vergüenza, ha llegado a decir que se trata de un ramo de la economía nacional "precario y de bajo valor añadido".
Si hay algo que caracteriza al sector turístico español es su descollante competitividad. Y no es porque sea barato y primario, sino por la calidad de sus infraestructuras y empresas, no en vano España lidera el ranking de turismo del World Economic Forum (WEF) desde 2015. Unas empresas que son una absoluta referencia internacional y a las que puede condenar un Gobierno tan incompetente como ignorante y sectario. Las consecuencias, por supuesto y por desgracia, no las pagarán solo ellas.