Ha pasado un año desde que muchos celebramos el 75 aniversario de la primera edición (1944) de Road to Serfdom, Camino de Servidumbre, de nuestro recordado profesor Friedrich von Hayek, Premio Nobel de Economía –de los de antes– y fructífero pensador para bien de la humanidad.
Renuncio a hacer la mínima glosa a su persona, en espacio tan reducido, ni a su obra, conocida suficientemente por nuestros lectores, que acabaría silenciando la de Les chemins de la liberté, Los caminos de la libertad, de Jean-Paul Sartre, publicada un año después (1945). Nada que ver una con la otra ni, menos aún, uno con el otro.
La servidumbre a la que se refería Hayek –estamos en el momento cumbre de la II Guerra Mundial, año 1944– era, naturalmente, la que vendría impuesta por los fascismos que amenazan con adueñarse de Europa.
Recordándole, y como tributo a su persona, mi título de hoy va dirigido a los que ven con neutralidad, asepsia y tranquilidad de ánimo los avances del comunismo en la política española de 2020.
Se me dirá que los votos de los comunistas, algunos llamados socialistas, tampoco son tantos para justificar preocupación. Pero los llamados fascismos europeos –nazismo, fascismo y franquismo–, con diferentes perfiles e ideologías, prometían dejar expedito el camino de servidumbre del que hablara Hayek.
Hoy quisiera recordar que el llamado fascismo (nazismo) no empieza cuando Alemania invade Polonia, ni siquiera cuando Hitler gana por aplastante mayoría absoluta las elecciones. En España, tampoco con el Frente Popular o el franquismo.
Pero ¿y el peligro del comunismo? ¿Cuándo lo vio Europa? Estados Unidos lo tuvo muy claro, mientras en Europa, presuntos intelectuales, entre ellos el mencionado Sartre, profesaban lo que denominaba un marxismo-humanista. Si lo que pretendía era confundir, lo consiguió inmediatamente. Pero en Francia y en Europa pronto se extendería esa confusión, para mal de muchos.
El comunismo español –que siempre ha sido sucursalista, recordemos que fue inicialmente estalinista, después maoísta, más tarde castrista, amalgamado con el guevarismo, y últimamente bolivariano– descubrió que lo conveniente es ser comunista en un país capitalista, porque tiene de dónde sacar. Su catecismo de reivindicaciones, ni mencionarlo podría hoy en ningún país comunista.
Su procedimiento se ha suavizado, porque las revoluciones en el siglo XX, desde la bolchevique, han sido demasiado costosas, fundamentalmente, para los revolucionarios. Y los resultados, ya se están viendo entre nosotros: secretismo político –encubridor de la incompetencia–, crecimiento desmesurado del gasto público –para contentar a propios y extraños– y endeudamiento atroz, porque alguien nos rescatará.
Medidas/amenazas al uso son las nacionalizaciones –oportunidad para amigos–, las subidas de impuestos y creación de impuestos nuevos –para que paguen los ricos–, subsidios para los que menos tienen, acabando con su dignidad al pasar de trabajadores a subsidiados.
¿Es verdad que ustedes se sienten más felices, con mayor bienestar, desde que tienen veintidós ministros en el Gobierno? Porque eso es gasto y los europeos son insolidarios… Sinceramente, me avergüenza.