Hace ahora un mes y medio, los informes epidemiológicos del Imperial College británico sobre la pandemia del coronavirus se convirtieron en los documentos de referencia empleados por numerosos gobernantes y analistas que, atenazados por el miedo a la propagación del patógeno llegado, optaron por defender un estricto confinamiento de la población.
En Reino Unido, sin ir más lejos, el equipo comandado por Neil Ferguson hizo que el premier Boris Johnson abandonase su estrategia original, basada en medidas de aislamiento más moderadas, y terminase abrazando una apuesta por un confinamiento generalizado de la ciudadanía. Según los modelos que motivaron este cambio en los planteamientos de la Administración, las islas podían llegar a sufrir entre 250.000 y 500.000 muertes si no seguían las recomendaciones de la entidad.
Aunque Ferguson cobró cierta relevancia en las semanas que siguieron a la publicación de los informes del Imperial College, su figura pública ha terminado defenestrara, después de que se filtrase que ha incumplido las reglas de confinamiento que él mismo recomendó para verse al menos dos veces con su amante.
Lo que no ha caído en desgracia es la noción de que el confinamiento masivo es la única respuesta ante la pandemia, a pesar de que los datos disponibles muestran que, en realidad, el vínculo entre un cerrojazo estricto y una menor mortalidad es muy discutible. Y es que, aunque a nadie escapa que la pandemia exige replantear todo tipo de prácticas y hábitos de nuestro día a día, no está nada claro que la única forma de combatir el patógeno sea el encierro generalizado del grueso de la ciudadanía. No en vano, distintos socios de la OCDE que han apostado simplemente por un aislamiento "blando" han logrado resultados similares o mejores en su lucha contra la covid-19 que aquellos países que han recluido de manera generalizada a sus ciudadanos.
Aunque el planteamiento de Ferguson y su equipo hizo que Gran Bretaña diese un giro a su política de respuesta, no ocurrió lo mismo con Suecia, que insistió en plantear una estrategia menos restrictiva. Los epidemiólogos de Reino Unido anticiparon que este planteamiento podía generar un acumulado de 40.000 decesos a comienzos de mayo y de 65.000 muertes hasta la primera semana junio.
Sin embargo, los datos disponibles muestran que estas proyecciones no han podido ser más desacertadas. Así, el número de decesos por coronavirus en Suecia alcanzó el 1 de mayo los 2.700 muertos. Por otro lado, el número de pacientes en la UCI ronda los 400, de modo que no se espera un aumento exponencial de los desenlaces mortales durante el resto del mes. Por otro lado, si ponemos el foco en el mes de junio, podemos ver que los modelos del IHME estadounidense, corregidos a diario para ajustar el comportamiento de los datos reales, avanzan que el total de decesos acumulados a comienzos de junio será mucho menor de lo que anticipaban los epidemiólogos británicos.
Así las cosas, las cifras de Ferguson y el Imperial College se han quedado muy lejos de la realidad. Esta enorme desviación puede apreciarse en el siguiente gráfico, que presenta en una curva roja la evolución del total de fallecidos y contrasta dicha senda con los dos escenarios que estudiaron los epidemiólogos del Reino Unido (la curva amarilla plantea una estimación de banda baja y la azul recoge la predicción más negativa).