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Carlos Rodríguez Braun

Máquinas y fantasmas

Es evidente que la tecnología no reduce el empleo: si lo hiciera, el empleo ya habría desaparecido de la faz de la Tierra.

Es evidente que la tecnología no reduce el empleo: si lo hiciera, el empleo ya habría desaparecido de la faz de la Tierra.
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Tituló El País:

En España hay 900 gasolineras ‘fantasma’ y asustan a las autoridades.

Desde luego, los fantasmas asustan, y es razonable que también atemoricen a nuestros benévolos gobernantes. Pero aquí la palabra fantasma no tiene nada que ver con los espíritus sino con algo muy material: las gasolineras sin personal, que representan un 7,5% del total.

Hay dos motivos para el miedo: la seguridad y el empleo. El propio periódico reconoce que "la legislación estatal ya impuso normativas muy estrictas" en lo relativo a la seguridad, pero los sindicatos insisten en que son negativas para el empleo. No para el consumidor, evidentemente, que puede ahorrarse hasta el 16% de su factura media, unos 300 euros al año. Pero el beneficio del trabajador-consumidor no convence a los sindicalistas, que apuntan al perjuicio del trabajador-empleado y "se quejan de que cada gasolinera fantasma supone al menos la pérdida de seis puestos de trabajo".

El lamento sindical brota del error de interpretar la tecnología como una mera destrucción de empleo: comparan una gasolinera normal que emplea a una media de seis personas frente a una fantasma sin ningún empleado, y concluyen que la segunda acaba con seis puestos de trabajo.

Los economistas sabemos que esto no es cierto al menos desde 1821, cuando David Ricardo publicó la tercera edición de sus Principios de Economía Política y Tributación, con un capítulo nuevo, el 31, titulado "On Machinery". Allí demostró que la hostilidad de los trabajadores al progreso técnico, y el movimiento ludita de los destructores de máquinas, solo tenía fundamento de manera superficial y aparente. El error estribaba en no observar el efecto de la maquinaria sobre el conjunto de la economía: aumentaba la productividad, y por ende el crecimiento, y por ende la creación de puestos de trabajo.

En términos prácticos, es evidente que la tecnología no reduce el empleo: si lo hiciera, el empleo ya habría desaparecido de la faz de la Tierra.

Por tanto, la enemistad de los sindicatos contra la maquinaria es un error, pero no un error neutral, sino un error que castiga a los trabajadores, no solo forzándoles a pagar más cuando llenan el depósito de sus coches, sino imponiéndoles una economía menos dinámica y con menos capacidad de creación de empleo.

En resumen, hay fantasmas y fantasmas.

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