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Amando de Miguel

La economía patas arriba

La hecatombe económica que se nos echa encima supera cualquier capacidad de sorpresa.

En la historia de la España contemporánea hemos padecido todo tipo de revoluciones, asonadas, pronunciamientos, crisis, bandazos y transiciones. Pero la hecatombe económica que se nos echa encima supera cualquier capacidad de sorpresa. Lo raro es que no sea violenta, al menos por el momento. Esa es la novedad.

Es inútil discutir cuánto va a disminuir el PIB español. Simplemente, va a ser imposible calcular bien tal magnitud (que es siempre aproximada). La razón es que no van a poder introducirse las partidas de la delincuencia o el mercado negro. Ambas van a expandirse.

De momento, hay cabos sueltos que impiden devanar la madeja de la economía, que es un hilo sin fin. El petróleo ha llegado a un punto en el que su precio es negativo. Es decir, el vendedor te da dinero si te lo llevas, pues lo que cuesta es almacenarlo. Tanto ha sido el descenso de la demanda, con millones de vehículos parados en todo el mundo, por tierra, mar y aire. Todavía recuerdo los sesudos informes de los años finales del pasado siglo, en los que se profetizaba con toda seriedad estadística que el petróleo se iba a acabar en el siglo XXI.

Al desplomarse las bolsas (en realidad no hay más que una), el precio del oro ha subido tanto que va a llegar un momento en que la gente adinerada funda las joyas domésticas para guardar los lingotes en las cajas de seguridad de los bancos. Los cuales ya no va a ser tales. El interés del dinero se aproxima a cero, pues una economía hibernada reduce al máximo las inversiones. Ya no se van a hacer más obras públicas como las de antaño. Aun así, los impagos de los préstamos e hipotecas van a ser la norma estadística.

Desde hace unos 80 años, cuando los del hambre después de la guerra civil, no se veía el extraño fenómeno de la vuelta al campo de muchos hogares humildes. Volverá a repetirse la escena. Al igual que en los años 40 del pasado siglo, se va a registrar un alza desconocida en el precio de muchos alimentos. No es un triunfo de la ecología, sino un fracaso de la economía.

Por fin España había llegado a ser una potencia industrial; podía exportar todo tipo de artefactos, incluso submarinos y corbetas. Pero sobre todo se había convertido en el primer país turístico del mundo (en términos per cápita). El sueño se ha venido abajo al percatarnos los españoles de que nuestro país es incapaz de producir los millones de mascarillas que se necesitan de golpe para defendernos del virus chino. Encima, el Gobierno decide poner un precio fijo a las dichosas mascarillas, lo que significa automáticamente mercado negro y corrupción. Todo es cuestión de empezar.

En el entretanto, la parte buena es la expansión de la economía de la solidaridad (perdón por el oxímoron). Quiero decir que en todo el mundo, atribulado por la pandemia, florecen las ONG (organizaciones no gubernamentales o sin ánimo de lucro). La paradoja es que las principales ONG reciben de los Gobiernos la mayor parte de sus pingües ingresos. Es más, el grueso de sus gastos va a parar al funcionamiento de las respectivas organizaciones. La particularidad de este sector es que no tiene que dar cuenta a nadie de sus opacos balances. Si bien se mira, la mayor parte de las ONG son una versión de la economía sumergida, cada vez más a escala multinacional.

Las tasas de paro se alzan en todo el mundo occidental o capitalista a alturas desconocidas. En España llegaremos pronto a la tercera parte de la población activa que se encontrará sin empleo. No se precipita un levantamiento político porque los sindicatos en España son realmente terminales del Gobierno. Además, muchos parados se ocupan en tareas de economía sumergida o, en todo caso, reciben un estipendio del Fisco.

Se comprenderá que la máquina de subvenciones que es el Estado necesite alimentarse con más impuestos, tasas, multas y sobrecargos. La voracidad fiscal, que ya es alarmante, alcanzará pronto una dimensión escandalosa. Bueno, en realidad nadie va a protestar. El grado de conformidad y sumisión de la población española ha llegado a un nivel nunca visto. Y encima lo llaman estabilidad.

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