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José García Domínguez

Cuando Alemania nos debía dinero

Jamás se habría podido levantar Alemania tal como se izó en la década de los sesenta sin aquel acto de extrema liberalidad hacia ella por parte del resto de las grandes naciones de Occidente.

España incluida, lo que va a ocurrir con las economías más débiles de la Zona Euro en cuanto podamos empezar a salir de casa no resulta muy difícil de prever por la simple razón de que no será la primera vez que ocurra. Así, lo que ahora se nos vendrá encima, y con toda seguridad, habrá de suponer una repetición casi calcada del recurrente círculo vicioso de la deuda pública y las crisis bancarias, el mismo que nos amargó la existencia durante casi una década, no hace tanto por lo demás. Porque esos Estados no van a poder, y ello es más seguro aún, colocar las nuevas emisiones siderales de deuda, esas imprescindibles a fin de que sus respectivas economías nacionales se sostengan en pie. Y como devendrán incapaces de comercializarlas en los mercados, dado que tampoco ahora encontrarán suficientes compradores dispuestos a asumir el riesgo de un eventual impago por su parte, no les va a quedar más remedio que, al igual que ocurrió durante la crisis del euro de 2008, llamar a las puertas de sus principales bancos privados nacionales con tal de deshacerse de ellas. Y al modo de lo que entonces ocurrió, los bancos las volverán a adquirir con una intensidad inversamente proporcional al entusiasmo que susciten los bonos entre los clientes habituales de ese tipo de activos de renta fija.

Luego, y también como entonces, los bonos darán en ir depreciándose poco a poco, a medida que la prima de riesgo de los países emisores inicie de nuevo otra carrera ascendente hacia las estrellas. Fruto de ello, los balances del sistema financiero comenzarán por su parte a hacer aguas. Lo que hará necesarios renovados planes de ayuda, o sea rescates encubiertos, por parte de los Estados. Y vuelta a empezar. Un déjà vu. Es lo que va a pasar. Seguro. Y pasará gobierne quien gobierne, que es lo de menos. Porque la única posibilidad de que no se volviera a reestrenar esa película de terror en todas las pantallas del sur de Europa, los eurobonos, igualmente ha vuelto a ser vetada, cómo no, por Alemania. Alemania, un país provisto de una memoria histórica tan selectiva que casi linda con la pura amnesia. Y es que en el continente europeo solo existe un país, solo uno, al que los demás le hayamos perdonado generosamente su deuda soberana dos veces a lo largo de los últimos cien años. No una sino dos. Y ese país tan afortunado resulta que se llamaba y se sigue llamando Alemania.

Porque si Alemania es hoy lo que es, una de las principales potencias industriales del mundo, nos lo debe en gran medida a los 25 países, España entre ellos, que con un sentido de la magnificencia por ellos desconocido decidimos condonarles el 63% de su por entonces inmensa deuda externa, a fin de que consiguiesen reconstruir el país tras la guerra. Un perdón que incluía tanto sus préstamos internacionales pactados en tiempos de la efímera República de Weimar como sus obligaciones con terceros surgidas en la posguerra. Ni la canciller ni su ministro de Hacienda, aunque tampoco los socialdemócratas del SPD, se acuerdan ahora de aquel gesto que fue mucho más que un gesto. Por eso procede que otros les refresquemos la memoria. Fue en 1953. Reunidos en Londres, los veinticinco Estados acreedores de la República Federal de Alemania acordaron, como se ha dicho, perdonar nada menos que el 63% de todo el dinero adeudado por ese país. Quienes entonces procedimos a aquel acto de desprendida solidaridad con el pueblo alemán en apuros fuimos, entre otros, España, Italia, Grecia, Irlanda, los Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Bélgica. Jamás se habría podido levantar Alemania tal como se izó en la década de los sesenta sin aquel acto de extrema liberalidad hacia ella por parte del resto de las grandes naciones de Occidente. Jamás. Pero lo han olvidado. Es evidente. Dolorosamente evidente.

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