En diciembre de 2019, la provincia china de Hubei experimentó un espectacular aumento en el número de personas hospitalizadas por neumonía. Dos tercios de los casos detectados tenían algún tipo de vínculo con un mercado de alimentos ubicado en Wuhan, la capital de la provincia. Se cree que el brote se ha dado a través de un proceso de zoonosis, es decir, con la transmisión de la enfermedad de animales a seres humanos.
Las autoridades chinas han recibido fuertes críticas por su respuesta al brote inicial. Un estudio de la universidad de Southampton estima que el número total de contagiados se habría reducido entre un 65% y un 95% si las medidas de prevención se hubiesen adoptado a comienzos de enero.
En este sentido, no hay que olvidar que los jerarcas comunistas de la provincia fueron informados de lo que sucedía entre los días 27 y 31 de diciembre. Sin embargo, estas alertas no sirvieron de nada. Además, los doctores que hicieron públicos los primeros datos de lo que estaba pasando (caso de Ai Fen o Li Wenliang) fueron represaliados por el régimen.
Censura, destrucción de pruebas y ocultación
Pese a dicha represión, ya había informes oficiales de las autoridades sanitarias de Wuhan que hablaban de "una especie de neumonía provocada por causas aún no esclarecidas". No obstante, el 1 de enero trascendió que diversos cuadros comunistas provinciales ordenaron a los laboratorios que estaban examinando el virus que detuviesen sus pruebas y destruyesen las muestras existentes.
Esa misma fecha, el régimen cuestionó a ocho doctores por haber publicado datos de lo sucedido en WeChat, el Whatsapp chino. Uno de ellos, el oftalmólogo Li Wenliang, falleció víctima de la enfermedad, convirtiéndose en un símbolo de la represión, la censura y el ocultismo con el que las autoridades trataron lo ocurrido.
Durante la semana siguiente, la Comisión Sanitaria de Wuhan insistió en que ya no se estaban registrando nuevos contagios. Además, los representantes chinos en la Organización Mundial de la Salud apuntaron el 14 de enero que "no habían detectado evidencia clara de que el nuevo coronavirus se estuviese transmitiendo entre humanos".
El 18 de enero se celebró el Año Nuevo Chino con toda normalidad. Decenas de miles de personas se reunieron en Wuhan para participar en las festividades e incluso compartir almuerzo en los grandes banquetes comunitarios que se celebran tradicionalmente por estas fechas. De nuevo, las autoridades no solo no tomaban medidas para contener el brote, sino que incluso contribuían a su propagación al permitir eventos de masas en los que es imposible evitar una transmisión masiva derivada del contacto humano.
Tras hacer lo indecible por silenciar lo ocurrido, el régimen chino empieza a reconocer lo ocurrido el 20 de enero, cuando el propio presidente Xi Jinping habló de la "necesidad de la divulgación de información oportuna". Sin embargo, en cuanto el Partido Comunista detectó un creciente nivel de críticas por su negligente gestión de lo sucedido, Xi Jinping habló también de la importancia de "fortalecer la tarea de orientar las opiniones públicas", una llamada velada a la censura.
El 21 de enero, el People’s Daily se refirió abiertamente a lo que estaba ocurriendo en Wuhan como una "epidemia de coronavirus". Las principales ciudades de la provincia de Hubei fueron "cerradas" dos días después, el 23 de enero, aunque se estima que cinco millones de personas abandonaron estas poblaciones para esquivar las medidas de confinamiento.
A finales de enero, y rompiendo con el habitual seguidismo de la línea oficialista, la Corte Suprema del gigante asiático emite un dictamen crítico con "la represión irracionalmente dura de los rumores vertidos en internet". Uno de los jueces, Tang Xinghua, declara que, "si la policía hubiera sido indulgente con los rumores y hubiera permitido que se intercambiase información (…), se habrían podido tomar medidas útiles para contrarrestar la propagación de la epidemia, por ejemplo con el uso de mascarillas, con el cierre de los mercados de alimentos o con un refuerzo de los hábitos de limpieza y desinfección".
¿Cuántos muertos ha sufrido China?
Si damos por buenos los datos oficiales que ha compartido China, encontramos que el número de casos diarios de positivos por COVID-19 se estabilizó en torno al 15-25 de febrero y pasó a reducirse de forma sostenida en las semanas siguientes. El siguiente gráfico recoge la evolución de la curva de nuevos contagiados comunicados por las autoridades del régimen.
De igual modo, la curva de fallecidos correspondiente a las estadísticas oficiales muestra una escalada progresiva del número de muertos hasta superar la barrera de los 3.000 a comienzos de marzo. El 85% de tales fallecimientos (unos 2.500) se corresponderían con la provincia de Wuhan. Desde entonces, estas cifras se habrían mantenido más o menos estables, tal y como muestra el siguiente gráfico.
Sin embargo, la información que empiezan a compartir los pocos periodistas libres que trabajan en el país asiático pone en tela de juicio estas cifras. El gobierno británico, sin ir más lejos, ha manifestado públicamente que, de acuerdo con los datos que manejan sus servicios diplomáticos y de inteligencia, el número real de positivos sería entre 15 y 40 veces mayor (es decir, habría al menos 1,2 millones de contagiados e incluso se podría llegar a la cifra de 3,2 millones).
La prueba del algodón, en cualquier caso, podría ser el abultado número de ataúdes e incineraciones que están realizándose en la provincia. Comparando estas cifras con los niveles medios de mortalidad de la zona, diversos periodistas estiman que el número real de fallecidos por COVID-19 en Wuhan ascendería a 46.800 personas.
Nota: Este artículo incluye diversos fragmentos del informe Compendio de incertidumbres y certezas para la lucha europea contra el coronavirus, elaborado por el mismo autor.