Más que la vacuna, solución definitiva que muy difícilmente llegará antes de que hayan transcurrido un par de años tan desoladores como el instante atroz que ahora vivimos, la esperanza de poder retornar a una cierta normalidad a corto plazo remite a que la medicina devenga capaz de dar con algún tratamiento clínico susceptible de atenuar del poder mortífero del virus sobre los ya infectados, algo quizá posible. Pero, en un caso o en otro, el colapso económico que se nos viene encima va a ser de una dimensión no muy distinta a la de la primera crisis del euro que arrasó el entramado productivo español a partir de 2008. E incluso podría resultar peor, en la medida en que ahora no hay un Mario Draghi en Fráncfort capaz de pronunciar otra frase mágica que, llegado el instante del pánico coral, aplacase al modo súbito el temblor de piernas de los mercados de deuda soberana. Y no lo hay porque no lo puede haber. Cuando Draghi arribó en 2012 a la dirección del BCE, el Reino de España acababa de alcanzar apenas dos meses y pico antes el punto máximo de su prima de riesgo, 634 puntos por encima del bono alemán, y se encontraba al borde de una declaración formal de quiebra con la consiguiente suspensión internacional de pagos.
Ante ese escenario apocalíptico, también compartido por Italia, Draghi pronunció sus famosas palabras y, acto seguido, procedió a bajar por tramos el interés oficial europeo desde el 1,5%, el vigente entonces, hasta el 0% actual. Pero eso ya no se puede volver a hacer otra vez por la muy sencilla y prosaica razón de que ya se hizo. Por cierto, en aquel avatar desesperado, julio de 2012, la deuda de España era menor que la actual en relación al PIB. Sí, menor. Entonces debíamos un 86% del PIB frente al 98% de ahora mismo; es decir, objetivamente, estamos peor que entonces para afrontar otro cortocircuito súbito de la financiación pública. Pero es que no solo estamos peor nosotros, sino que está peor la práctica totalidad de Europa. Algo que ayudará, sin duda, a complicar muchísimo más la situación de nuestra Hacienda. Así, a la altura de hoy, finales de marzo de 2020, la deuda pública agregada de la Zona Euro viene sumando unos diez billones, el equivalente al valor de la producción anual de diez países como España.
Y eso, como se ha dicho, supone un 86% del PIB europeo. Lo que significa que (casi) toda Europa está muy endeudada en este desgraciado momento. Por lo demás, ese tópico manido al que siempre acuden en estos casos los adversarios de España, el tan sobado y manoseado de las cigarras golfas y despilfarradoras frente a las hormiguitas buenas y austeras, tampoco esta vez se compadece con la verdad. La deuda actual de España se sitúa muy cerca del promedio de la de la Eurozona, es idéntica a la de Francia, algo inferior a la de Bélgica y está bastante por debajo de las de Italia o Portugal. España, pues, no es culpable de ningún imaginario pecado de prodigalidad, el argumento oficial que seguro saldrá a relucir en cuanto Alemania termine de bloquear definitivamente la vía de los eurobonos. Y si no, al tiempo.