El nuevo enemigo es Holanda. Y, más en concreto, su ministro de Finanzas, Wopke Hoekstra. Hasta hace unos días, era un completo desconocido fuera de las fronteras de su país, pero esta semana se ha convertido en el malo de la película (en esto, nuestro protagonista ha contribuido con, digamos, poca mano izquierda). Parece que, en esta crisis que viene, desempeñará el papel que Wolfgang Schäuble (el ministro de Finanzas alemán en aquel momento) jugó entré 2010 y 2015: el del halcón-austericida-insolidario o el del responsable guardián de la ortodoxia, según quién escriba o lea el relato.
Los argumentos ya nos los conocemos todos. Por un lado, los países más endeudados (y también más golpeados, por ahora, en la crisis sanitaria del coronavirus) piden que la Eurozona emita un "instrumento de deuda común". El siguiente es el párrafo clave de la carta que nueve primeros ministros europeos enviaron al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, esta misma semana (aquí, el texto completo en castellano):
Un instrumento de deuda común, emitida por una institución europea para obtener fondos en el mercado sobre la misma base y en beneficio de todos los estados miembros, garantizando así una estabilidad a largo plazo en la financiación de las políticas requeridas para contrarrestar los daños causados por esta pandemia.
Estos países afirman que nadie tiene la culpa de la crisis sanitaria y económica generada por el Covid-19, que ha golpeado con más fuerza a Italia y España como podría haberlo hecho en otros países. Por eso, creen que es el momento de que aquellos estados de la Eurozona que tienen más margen presupuestario echen una mano y alivien algo la presión de los mercados: en resumen, que no obliguen a Italia, España, Portugal o Grecia a financiarse en solitario, a unos tipos muy superiores a los que podría conseguir ese instrumento de deuda común respaldado por el conjunto de la Eurozona.
Enfrente, los países que rechazan estos Coronabonos (ése es el nombre, no muy imaginativo, que se les ha dado) se preguntan por qué, una década después de que estallase la crisis, hay tantos estados de la Eurozona que siguen presentando abultados déficits. Así, en 2018, último dato disponible, España, Francia o Italia tenían un desequilibrio negativo en sus cuentas públicas superior al 2% del PIB. Enfrente, Alemania u Holanda tenían un superávit por encima del 1,5% (y no era algo excepcional: Alemania presenta superávit de forma ininterrumpida desde 2012 y Holanda desde 2016). Ya saben, la fábula de la cigarra y la hormiga y la pregunta recurrente de la hormiga: si ignoraste mis advertencias cuando era verano, por qué me pides ayuda en cuanto comienza a nevar.
De hecho, ya hay quien dice que éste puede ser el comienzo del fin de la UE. El primer ministro portugués, António Costa, en ese discurso que tanto se ha compartido en las redes sociales en estos últimos días y en el que calificó la postura holandesa de "repugnante", aseguró: "Es una absoluta inconsciencia ese tipo de respuesta. Es recurrente, mina completamente el espíritu de la UE y es una amenaza para su futuro. Si la UE quiere sobrevivir es inaceptable que un responsable político, sea del país que sea, pueda dar una respuesta de esa naturaleza ante una pandemia como la que vivimos".
Por cierto, en este punto, hay que recordar que nos acercamos a una fecha clave: la publicación de las cifras de déficit definitivas del ejercicio 2019. Normalmente estos datos se presentan a finales de marzo: no puede imaginarse un momento menos propicio que la semana que entra. Si, como todo el mundo espera, se oficializa que España e Italia han vuelto a sobrepasar los límites pactados con Bruselas (y recuerden, hablamos de 2019, antes de que nadie hubiese escuchado el término "coronavirus"), todo será mucho más complicado.
Las preguntas
Éste es, de forma muy resumida, el conflicto. Un enfrentamiento, no lo olvidemos, que va más allá del choque entre gobiernos. La diferencia de opiniones no es sólo entre Hoekstra y Nadia Calviño o entre Mark Rutte y Pedro Sánchez. Si preguntáramos a los ciudadanos de sus respectivos países, muy probablemente veríamos actitudes similares. O al menos eso es lo que piensan sus líderes: si España no ha reducido más el déficit en la última década es porque los gobiernos de Rajoy y Sánchez pensaban que esos recortes o subidas de impuestos serían mortales en las urnas. Y si los políticos holandeses o alemanes no quieren ni oír hablar de Eurobonos es, al menos en parte, porque creen que sus votantes no lo tolerarían.
Sin embargo, hay una serie de preguntas muy interesantes que están quedando sin responder. Cuestiones clave que explican bastante bien lo que ocurre y el conflicto real que subyace en este tema, pero que casi nadie se atreve a plantear (al menos en voz alta). Y es que las respuestas son incómodas, sobre todo en España e Italia. Mejor no pensar demasiado al respecto:
- ¿Qué efecto tienen los Eurobonos en la solvencia de Alemania u Holanda? Éste es un punto capital. Porque a veces parece que la negativa a compartir deuda deriva sólo de una posición moral, de los ahorradores del norte que quieren castigar al sur, que dilapida y no hace sacrificios. Si se plantea de esta manera, es inevitable el conflicto, porque nos metemos en un terreno en el que se mezclan la ética y la historia, los prejuicios (en las dos direcciones) y los tópicos. Pero no es cierto.
Cuando se habla de la mutualización de la deuda se mira sólo en una dirección: la de los países con más dificultad de acceso al mercado. Para ellos, los Eurobonos son una gran solución, porque les permitirán endeudarse de forma más barata. Pero cuidado, para sus socios (Alemania u Holanda) la flecha apunta en la dirección contraria: su coste de financiación sube si el mercado intuye que ya no sólo tienen que responder por su deuda, sino también como avalistas de lo que hagan España o Italia. Por ejemplo, en este gráfico del Financial Times puede verse que el anuncio, hace unos días, del Banco Central Europeo de la puesta en marcha del Pandemic Emergency Purchase Programme (PEPP – algo así como "Programa de Compras de Emergencia en caso de Pandemia") por valor de 750.000 millones de euros tuvo un efecto inmediato en los mercados: los tipos de interés exigidos a los bonos de España, Italia y Francia cayeron en minutos. Pero también tuvo otro efecto que se cuenta menos: los bonos alemanes ¡subieron! tras las palabras de Christine Lagarde. Es decir, la percepción de los inversores de que Alemania, Holanda o Austria nos respaldan perjudica su solvencia y eleva sus costes de financiación. Si no tenemos eso en cuenta, el diálogo será de sordos (o besugos) porque estamos hablando en dos planos diferentes.
- ¿Por qué no existen instrumentos de mutualización de deuda en la Eurozona? Sí, existen. Para empezar, el propio Euro: si quieren un Coronabono, miren a las monedas que tienen en sus bolsillos. A ver si alguien se piensa que Italia o España estarían financiándose a los tipos actuales si no compartiesen moneda con alemanes u holandeses. O si Mario Draghi no hubiera dicho en el verano de 2012 que haría "todo lo que fuera necesario" para sostener el euro.
Al final, el valor del dinero fiduciario moderno se sostiene sobre dos patas:
- 1. la confianza de los inversores en los organismos emisores (confianza en que van a cumplir unas reglas, que no va a haber excesos fiscales financiados de forma irresponsable, que no se va a imprimir sin ton ni son… en resumen, que no te vas a convertir en Venezuela o Argentina);
- y 2. la capacidad de generar riqueza de las economías en las que opera y la de sus Gobiernos para cobrar impuestos en esa moneda a sus ciudadanos (porque si haces cosas que los demás quieran comprar, necesitarán de tu moneda para acceder a tu mercado; y porque los contribuyentes, empresas y particulares, que pagan los impuestos en tu moneda son ciudadanos ricos y productivos, que hacen bienes que el resto de mundo desea)
Pues bien, en los dos casos, italianos y españoles nos beneficiamos de la superior solvencia y credibilidad que holandeses, alemanes o austriacos. Cuidado, esto no quiere decir que el euro fuera un regalo que les hicimos: los países del sur han disfrutado de tipos bajos y estabilidad monetaria durante 20 años; a cambio, los países del norte han tenido un acceso más sencillo y barato a mercados para exportar sus bienes. ¿Quién se ha beneficiado más de la moneda única? Ése es un debate para los expertos en teoría monetaria. Pero los ciudadanos que protestan contra el euro en Atenas, Roma o Madrid deberían preguntarse cómo habría sido su vida en la última década sin un dinero fiat respaldado por holandeses o alemanes.
Por eso, entre otras cosas, casi nadie se atreve a plantear en voz alta, en España o Italia, una amenaza de ruptura del euro. Hay muchas quejas sobre el funcionamiento de la moneda única, sobre el papel del BCE o sobre la falta de solidaridad de los socios… pero, al final, también hay un reconocimiento explícito de que fuera del euro hace mucho frío. Que le pregunten a los griegos como vivieron en 2015 su semana sin euro. Y cómo acabó.
- ¿Por qué no recurrir al MEDE? Si preguntamos al español medio qué es el MEDE (ESM en inglés – Mecanismo Europeo de Estabilidad) probablemente no tenga ni idea de lo que le hablamos. Pero en Italia sí está presente en el debate público: y la opinión pública del país transalpino no quiere ni oír hablar de recurrir a esta herramienta.
En sí mismo, esto es curioso, porque cuando se creó el MEDE en 2011-12 se planteó como el mecanismo de resolución de crisis financieras futuras. La idea era que sirviera para aportar fondos a los países de la Eurozona en dificultades. De hecho, si uno mira su balance (página 78 de su Informe Anual de 2018, el último publicado), sorprende el reparto del mismo: el MEDE tiene 807.000 millones de euros en activos, pero de ellos, 65.000 millones son cash y otros 625.000 millones son "capital suscrito no abonado". Apenas tiene 90.000 millones de euros en activos que representen deuda de los países de la Eurozona. Y en el lado del pasivo, lo mismo: el MEDE tiene unos 99.000 millones de deuda emitida; el resto, hasta los 807.000 millones, corresponde al Neto suscrito por sus miembros.
En términos coloquiales, esto quiere decir que casi toda la potencia de fuego que la Eurozona le otorgó al MEDE en su momento está, ahora mismo, a su disposición. Quitando los 200.000 millones de reserva que debe mantener el organismo como respaldo a su deuda, hablaríamos de una cantidad que oscila entre los 410.000 millones y el medio billón de euros. Si a esto le sumamos los 750.000 millones que el BCE ha puesto sobre la mesa (y que irán destinados a comprar deuda soberana) no debería haber problemas a corto plazo para el acceso a los mercados de los países de la Eurozona. De hecho, éste es uno de los argumentos de aquellos que se oponen a los Eurobonos: no es sólo por no mutualizar la deuda, es que creen que no son necesarios.
La pregunta es: si ya existe un mecanismo conjunto de resolución de crisis. Y tiene mucho margen a su disposición para prestar a los países de la Eurozona que estén pasando problemas. ¿Por qué esa reluctancia a utilizarlo cuando llega una crisis? Pues muy sencillo, porque el acceso al MEDE está sometido a condicionalidad: o, lo que es lo mismo, porque sería el equivalente a un rescate. Los países que pidieran fondos (incluso a través de una línea de crédito, un mecanismo más suave que el préstamo directo y que es el que ahora mismo está sobre la mesa) estarían obligados a firmar un MoU y aceptar en cierto sentido la intervención de sus cuentas, como entre 2010-2015.
Al final, esto es una batalla en la que los argumentos son económicos, pero la raíz es política: los países del sur quieren financiación sin condiciones políticas; y los países de norte no quieren ni oír hablar de mutualizar riesgos si no tienen garantías de que podrán controlar lo que hacen sus socios.
- ¿Qué han ofrecido España o Italia a sus socios? El argumento desde Roma o Madrid es muy claro. En la carta de los presidentes a Michel, lo expresaron del siguiente modo:
Las medidas de política monetaria del BCE deben ir acompañadas de decisiones igualmente audaces de política fiscal.
Necesitamos reconocer la gravedad de la situación y la necesidad de nuevas acciones para apuntalar hoy nuestras economías. Esto requiere la activación de todos los instrumentos fiscales comunes existentes para apoyar los esfuerzos nacionales y garantizar la solidaridad financiera, especialmente en la Eurozona.
Así, un resumen de lo que plantean de los defensores de estas medidas podría ser el siguiente: "Estamos en una situación excepcional. La UE fue creada exactamente para ocasiones como ésta. Por eso, es lógico que Alemania y Holanda olviden sus líneas rojas. Comprendemos que no quieran mutualizar deuda en un momento de normalidad… pero no hablamos de una situación de normalidad".
El problema es que este argumento tiene una doble cara que casi nunca se plantea. Porque alemanes u holandeses podrían decir: "Comprendemos que Italia o España no quieran ningún tipo de condicionalidad en un momento de normalidad… pero no hablamos de una situación de normalidad".
Es decir, si España o Italia se sienten con el agua al cuello y gritan a sus socios: "Nos vamos a ahogar, ¿de verdad no estáis dispuestos a saltaros vuestras reglas, para ayudarnos, ni siquiera ahora?". Es lógico que sus socios se pregunten "¿Y vosotros? ¿Qué estáis dispuestos a conceder para que nosotros podamos justificar ante nuestros electores que nos saltamos esas reglas? ¿Ni siquiera ahora, que tenéis el agua al cuello, estáis dispuestos a ninguna concesión?".
Porque esto es clave. Desde el lado alemán u holandés hay intransigencia en mutualizar deuda: eso es cierto. Pero desde el lado italiano o español también hay intransigencia en cualquier concesión en lo que a ellos les toca. ¿Qué han ofrecido los gobiernos de Madrid o Roma hasta ahora, aparte de una carta sobre valores europeos? La respuesta es nada.
- ¿De verdad esto es una lucha del norte contra el sur? Ésta es la pregunta más peligrosa. Porque, como decíamos anteriormente, si lo planteamos en términos morales, el acuerdo será imposible. Pero ni es una lucha de protestantes contra católicos (en Austria o Alemania, católicos los hay a patadas), ni los países periféricos estamos condenados de antemano. Los mismos prejuicios contra Italia o España podrían existir contra Irlanda, otro país católico, que pidió un rescate y que tradicionalmente ha estado entre los más pobres de la UE. ¿Por qué nadie mete ya a Irlanda en nuestro saco? Porque su economía es competitiva, aprobaron reformas, sanearon sus finanzas… y llevan 30 años creciendo. No es que no esté en el mismo saco que España o Italia, es que en muchas cosas puede mirar por encima de hombro a alemanes u holandeses.
De hecho, no hay más que plantearse un contraejemplo. Imaginemos que mañana se rompe el euro. Y que desde Sudamérica, Venezuela o Argentina proponen a España o Italia (países con los que tienen importantes lazos históricos y culturales) compartir moneda: ¿qué dirían los españoles o italianos a esa propuesta? Incluso, si no hablamos de moneda única: ¿qué dirían españoles o italianos a la posibilidad de emitir deuda de forma conjunta con Venezuela o Argentina o Colombia o México o Perú? ¿Qué exigirían sus gobiernos a cambio?
Probablemente, en ese caso, sus exigencias serían similares a las que ahora plantean los ejecutivos de Alemania y Holanda. Y no es porque los españoles odien o desprecien a argentinos o venezolanos o peruanos. Simplemente, cambiarían las tornas: de ser los avalados pasaríamos a ser los avalistas. Y veríamos la situación de forma muy diferente. Quizás algún político español dijera: "Si quieren deuda común, tendrán que cumplir ciertas reglas. No podemos poner la solvencia de España en juego si no tenemos unas garantías". Cuando uno se pone en los zapatos de su interlocutor, es más sencillo que comprenda sus motivos.