El primer ministro Costa, de Portugal, acaba de tildar en público de "repugnante" la excusa oficial del Gobierno holandés ante la propuesta de emitir eurobonos para combatir el impacto económico del coronavirus, sobre todo, en los países del Sur. Y le sobra razón. Porque más que repugnante resulta ese nuevo alarde de solipsismo indiferente al dolor de los demás, siempre veladamente despectivo y con su puntito racista incluido, de holandeses, alemanes y austriacos frente a los pigs, los parientes pobres del Sur que se merecen todas las desgracias que les depare el Fatum en virtud de la consabida metáfora moral de las derrochadoras cigarras holgazanas y las trabajadoras hormiguitas ahorradoras. En el fondo, el secular desdén xenófobo de los protestantes y calvinistas contra los católicos del Mediterráneo. Una basura ética, la que por norma promueve Alemania, siempre disfrazada de disciplinada y aséptica ortodoxia macroeconómica para que resulte digerible. Qué diferencia tan sideral con el proceder de Estados Unidos, tanto frente a esta desgracia como ante los estragos de la Gran Recesión de 2008.
Entonces como ahora, ahora como entonces, los gobernantes norteamericanos, fueran del color que fueran, tanto los republicanos como los demócratas, igual Bush que Obama o Trump, se apresuraron a movilizar con urgencia los recursos financieros al alcance de la Administración para que la solidaridad del conjunto alcanzase a todos los sectores de la nación golpeados por el impacto. Es lo que acaba de hacer Trump sin demora y contando con el voto unánime de los senadores, tanto los demócratas como los republicanos, hace apenas unas horas. Porque ni entonces ni ahora había tiempo que perder. ¿O alguien imagina a un alto responsable político norteamericano negándose a acudir en auxilio de tal o cual territorio en dificultades de la Federación con el argumento de que tienen que acostumbrarse a sobrevivir con sus propios recursos en medio de esta catástrofe? Ese tipo de altiva escoria solo la tenemos en Europa. Si la Unión Europea ni siquiera sirve para que sus Estados miembros se ayuden un poco entre sí cuando literalmente están muriendo y agonizando sus habitantes, ¿para qué diablos sirve entonces?
Así se nos paga a los países del Sur el inmenso privilegio histórico que supuso para Alemania que el resto de sus socios meridionales, económicamente mucho más débiles desde casi dos siglos atrás, aceptásemos renunciar a nuestras monedas nacionales, un eficaz termostato que nos defendía de su superioridad industrial al limitar las importaciones merced a la depreciación automática, para implantar el euro en su lugar. Para Alemania, el euro fue como un maná caído del cielo. Sus escandalosos superávits comerciales desde la creación de la moneda única, los más altos del mundo junto con los de China, jamás los habrían logrado conseguir sin que España e Italia renunciasen a la peseta y a la lira. Porque sus exportaciones son nuestras importaciones. Desde la implantación del euro en el cambio de siglo, Alemania no actúa como una locomotora sino una aspiradora: sus éxitos han sido a costa de nuestros fracasos. Y ese inmenso favor, el euro, ahora nos lo devuelven así: ni siquiera cediendo en la creación de unos míseros eurobonos cuando nuestra gente está muriendo en hospitales de campaña. Asco de luteranos.