Vaya por delante que lo verdaderamente dramático y lo que no tiene solución son los tristes fallecimientos de las personas que han perdido la vida debido al coronavirus. Cada vez que, por cualquier motivo, bien sea por una enfermedad, como en este caso, bien sea por cualquier otra causa, se produce una muerte es terrible, porque cada vida es un tesoro irreemplazable. Y si asistimos a un conjunto de fallecimientos concentrados no es que la pena sea mayor individualmente, pero de manera agregada son muchos dramas individuales que golpean a nuestra sociedad. Y vaya por delante también, por tanto, que lo primero y esencial es que se logre detener la infección del virus, se controle y sanen los pacientes afectados por esta enfermedad que ha irrumpido en nuestras vidas. ¿Quién no conoce a alguien cercano afectado, incluso a algún fallecido por esta causa? Esperemos que más pronto que tarde sanen los enfermos y que podamos dejar atrás el virus, así como recobrar la normalidad en nuestras vidas.
Ahora bien, adicionalmente, este virus tiene un enfermo indirecto que ocupa un segundo plano en la inmediatez del momento actual, pero que su afección puede resultar también letal para un conjunto importante de la población, no en términos físicos pero sí en términos prácticos familiares y profesionales. Ese enfermo olvidado de esta crisis no es otro que la economía. Es cierto que ahora sí hay una preocupación creciente con la situación económica, pero no parece que la hubiera ni cuando se desató el problema en China, ni cuando llegó a Italia, ni cuando asomó en España. Unida a la nula previsión para evitar el contagio y proteger a los grupos más vulnerables desde el principio y mitigar el ritmo de contagio entre el resto para no tener una saturación de los servicios sanitarios, iba la todavía más nula previsión -si es que eso es posible- sobre la economía. No es ya que no hubiese una previsión de los posibles impactos económicos, sino que ni siquiera se tenía en consideración que cuanto más duras fuesen las medidas que hubiese que tomar por retraso en la adopción de la más mínima prudencia, más devastadoras serían para la economía. No sólo el Gobierno no pensaba en ello -aunque suya sí que es la absoluta responsabilidad- sino que muchas personas no llegaban a suponer que un parón de la economía supondría la potencial pérdida de muchos, muchísimos puestos de trabajo. Pymes y autónomos sí que se dieron cuenta desde el principio, pero muchos trabajadores por cuenta ajena, absorbidos por el lenguaje buenista y políticamente correcto impuesto, que no afronta nunca los problemas con la crudeza que la realidad impone, no se han dado cuenta hasta que no han empezado a producirse -y, muchos, a sufrir, desgraciadamente- los ERTE.
Conozco a algunas personas que, o no les parecía mal la inacción gubernamental ante esta situación o que, cuando menos, callaban al respecto, o que incluso pasaban después a apoyar con su palabra y presencia la gran equivocación de la celebración de la manifestación del 8-M ya en esas circunstancias de elevado contagio, para, a renglón seguido, con la fe del converso, ser partidarios de un cierre total, donde llegaban a decir que lo que le pasase a la economía daba igual, hasta que algunas de esas mismas personas se han visto afectadas, lamentablemente, por un ERTE, que es cuando han pasado a quejarse de esa derivada. Y es que el Gobierno y algunas personas se olvidan de que el dinero no crece en los árboles -ni siquiera el dinero público, aunque la vicepresidenta Calvo piense que no es de nadie- sino con el esfuerzo de todos, empresas y trabajadores, con el añadido de que la actividad económica y, por tanto, la creación de empleo nacen siempre de la iniciativa que toman las empresas para desarrollar una idea que aumenta la capacidad productiva.
Así, tras los efectos de rápido contagio que el coronavirus ha tenido y está teniendo en la población mundial, con importante avance entre la población española, las autoridades nacionales, con el amplio retardo comentado, han pasado de no tomar ninguna medida a adoptar, debido a las complicaciones derivadas de esa tardanza, unas duras medidas para tratar de frenar la rápida expansión de un virus que, si bien no es letal en la inmensa mayoría de los casos, su veloz contagio podría llegar a colapsar el sistema sanitario y causar una cifra considerable de fallecimientos -como ya los está causando-, dado que aunque su mortalidad no es tan elevada como en otras enfermedades, al operar el porcentaje sobre un número mayor en corto espacio de tiempo, el valor absoluto puede incrementarse sensiblemente en un número reducido de semanas, como, de hecho, ya sucede.
Todo eso, bien explicados los motivos, la situación, las previsiones de evolución de contagio en las próximas semanas, la adopción de medidas prudentes de manera temprana, que a lo mejor hubiesen podido evitar medidas posteriores tan duras, contar la realidad tal y como es, pero sin caer en el alarmismo más allá de la gravedad real, es lo que habría que haber hecho desde el principio para evitar que la situación se complicase tanto y que dichas medidas puedan tener un impacto notable en la economía. Era -y es- necesario transmitir una señal de confianza basada en lo anteriormente descrito.
No obstante, no se puede echar marcha atrás y lograr que quienes tenían que haber sido más diligentes lo fuesen e impidiesen las concentraciones y manifestaciones del domingo ocho de marzo -tanto las que se celebraban a puerta cerrada como las que tenían lugar al aire libre pero en un entorno de alta concentración de personas-, informasen con claridad y transmitiesen una señal nítida de que, aunque difícil, tenían un plan para combatir la propagación rápida de la enfermedad. Tiempo habrá, posteriormente, cuando se haya vencido a la enfermedad, para analizarlo y extraer conclusiones. Ahora, lo único que importa es que se supere este problema cuanto antes, ser responsables y tratar de superar la difícil situación sanitaria, pero sin olvidar al otro enfermo olvidado de esta pandemia, la economía, porque las medidas adoptadas van a tener un impacto económico incierto en la economía nacional e internacional, pero el impacto va a existir y va a tener una importante dureza.
Los sectores más afectados
Así, los efectos que el coronavirus pueda tener en la economía española dependerán del grado de la crisis y de su duración, del tiempo que estén en vigor las medidas adoptadas, y de su intensidad y de la destrucción de tejido productivo que se produzca.
El impacto fundamental tendrá lugar en el comercio, en la hostelería, en el transporte y en el turismo y ocio, aunque se extenderá también por toda la actividad económica y el empleo.
De esa manera, el valor de la producción del comercio y hostelería y del ocio y transportes es considerable. Se trata de una producción en el comercio y hostelería de 487.085 millones de euros y de 76.484 millones en el ocio y transportes, un 26,1% de un total de 2,2 billones del total de producción de la economía española.
Si lo analizamos en términos de Valor Añadido Bruto (VAB), es decir, su contribución al PIB, el comercio y hostelería aportan 258.733 millones y el ocio y transporte 52.269 millones, el 28,6% del total del VAB, que son 1,1 billones de euros.
En términos laborales, el comercio y hostelería dan empleo a 5.893.400 personas y el ocio y transporte a 1.732.600 personas, el 38,5% del total del empleo español, con 19.816.300 personas empleadas con los últimos datos de año completo publicado (2018).
Y si analizamos los sueldos y salarios que pagan estas dos ramas de actividad, también es muy significativo. El comercio y hostelería pagan sueldos y salarios por importe de 103.195 millones de euros y el ocio y el transporte por 24.287 millones de euros, el 30,1% del total pagado por todos los sectores, cifrado en 423.888 millones.
Y si le añadimos los costes de la Seguridad Social soportados por las empresas por cuenta del trabajador, el comercio y la hostelería soportan 28.192 millones de euros y el ocio y transporte 6.119 millones, un 28,4% del total, que alcanza la cifra de 120.691 millones.
Por tanto, son dos ramas de actividad muy importantes en la economía española, que son las que más están sufriendo el cierre de la producción, aunque también el resto de la economía se verá afectada por este frenazo en seco de la capacidad productiva de nuestra economía, que ha sido, por tanto, un shock de oferta, con lo que las medidas deben estar principalmente encaminadas a la oferta.
Así, en primer lugar, debe taparse la hemorragia con medidas de cortísimo plazo, pero que sólo servirán siempre que vayan acompañadas de medidas estructurales que eviten el mayor daño posible a dicho tejido productivo. Esa salvaguarda de nuestra estructura económica sólo puede lograrse, desde el sostenimiento en el cortísimo plazo del tejido productivo, con la generación de confianza para el medio y largo plazo, para que mejoren las expectativas de los agentes económicos, para que los mercados puedan calmarse y la inversión no se desvanezca.
Por eso, las medidas del corto plazo, como apoyo a la liquidez de las empresas, especialmente de pymes y autónomos son esenciales, pero sólo serán efectivas, como digo, en el medio y largo plazo si se gestiona bien la crisis, dando toda la información real y un plan trazado de previsión de evolución, que permita despejar incertidumbres y generar confianza que posibilite un rebote rápido y una salida en V de la caída de actividad económica y empleo, es decir, una recuperación fuerte y rápida.
Las medidas más urgentes
Esas medidas de corto plazo que suministren liquidez deberían ser, todavía, más ambiciosas, en mi opinión:
- Facilidad financiera ilimitada por parte del ICO para pymes y autónomos, con préstamos blandos, al 0%, por tres meses, renovables de tres en tres meses automáticamente mientras dure la crisis del coronavirus.
- Condonación del pago de impuestos y de cotizaciones a la Seguridad Social por el tiempo que duren las restricciones de cierre a las ramas de actividad afectadas.
- Aplazamiento por seis meses, prorrogables de tres en tres meses mientras estemos en esta situación, de los impuestos devengados antes de las duras restricciones, para no producir una asfixia financiera.
- Eliminación de la subida de impuestos contemplada en el plan presupuestario del Gobierno, por ser una política fiscal contractiva y lastrar la producción y el empleo.
Es decir, las medidas del Gobierno deberían haber sido, como digo, más ambiciosas de lo que han sido, además de eliminar el grave riesgo que supone la moratoria hipotecaria. Sujetar a estas empresas, aunque pudiera parecer intervencionismo no lo es, o, mejor dicho, es un intervencionismo para corregir otro intervencionismo previo, pues por causas de fuerza mayor se paralizó su actividad productiva por decreto, con lo que es responsabilidad de quien lo ha paralizado que lo vuelva a reflotar. Nos costará dinero, pero además de que la compensación es justa por la intervención previa, es imprescindible para evitar la ruina total de nuestro sector productivo, aunque sólo servirá si lleva unidas medidas estructurales basadas en la generación de confianza. Así, con esa generación de confianza que nos mejore el entorno económico estructural, y las medidas de cortísimo plazo que eviten la asfixia financiera de las empresas, podremos superar mejor esta complicadísima situación, complicada en exceso por la gestión anterior, aunque, de eso, como he dicho, ya habrá ocasión de hablar, cuando se solucione todo.
Los cuatro escenarios
De esa forma, en cuanto al efecto sobre la producción y el empleo en España, hay cuatro escenarios, tal y como publicaba recientemente en Expansión:
- Escenario 1: un mes de duración de las medidas y ausencia de generación de confianza. El rebote será más tenue. Se perdería casi el 100% de la actividad de un mes en comercio, hostelería, transporte y ocio y el 20% de la actividad de un mes en el resto de los sectores. En total, 55.188 millones de PIB y 1.376.000 empleos. Nos llevaría a un retroceso de un 4,59 puntos porcentuales del PIB sobre la previsión inicial para 2020, que dejaría la evolución del PIB en un -2,99% en términos anuales. Es un caso muy extremo. Tendría que hacerse todo muy mal para que fuese una recesión similar a la de 2009.
- Escenario 2: un mes de duración de las medidas, pero con generación de confianza. El rebote sería más fuerte y la recuperación más rápida. Se perdería casi el 30% de la actividad de un mes en comercio, hostelería, transporte y ocio y el 10% de la actividad de un mes en el resto de los sectores. En total, 19.103 millones de PIB y 479.000 empleos. EL PIB retrocedería 1,59 puntos porcentuales sobre la previsión inicial para 2020, con lo que dejaría el crecimiento anual del PIB plano, en el 0%.
- Escenario 3: quince días de duración de las medidas y ausencia de generación de confianza. El rebote sería más tenue, aunque el quebranto menos intenso que en el escenario 1 por la menor duración de las medidas. Se perdería casi el 100% de la actividad de medio mes en comercio, hostelería, transporte y ocio y el 20% de la actividad de medio mes en el resto de los sectores. En total, 27.594 millones de PIB y 688.000 empleos. El PIB retrocedería 2,29 puntos porcentuales sobre la previsión inicial para 2020, de forma que dejaría el crecimiento anual del PIB en el -0,69%.
- Escenario 4: quince días de duración de las medidas, pero con generación de confianza y menor plazo de medidas duras. El rebote sería más fuerte y la recuperación más rápida. Se perdería casi el 30% de la actividad de medio mes en comercio, hostelería, transporte y ocio y el 10% de la actividad de medio mes en el resto de los sectores. En total, 9.552 millones de PIB y 240.000 empleos. El PIB retrocedería 0,79 puntos porcentuales, dejando así el crecimiento anual del PIB en el +0,81%.
Es, por tanto, imprescindible mantener con vida a las pymes con las medidas de corto plazo propuestas y, además, generar confianza suficiente para un rebote temprano y fuerte, además de lograr que las medidas más duras sean por el menor tiempo posible. En definitiva, todos los recursos deberían destinarse a ayudar a las empresas para no morir en el corto plazo, unido a unas medidas estructurales de ortodoxia económica que generen confianza en el medio y largo plazo y eviten, así, la asfixia financiera de pymes y autónomos, o su posterior cierre, respectivamente. Sólo así minimizaremos el impacto. Y tiempo habrá para analizar, cuando pase todo, por qué hemos llegado a esta penosa situación y la manera en que se ha gestionado.