La lucha contra el COVID-19, considerado ya "pandemia" por la OMS, se ha convertido en una prioridad de política pública a nivel global. Sin embargo, las recetas aplicadas por la mayoría de gobiernos occidentales parecen moverse en un terreno frágil en el que la improvisación y la falta de rumbo están a la orden del día.
Es cierto que China ha enseñado el camino, pero sus protocolos de aislamiento tardaron meses en activarse, permitieron que el virus se propagase por el resto del mundo y terminaron obligando a aplicar medidas de máximos, que prácticamente implican la paralización total de regiones enteras. A eso hay que sumarle la falta de transparencia del régimen comunista, que ocultó información y hasta represalió al doctor que alzó la voz ante el inicio de la epidemia.
Pero la tardía reacción china ha empezado a dar sus frutos. Esta semana, el número de nuevos casos se ha situado en mínimos: el martes 10 había caído a 50 y el miércoles 11 se situaba en torno a 20. De modo que ya hay quienes piden emular la estrategia del gigante asiático. Así ocurre en Italia, donde todo el país está cerrado y en cuarentena y, además, el grueso de la actividad económica ha quedado suspendida, salvando apenas el funcionamiento de los supermercados, las farmacias y ciertas industrias.
Se impone, pues, la tesis de que solo se puede luchar contra el coronavirus "a la china", es decir, con políticas muy drásticas y costosas que, de hecho, fueron diseñadas por el régimen autoritario más temible del siglo XXI. ¿No hay, pues, una fórmula alternativa? Afortunadamente sí existe otro camino: el coreano.
El país asiático ha logrado en los últimos días una caída acelerada en el número de casos detectados. En los diez últimos días, por ejemplo, los nuevos expedientes de contagio han caído de más de 900 a poco más de 114. La tendencia queda reflejada en el siguiente gráfico, que muestra cómo la situación ha mejorado drásticamente en poco más de una semana.
La apuesta coreana es "buena, bonita y barata". Buena, porque funciona. Bonita, porque se apoya en la tecnología y la medicina, no en la represión. Barata, porque su coste económico es mucho más bajo que el de un cierre total. En clave de política pública, el pequeño país asiático ha dado la réplica al gigante comunista, articulando su propia solución al problema del coronavirus de forma inteligente, innovadora y liberal.
¿Y en qué consiste la apuesta coreana? Todo gira en torno a la información. El Ministerio de Sanidad ha creado un registro en internet en el que cada persona con síntomas introduce su información personal y procede a recibir una cita para ser examinado. Por contraste, en España hay decenas de líneas telefónicas que, en teoría, atienden a los posibles contagiados de coronavirus. Algunas, como la del gobierno catalán, son de pago. Todas adolecen de un problema de capacidad, de modo que es normal esperar durante largos periodos de tiempo, incluso más de una hora.
Una vez se han introducido los datos, cada persona debe acudir a su cita, que no será en un hospital colapsado y saturado por la crisis, como empieza a ocurrir en los centros españoles, sino que tendrá lugar en una especie de "drive through" similar al que usan los restaurantes de comida rápida para servir comida a quienes acuden en su coche en busca de una hamburguesa o un refresco. Huelga decir que esto permite espaciar la llegada de los pacientes, ayuda a aislarlos entre sí y permite que el personal destinado a estas tareas esté debidamente preparado y protegido para lidiar con la fase de examinación.
Una vez llega el momento, la prueba está lista en cuestión de diez minutos, puesto que apenas implica un raspado nasal. Este sistema ha permitido que Corea realice un elevadísimo nivel de exámenes de coronavirus a su población. Se estima que la capacidad de evaluación es tal que se pueden realizar decenas de miles de pruebas al día. En total, alrededor de 200.000 personas han pasado por este tipo de protocolo, lo que permite a las autoridades manejar información muy concreta sobre quienes están contagiados y quienes no. En España, hablamos de 17.500 exámenes: ocho veces menos, a pesar de que nuestra población solo es un 10% menor (46,7 millones de habitantes, frente a los 51,5 de Corea).
En consecuencia, Corea puede tomar medidas más ajustadas al terreno y, en vez de intentar gestionar una avalancha de ingresos hospitalarios, sus autoridades se anticipan a la situación y aíslan a la población contagiada de manera rápida y segura. Y es que, en caso de positivo, el gobierno geolocaliza a la persona contagiada para hacer un seguimiento de su evolución y, al mismo tiempo, garantizar que cumple con la orden de permanecer en casa, en cuarentena y aislamiento.
De esta forma se evita la necesidad de decretar cierres generalizados, algo que evidentemente tiene costes muy elevados para la economía y que, además, genera disrupciones innecesarios en caso de aplicarse un método como el coreano. Y, no lo olvidemos, el sistema da mejores resultados, puesto que vemos que la tasa de mortalidad observada en Corea es de apenas un 0,5%, mientras que China es del 4% y en las zonas del Norte de Italia rebasa el 6%.
¿Y qué coste tienen los tests? Se estima que el precio común son 50 euros pero, evidentemente, en este caso hablamos de un proceso aplicado a cientos de miles de personas, lo que reduce su precio. Estimando un descuento de apenas un 20%, encontramos que el coste final de aplicar este protocolo a 140.000 posibles contagiados acarrea un gasto de apenas 5,6 millones de euros. A esa cifra habría que sumarle el coste de operar los centros de pruebas y de contratar a sanitarios especializados pero, como es evidente, hablamos de magnitudes insignificantes, teniendo en cuenta que el gasto sanitario alcanza en España los 75.000 millones de euros anuales.