"Es como una gripe", España tiene "uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo" o "no hay que alarmar, no es para tanto" son algunos de los mensajes que todos los españoles han tenido que escuchar a lo largo de las últimas semanas sobre la crisis del coronavirus. Por desgracia, son tres falacias. Este virus no es una gripe, la sanidad española colapsará más temprano que tarde si la infección no se frena en seco y sí, la situación no sólo es preocupante, sino que es muy grave. Hay vidas en juego.
Por el momento, lo que hace dos días la inmensa mayoría del país se tomaba a risa de forma irresponsable, fruto del discurso de "serenidad y calma" que blandían tanto el Gobierno de Sánchez como sus palmeros mediáticos, hoy ya empieza a traducirse en una profunda sensación de miedo, incertidumbre y preocupación en el seno de la sociedad española. Y no es para menos. Lo increíble es que este estado de alarma, del todo punto lógico y razonable, no haya cundido hace un mes, cuando en China morían cientos de personas cada día y el brote, de golpe, saltó a Italia.
Lo más grave, sin embargo, no es la ignorancia social que ha estado presente en estas últimas semanas, ya de por sí sorprendente, sino la lamentable, vergonzosa y suicida actitud del Gobierno, pues, contando con expertos en nómina conocedores de los riesgos, no hizo nada para evitar el caos actual. Es más, contribuyó activamente a propagar la infección, ya que decidió esperar a la celebración de la feministada del 8M para empezar a tomar decisiones (muy insuficientes, por el momento), con el consiguiente aumento del número de víctimas. Esa irresponsable inacción costará vidas, además de una recesión cuya profundidad dependerá de las medidas que se adopten a partir de ahora.
El coronavirus mata, pero su capacidad letal se dispara en función de la inoperancia e incompetencia de los gobiernos para afrontar esta histórica crisis sanitaria, la más importante que ha sufrido España en décadas. A continuación, la cruda realidad...
1. El coronavirus no es como una gripe
Este virus es, posiblemente, uno de los más peligrosos que ha enfrentado la humanidad en los últimos 50 años. Y su riesgo no radica tanto en su tasa de mortalidad, del 3,4%, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), muy superior a la de la gripe común (0,1%), sino en su elevada capacidad de contagio (R0), de hasta el 2,5 (cada persona infecta, de media, a otras 2,5). Al tratarse de un virus nuevo y la población carecer de inmunidad, a diferencia de la gripe, todo el mundo es susceptible de ser infectado y, a su vez, contagiar a otros, disparando con ello la propagación del problema.
Hoy, la cuestión no es sanitaria ni científica, sino matemática. A fecha 11 de marzo, ya se registraban 120.000 casos a nivel mundial y 4.300 muertos, pero si la cifra sube a 1 millón, el número de fallecidos se situará en 34.000, si escala a 10 millones, será de 340.000 y si se alcanzan los 100 millones, hablaríamos de 3,4 millones de muertos… Y así, progresivamente. La epidemia crece de forma exponencial si no se hace nada, al menos hasta que se encuentre una vacuna o algún tratamiento eficaz.
2. El gran riesgo es el colapso sanitario
No hay sistema sanitario que aguante tal ritmo de propagación. Da igual el país o la capacidad del sistema. Si el contagio no se frena, el sistema colapsará y eso significa que el número de muertos será muy superior. La experiencia china arroja los siguientes datos: el 80% de los infectados se recupera sin necesidad de realizar ningún tratamiento especial, pero el 20% restante requiere atención hospitalaria, ya que acaban desarrollando una neumonía más o menos grave, y un 10% cuidados intensivos. El 14% de los casos son severos y el 5% críticos, de los cuales la mitad acaba muriendo.
Hagan cuentas. Con 1.000 infectados, se necesitarán 200 camas en España; con 10.000, cerca de 2.000, con 100.000 unas 20.000... Y así, sucesivamente. Y todo ello en un periodo de tiempo muy corto, teniendo en cuenta, además, que el personal sanitario también enferma. El gran riesgo a día de hoy no es, por tanto, la enfermedad, ya de por sí grave, sino el colapso del sistema sanitario.
Con una atención adecuada, la probabilidad de recuperación en los casos graves es muy alta, pero sin ella el riesgo de mortandad se dispara. Ésa es la gran diferencia. De ahí que sea tan importante y perentorio frenar como sea el contagio. El siguiente gráfico lo resume a la perfección. Si no se adoptan medidas drásticas al principio del brote, el riesgo es que la enfermedad se convierta en epidemia, crezca de forma exponencial el número de infectados y no haya capacidad sanitaria suficiente para atenderlos a todos. Una vez más, es pura estadística.
Basta observar lo que sucedió durante la trágica gripe española de 1918. La ciudad de St.Louis, en EEUU, decidió cancelar todos los eventos públicos tras el brote, mientras que Philadelphia hizo lo contrario, causando muchas más defunciones.
Los estudios realizados al respecto no dejan lugar a dudas. La inacción de las autoridades ante este tipo de crisis, como la de 1918, se traduce en muchos más fallecidos. Las ciudades que registraron una menor mortalidad fueron las que adoptaron medidas drásticas desde el principio, combinando cuarentenas con prohibición de concentraciones, aislamiento y cierre de colegios y todo tipo de centros.
Y ahora, piensen… ¿Qué ha hecho el Gobierno de Sánchez durante estas últimas semanas, a pesar de que la enfermedad se estaba extendiendo con rapidez tanto en Italia como en España? ¡Nada! Peor aún. El Gobierno alentó a la gente a salir a la calle y a no tomar precauciones adicionales o extraordinarias, al tiempo que llamaba a la calma y a la tranquilidad. Por si fuera poco, el Ministerio de Sanidad negó durante días la posibilidad de adoptar medidas más contundentes para frenar el contagio, tal y como venían solicitando algunas regiones como Madrid. El grado de incompetencia e irresponsabilidad del PSOE y sus socios comunistas ha batido un nuevo récord, sobrepasando los límites de la moralidad y la decencia. Ya ha costado vidas y costará más.
3. Cómo pararlo: el miedo es lógico y necesario
La única forma de paliar el desastre es adoptando medidas drásticas. Cada día que pasa sin activarse un plan serio de cuarentenas, aislamiento personal y una clara labor de concienciación a la población para que extreme las medidas de higiene y distancia social, el número de contagios seguirá aumentando.
La prioridad a corto plazo, hasta el surgimiento de un tratamiento eficaz o una vacuna que tardarán meses en llegar, es evitar a toda costa el colapso del sistema sanitario. Y eso sólo se consigue frenando en seco el contagio. No hay más. Eso y no otra cosa es lo que han hecho países como China, Singapur o Corea del Sur para reducir el número de afectados. Y, ahora, comparen con la evolución que está registrando Italia, cuyo Gobierno apenas hizo nada durante semanas.
Para las próximas 3 semanas podemos elegir 2 futuros diferentes. Futuro A = Corea del Sur = Medidas drásticas desde el inicio = Control del #COVID19 o Futuro B= Italia = Medidas progresivas por fases de contención = saturación sistema sanitario = virus descontrolado pic.twitter.com/fKyIsGN06p
— Gurusblog (@Gurusblog) March 10, 2020
La situación de Lombardía, en el norte de Italia, es, actualmente, peor incluso que la de la provincia china de Wuhan, donde prendió la mecha.
4. Alto riesgo de recesión
Las cuarentenas y el aislamiento, evidentemente, se traducirán en un parón muy importante de la actividad económica. Pero ésta se verá afectada sí o sí por la crisis del coronavirus. Cuanto más se retrase la solución al problema, más grave y duradera será la crisis económica asociada al mismo.
El caso de China vuelve a ser paradigmático. Su PIB sufrirá una fuerte contracción en el primer trimestre del año, ya que, básicamente, se paralizó la actividad industrial en buena parte del país. Sin embargo, su economía, poco a poco, ya se está recuperando, adoptando así una forma de V. Si España sigue sin hacer lo que tiene que hacer, al incremento de las víctimas se sumará una profunda recesión económica, en medio de una situación muy delicada y frágil a nivel de solvencia soberana. En definitiva, la tormenta perfecta: grave crisis sanitaria y recesión.