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José T. Raga

Bendita unanimidad

Relajar el gasto es, simplemente, signo evidente de prodigalidad.

De sobra creo que está justificada la celebración. Una celebración que atañe a todos los que confieren a los conceptos nación española y españoles un significado claro y unívoco, sin interpretaciones para que lo blanco sea negro y endeudarse, sinónimo de riqueza y bienestar.

Hablamos de España y de los españoles sin exclusión. Todos concernidos por el fin último de una nación histórica, que muchos prefieren trocear como forma de enfrentamiento y conflicto. Como si el conflicto, per se, fuera positivo.

Es bien cierto que una unanimidad para un nombramiento entre parlamentarios varios no es lo más habitual; es más, creo que la elección de la nueva presidenta de la Airef bien podría calificarse de rareza.

Lo habitual es que los padres de la patria, en trance de designación –sea por comisión o por pleno–, entierren su capacidad de razonamiento y análisis –si alguna vez existió– para dar vía libre a la ideología más vergonzosa, aspirando a situarse en una posición privilegiada frente al resto de los mortales.

De aquí que la designación por unanimidad de doña Cristina Herrero adquiera carácter de hito histórico, convirtiéndose en motivo de júbilo para los que, simplemente, somos españoles.

La confrontación, fácilmente previsible, no ha requerido espera entre un órgano que hace honor a su denominación, Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef), y el Ministerio de Hacienda, casualmente bajo doña María Jesús Montero, a pesar de su historial en la Junta de Andalucía.

Reconociéndome capaz para apreciar, aunque no para juzgar, la primera viene avalada –de ahí la unanimidad– por su conocimiento y rigor en la interpretación de hechos y normas, abundando en transparencia de quien nada tiene que ocultar ni a nadie tiene que complacer. La segunda, por el contrario, tiene una dependencia infinita –si es que lo infinito puede aplicarse a la dependencia–; un dato es positivo o negativo según para quién. Su conocimiento sobre lo que se supone es su función no ha aflorado públicamente, al menos hasta ahora. De sus palabras y, si se me permite, de sus palabrerías se concluiría que no distingue entre el rigor y el capricho.

Su vaciedad argumental es tal que para tratar de ser creíble se ve obligada a revestirse de aquello que históricamente se conoció como poder absoluto. Lo cual en ella resulta extravagante, de ahí que sus comparecencias vengan abundantemente acompañadas de gestos poco propios de la reflexión.

Así que, queridos amigos, desde hoy recobran su verdadero significado los conceptos de siempre: presupuesto, déficit, deuda pública, techo de gasto, flexibilizar –que no equivale a hacer lo que le venga en gana al ministro de turno…–, sabiendo que Europa existe para algo.

Y llegará el deseado reencuentro: el de la Airef, el Banco de España, el FMI, la OCDE y la Comisión Europea, que eso sí será un reencuentro y no a lo que Sánchez obsequia con este nombre.

Relajar el gasto es, simplemente, signo evidente de prodigalidad.

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