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Marcos Sánchez Foncueva

Sobre el virus de la intervención en el sector inmobiliario

La vacuna que quiere suministrar el doctor Estado al sector inmobiliario conseguirá el efecto contrario al pretendido.

La vacuna que quiere suministrar el doctor Estado al sector inmobiliario conseguirá el efecto contrario al pretendido.
Apartamentos en alquiler | Alamy

El inmobiliario español está en su mejor momento. Con esta frase abría mi intervención ayer en una conferencia sobre los retos del sector inmobiliario español para el próximo 2020. Por la noche me acostaba con la decisión del ministro Ábalos de topar los precios del alquiler. No obstante tamaño disparate, quiero mantener la realidad de mi grandilocuente inicio. El inmobiliario español se ha mostrado dinámico, transformador, resiliente. Ha incluido en su ADN la información acumulada durante la peor crisis de su historia, ha generado anticuerpos para afrontar los síntomas del virus de la recesión.

Además, ha introducido cambios en su forma de reaccionar a los síntomas de la desaceleración en la que la economía se va adentrando. Así, va implementando entre sus defensas procesos como el de la industrialización de la edificación, lo que le permitirá acortar plazos de ejecución y protegerse contra las fiebres estacionales, provocadas por eternos plazos en la concesión de licencias que tiene que otorgar una administración en exceso burocratizada y enferma de inacción.

El inmobiliario también ha sabido adaptarse y generar una sana simbiosis con un sector financiero más responsable y, a pesar del diferente origen de ambas especies, inmobiliario y financiero se benefician ahora mutuamente en su desarrollo vital de una asociación íntima y persistente. Por primera vez, y a pesar del ataque de patógenos externos que se empeñan en decir o en demostrar lo contrario, ha conseguido mostrar al mercado una identidad y una imagen sólida y sana, capaz de desenvolverse en entornos hostiles.

Cierto es que en los períodos adversos o desfavorables, como lo es aquella desaceleración en la que hoy nos encontramos, aparecen ciertos síntomas de desgaste. Pero no pueden identificarse esos síntomas con los de una enfermedad que no padece. Es más, cuando esos síntomas ya se advierten en franca retirada, como sucede con la estabilización de los precios de alquiler en las ciudades en las que más se habían tensionado en los últimos dieciocho meses como Madrid y, sobre todo, Barcelona, que muestran descensos suaves de precio y estabilización de índices, aparece ahora un doctor, llamémosle Estado, alarmista y hasta oportunista, al que nadie ha llamado y en el que pocos confían, con un tratamiento probadamente inútil en otros enfermos, casos de Berlín o París, y empeñado en administrar a un sector sano una vacuna que conseguirá el efecto contrario al pretendido.

Con esta decisión el Estado inocula el virus del microorganismo intervencionista que, bien que pueda parecer atenuado o muerto, hará sin duda daño al paciente inmobiliario en el que el libre mercado se ha mostrado siempre como la mejor de las medicinas. Las células sanas, los propietarios honestos que sólo pretenden mantener sus inmuebles en el flujo del libre mercado, esperando obtener una retribución de su participación en el torrente de la libre circulación, se retraerán, se esconderán donde puedan, esperarán a que escampe y no participarán en el intercambio vital que el organismo necesita para sobrevivir.

Los microorganismos de la intervención camparán entonces a sus anchas, infectando cada vez más células sanas y complicando la recuperación de un sector al que el libre mercado basta. Y mientras esas células sanas se esconden aparecerán otras, oportunistas, desleales, con un código genético corrompido, que tratarán de aprovecharse de la escasez de aquéllas subiendo, otra vez, los precios que el mal doctor ha logrado aumentar por medios no naturales.

Lo preocupante es que el doctor está avisado de cuáles pueden ser las consecuencias de su inoportuna intervención. Con ello directamente está quebrando su juramento hipocrático, lo cual parece que debiera inhabilitarle para futuras intervenciones o, por qué no decirlo, injerencias. Sin embargo, no seré yo quien se coloque hoy una inútil mascarilla. Quiero seguir respirando a pleno pulmón y disfrutando de un sector inmobiliario fuerte que apuesta por el libre mercado para curarse de los inoportunos catarros.

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