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José T. Raga

Sostenella y no enmendalla

Nunca pensé que llegara a una situación anímica como esta en la que me encuentro cuando escribo estas líneas.

Nunca pensé que llegara a una situación anímica como esta en la que me encuentro cuando escribo estas líneas. Quizá equivocadamente pensaba ser una persona normal, como lo son tantos españoles, poco propenso a las euforias y, quizá por ello, poco predispuesto a los catastrofismos, y con cierta capacidad de análisis sereno, para encontrar salidas a situaciones no buscadas.

Pues bien, mi ánimo hoy dista mucho del perfil que acabo de mostrarles. Sinceramente, me encuentro alicaído, como al que se le derrumba todo un artesonado afianzado en los atributos de una persona. Ello, además, prolongado en un período de hundimiento permanente.

Por deformación profesional, mis retinas se fijan preferentemente en los espacios económicos de la actividad política. Frente al juego conceptual, muy posible en otros ámbitos de la acción de gobierno, y objeto de grandilocuentes discursos, los referidos a la actividad económica acaban autodestruyéndose cuando se reducen a su dimensión cuantitativa.

El artesonado que, no gratuitamente, había edificado en junio de 2018, referido exclusivamente a la hoy vicepresidenta tercera del Gobierno de Sánchez, cimentado por su currículum académico y por su experiencia, acorde con él, hoy me ha dejado vacío. Con lo que, aunque con anticipación, cabría repetir el decir de San Francisco de Borja ante el cadáver de Isabel de Portugal: no más servir a señor que se me pueda morir.

Hace ahora una semana, la señora Calviño, con un apetito vehemente de incrementar el gasto público, se permitió buscar causas justificativas que en modo alguno pueden serlo. Es verdad que la pasión cierra los ojos y la mente, dejando la vía libre a los sentidos.

El gasto público no financiero en el año que apenas ha comenzado se incrementará en un 3,8% sobre el período precedente. Es exactamente lo que necesitaban unas cuentas maltrechas y unas expectativas económicas poco halagüeñas.

La fruición por el gasto –suponen que poder sin gasto es menos poder– hace olvidar a la vicepresidenta tercera que, siéndolo de Economía y Transformación Digital –vamos, por lo primero–, tendría que demostrar y convencer, ya que no lo hace el presidente, de que el volumen de gasto es el necesario o al menos el conveniente para el estado actual de la economía española.

Inexplicablemente, se refugia la vicepresidenta en el apoyo de las agencias de calificación –rating–, como si a los españoles, a los europeos y a los ciudadanos del mundo se nos hubiera olvidado el papel que jugaron tales agencias en la crisis financiera mundial de 2007-2008.

El optimismo, los inmejorables auspicios económicos, la fortaleza del sistema financiero –recuerden que, para Zapatero, el sistema financiero español jugaba en la Champions–, presentados por tales agencias, y avalados por las auditorías contables desacreditadas desde entonces, fueron el combustible para que la crisis tuviera mayor severidad de la que habría tenido.

Avalar o fundamentar una decisión política en el parecer de tales agencias merece una repulsa frontal, porque el prestigio de entrada puede perderse en el camino de salida.

En Libre Mercado

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