Hay una escena fantástica en Borgen, la serie danesa sobre política que tan de moda estuvo hace 4-5 años. Ocurre en la última temporada, cuando Birgitte Nyborg acaba de fundar su nuevo partido. En una reunión en la sede de la formación, los simpatizantes que están por allí, preparando propaganda electoral y organizando las primeras reuniones, empiezan a hablar de política, de sus inquietudes, propuestas, puntos de vista… Y Nyborg se da cuenta de que existe una enorme distancia entre lo que cada uno de ellos cree que será ese nuevo partido. Para ella, la fundadora, se trata de una formación de centro (algo parecido a lo que Ciudadanos ha intentado en España); pero entre los que se acercan a la sede hay simpatizantes de todo el espectro ideológico, de izquierda a derecha.
VOX ha sido, de los cinco grandes de la política española, el último en llegar. En este sentido, genera las mismas dudas que cualquier otra formación: hacia dónde se dirige y cuáles serán, entre sus diferentes corrientes, las que se impondrán. En Economía, por ejemplo, hay dos tendencias en el conservadurismo europeo. Las dos tienen puntos en común (por ejemplo, escepticismo, cuando no enfrentamiento, con la UE), pero divergen en aspectos fundamentales (como la política comercial o agraria). Y las dos tienen su hueco en la formación de Santiago Abascal. La pregunta es, ¿podrán coexistir?
Aunque la formación huye de las etiquetas políticas e ideológicas, fuentes del partido consultadas por Libertad Digital admiten que observan con agrado, y comparten, varias de las políticas aplicadas por el presidente de EEUU, Donald Trump, o de Brasil, Jair Bolsonaro, y en Europa, del presidente de Hungría, Viktor Orban o del primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson. Y marcan distancias con el Frente Nacional de Marine Le Pen (ahora, Agrupación Nacional), sobre el que sus propuestas económicas "no tienen nada que ver".
De Salvini a Johnson
Simplificando mucho, podríamos personalizar las dos corrientes emergentes en la derecha europea en dos personajes que han obtenido éxitos electorales destacados en los últimos años: Matteo Salvini y Boris Johnson. Y, a pesar de la caricatura que de uno y otro hace la prensa española, no tienen demasiado que ver.
La Lega es parte del movimiento populista de derechas que ahora mismo está de moda en Europa, con más parecido al partido de Marine Le Pen que a la democracia cristiana clásica. En economía, esta corriente es intervencionista y proteccionista, poco amiga de los tratados comerciales, defensora a ultranza de los servicios públicos estatalizados y centralizados, y anti-inmigración sin demasiados matices.
Enfrente, el conservadurismo tory es, siguiendo la tradición clásica anglosajona, mucho más escéptico respecto a la capacidad redentora del Estado. Sí creen en la necesidad de un poder público fuerte y que garantice la seguridad, la defensa, un marco normativo estable e igual para todos, o los servicios públicos básicos (en esto están muy lejos de los libertarian americanos). Pero, al mismo tiempo, desconfían de ese poder público omnímodo, que quizás te beneficia algo cuando ganas las elecciones pero puede convertirse en muy peligroso cuando la mayoría cae del otro lado. Por eso, estos liberal-conservadores hablan tanto de individuos y familias, de agrupaciones voluntarias, de libertad de elección en los servicios públicos, de pequeñas comunidades y del valor de los acuerdos voluntarios (cumplimiento de los contratos, libre mercado...).
En términos generales y resumiendo mucho, podríamos decir que la disyuntiva en la derecha europea ascendente es liberalismo-conservador vs estatismo de derechas.
En España, la irrupción de VOX a finales de 2018 trajo aparejada una sorpresa, al menos en el ámbito económico: el programa electoral más liberal que nunca ha presentado un partido político español. En las elecciones de abril de 2019, el partido propuso medidas revolucionarias, desde una reforma de las pensiones que se encaminaba claramente hacia la capitalización, una rebaja sustancial de los grandes impuestos o un esquema de libre elección (cheque) en los grandes servicios públicos –sanidad y educación-. Si a eso se le sumaba un mercado laboral muy flexible, privatizaciones, liberalización de industrias reguladas, etc. lo que quedaba era un programa económico cuasi-libertario, menos intervencionista, incluso, que el de los tories británicos.
En aquel momento, al frente del área económica de VOX se situaban Iván Espinosa de los Monteros y Rubén Manso (aquí el vídeo con la entrevista que éste concedió a Libre Mercado antes de las elecciones de abril), declarados liberales y que sí podríamos asociar con ese conservadurismo anglosajón clásico. Hubo entonces muchos que se preguntaron cómo encajarían estas propuestas de VOX en economía con el resto del programa político y con sus alianzas internacionales. Y de hecho, en las elecciones de noviembre, el programa económico de la formación simplificaba y limaba algunos de los aspectos más rupturistas de abril.
Fuentes del partido explican a este periódico que sus propuestas no se van a ver modificadas en ningún caso. "No renegamos ni una coma de nuestro programa económico", aseguran aunque admiten que "se va a ir ampliando" con medidas concretas que den respuesta a los actuales problemas de España. "Miramos a Trump o a Orban, pero adaptando las medidas a las necesidades de nuestro país", aseguran.
Del SMI a los agricultores
En este sentido, la propuesta del Gobierno de PSOE y Podemos para subir el Salario Mínimo Interprofesional hasta los 950 euros y las protestas de los campesinos españoles de las últimas semanas han permitido al partido evidenciar esa aspiración de "completar" su planteamiento teórico en el ámbito económico. Eso sí, su programa parte de la premisa de que es necesario eliminar el Estado Autonómico (con el consiguiente ahorro en términos de gasto público), lo que podría dificultar la puesta en marcha de algunas medidas en el corto plazo.
Así, el presidente de Vox, Santiago Abascal, ha apostado recientemente por "subir" el SMI, "quizá más" de lo que proponen el PSOE y Podemos, pero con un matiz: "Debe ser a costa del recorte de la industria política, traducido en menos impuestos", ha dicho a través de las redes sociales. Una postura que refleja claramente las dos corrientes que conviven en el partido y el equilibrio que intenta mantener entre las mismas. Desde la formación aseguran que refuerzan su apuesta por la protección del trabajador y las clases medias (objetivos electorales de Vox a medio plazo para ir poco a poco ensanchando su base), sin renunciar a la defensa de los empresarios y a las medidas que les han permitido sumar 52 escaños en el Congreso.
Algo parecido ha ocurrido también con las protestas del campo español, que se ha levantado contra los bajos precios de los alimentos, contra los márgenes que aplican los intermediarios, contra la cadena de valor, las ofertas de los supermercados o la política europea (aquí, un buen resumen, claro y conciso, de sus peticiones en la web de UPA).
En Vox parece que, en este punto, se han decantado claramente por el nacionalismo económico: ayudas-subvenciones, normas para regular el mercado, etc. El partido propone renegociar aranceles para lograr mejores condiciones de venta de los productos españoles o establecer un control más exhaustivo de la entrada de productos extranjeros en España, entre otras medidas dirigidas a reclamar a la UE que priorice la venta de productos comunitarios frente a terceros países.
Desde la dirección del partido, explican a preguntas de Libertad Digital, que las protestas vienen motivadas por la distancia existente entre los políticos y el mundo rural: "Ven cómo, desde las grandes ciudades, los políticos se dedican a dictar normas y reglamentos mientras que nadie se preocupa por la supervivencia de sus negocios", aseguran señalando a los políticos que "llevan años plegados a los dictámenes de Bruselas sin ser capaces de negociar acuerdos beneficiosos para nuestros productores".
Preguntados por cómo estas medidas chocan con la parte más liberal de su programa económico, la dirección del partido defiende que "la libertad de mercado necesita de un marco regulatorio igual para todos. En el caso de España, nuestros productos deben cumplir decenas de normas y directivas mientras que Marruecos, Túnez o Sudáfrica pueden importar sus productos sin cumplir los requisitos sanitarios o de condiciones laborales de sus trabajadores", aseguran. "No estamos ante una competencia en igualdad de condiciones. En Vox consideramos que los intereses de nuestros agricultores están por delante de los de tratados comerciales globalistas al servicio únicamente de las élites económicas", defienden.
El equilibrio
Mantener el equilibrio en estos temas es muy complicado para todos los partidos, no sólo para Vox. En realidad, ésta es una cuestión en la que casi todos los que intervienen dan la sensación de estar incómodos: desde la izquierda porque, aunque nunca han sido partidarios de la globalización y el comercio, en los últimos años se asociaba el cierre de fronteras con personajes a los que odian, como Donal Trump. Desde la derecha, porque una parte de su electorado les pide proteger al pequeño productor español con subvenciones o ayudas, aunque eso suponga un incremento en el coste de las importaciones (con aranceles o con más regulaciones para los productos extranjeros); y mientras, otra parte, la más liberal, no quiere ni oír hablar de medidas que dañarían la competencia y que podrían encarecer la cesta de la compra y perjudicar al pequeño consumidor.
En Vox, al menos en las declaraciones públicas, parece que se han decantado por la primera opción: apoyar al productor nacional. Es cierto que no atacan directamente los principios del mercado, sino que se escudan en la falta de igualdad de condiciones para competir. Y no es menos cierto que ésta es la excusa clásica de los proteccionistas de toda Europa desde hace dos siglos.
En esta tensión entre el discurso político y el económico, estaba claro que el comercio internacional podía ser un problema para Vox. No son los primeros a los que les ocurre: las leyes librecambistas fueron probablemente el tema más polémico dentro del Partido Conservador británico durante todo el siglo XIX y comienzos del XX, con las consiguientes luchas entre partidarios y detractores, entre defensores de los productores y de los consumidores.
Desde un punto de vista electoral, en un país tan intervencionista como España, puede que la postura pro-agricultores que han adoptado sea la más lógica. También parece que es una visión que encaja más con la de las cinco personas que actualmente dirigen el día a día de la formación: Santiago Abascal, Iván Espinosa de los Monteros, Javier Ortega Smith, Jorge Buxadé y Kiko Méndez. A excepción de Espinosa de los Monteros, el resto parece que está más cerca de la derecha tradicional, más proteccionista y menos liberal. Otra cosa es si esas medidas ayudarían realmente, a medio plazo, a los sectores que quieren proteger. Ahí también existe una discusión teórica muy interesante que también tendrá que resolver Vox.