En estas primeras semanas de 2020, la moda en las páginas salmón es el coronavirus, la caída que ha provocado en las bolsas esta enfermedad y la consecuente rebaja en las previsiones de crecimiento para el próximo año de casi todos los organismos internacionales. Cuidado: no estamos diciendo que no sea un tema importante. Además, es lógico que nos preocupen no sólo las consecuencias para la salud sino también su impacto económico: una pandemia a escala global podría ser muy peligrosa para el crecimiento y el comercio a nivel mundial. Pero también es cierto que alertas similares acabaron en (casi) nada y que ahora nos parece increíble los miedos que se generaron en aquel momento y la sobrerreacción de unos y otros. ¿Pasará lo mismo ahora? Pues probablemente sí. En unos meses, quizás ni nos acordemos de dónde está Wuhan.
Mientras, por debajo del ruido que generan estas noticias, relevantes pero de escaso recorrido a unos meses vista, se siguen desarrollando eso que los expertos denominan "megatendencias": cambios a muy largo plazo, que ocurren poco a poco, delante de nuestras narices, pero a los que no siempre le prestamos la atención debida porque estamos centrados en el titular del momento. Por ejemplo, este redactor asistió hace unos días a una de las conferencias más interesante en las que ha estado los últimos años: la que ofrecieron Marc Garrigasait y Luis Torras en Value School y que tenía por título "El agua y la agricultura como inversión".
Garrigasais y Torras son gestores en Gesiuris Asset Management y tienen a su cargo el fondo de inversión Panda Agriculture & Water Fund. Su tesis es que a medio y largo plazo no va a haber un sector con un crecimiento tan sostenido como el agrícola: por eso, se han especializado en invertir en empresas que participen en la cadena de valor de los alimentos y la gestión del agua (desde compañías de fertilizantes hasta fabricantes de maquinaria para el riego). No es algo sobre lo que vayamos a ver titulares llamativos, porque no sufre cambios dramáticos de un día para otro, pero probablemente sea mucho más relevante para nuestro futuro que el último trending topic de las redes sociales.
Las cifras
Aunque en Europa estamos a nuestras cosas, lo cierto es que la población mundial sigue creciendo con rapidez: en número y en poder adquisitivo. Es cierto que el ritmo de este crecimiento se ha desacelerado algo, pero salvo cambios dramáticos que no se prevén a corto plazo, lo normal es que el número de habitantes del planeta se incremente en unos 2.000 millones para mediados de siglo desde los 7.800-7.900 millones de la actualidad (aquí un buen análisis al respecto de Max Roser en Our World in Data).
Ese crecimiento se concentrará en Asia (a pesar de la caída de la natalidad en la región, seguirá siendo el hogar de bastante más de la mitad de los habitantes del planeta en 2040) y en África (que incrementará entre un 80% y un 100% su población en 2040 respecto a los niveles de 2010).
Hablamos de 2.000 millones más de habitantes que, además, serán más ricos. Y, por lo tanto, comerán más y mejor. Los patrones de consumo y alimentación se parecerán cada vez más a los de los occidentales: menos proporción de cereales en la dieta y más huevos, proteína animal, frutas variadas, lácteos, etc… En Europa y EEUU podemos estar en la moda vegana, pero a nivel mundial lo que veremos en los próximos años es un incremento muy importante del consumo de alimentos de origen animal. Además, es lógico que así sea: también los habitantes de estas regiones quieren aprovecharse de las mejoras en la salud, esperanza de vida, resistencia a las enfermedades, etc. que esta dieta más variada y calórica ha proporcionado a los países occidentales en los últimos dos siglos. Eso sí, todo esto tiene un impacto en términos de consumo de agua: producir el equivalente a 1.000 kilocalorías de carne de vacuno implica un uso de agua 16 veces superior al de esas mismas 1.000 kilocalorías procedentes de cereales (ver gráfico de la derecha, obtenido de la presentación de Gesiuris; click para ampliar).
Con todo esto en la cabeza (incremento de población y alimentos que demandan más agua), es lógico que nos preguntemos cómo evolucionará la demanda de este recurso en las próximas décadas. En su informe El agua: el petróleo del siglo XXI, escrito por Luis Torras y Javier Santacruz en febrero del pasado año para el Institut Agrícola Catalá de Sant Isidre, los autores apuntan lo siguiente:
Los organismos internacionales estiman que la demanda global de agua se doblará en los próximos 15 años. Una demanda impulsada al alza sobre todo por un mayor consumo en agricultura.
El sector agrario-ganadero supone más del 70% de la demanda de agua a nivel global, frente a un 8% para la producción de energía, un 11% para la industria y un 11% para el uso doméstico.
[También se producirá un incremento de la demanda derivado de] un mayor consumo para uso doméstico impulsado por la urbanización: el número de personas que vive en ciudades está previsto que pase de los actuales 3.900 millones de personas a los 5.000 millones en 2030.
En otros sectores, un incremento de la demanda como éste se solucionaría con un incremento similar en los recursos puestos a trabajar en la misma. En agricultura, sin embargo, hay ciertas limitaciones. En primer lugar, el espacio físico es el que es: así, en los últimos cincuenta años la población mundial se ha más que duplicado (de hecho, ha multiplicado su número en 2,4 veces) pero el espacio destinado a la agricultura sólo ha crecido un 11%. Y lo normal es que ese crecimiento siga ralentizándose o, incluso, se reduzca el terreno agrícola en términos absolutos. Por una parte, porque las mejores tierras ya están en uso y no tiene sentido económico poner a producir terrenos en los que la orografía o el clima hacen muy complicada la tarea; y también por las presiones medioambientales y la competencia por otros usos.
En este sentido, el número de hectáreas cultivadas per cápita está cayendo desde hace décadas. Y esto es una buena noticia: quiere decir que somos capaces de alimentar a una población creciente dedicando (muchos) menos recursos por cabeza. La productividad del sector agrícola sigue creciendo dos siglos después de que se iniciara la revolución industrial y los avances científicos que vinieron aparejados a la misma. Cada día aparecen nuevos avances que nos permiten alimentar a más personas con un uso menos intensivo de los recursos físicos.
¿Las soluciones?
Porque, además, hay que decir que la escasez de agua no tiene su origen en una carestía en términos absolutos. O lo que es lo mismo: tenemos agua de sobra… pero al mismo tiempo todavía tenemos mucho margen para maximizar su uso y aprovechamiento. Tres apuntes del estudio de Torras y Santacruz citado anteriormente:
En EEUU [que no deja de ser uno de los países más ricos y con mejor tecnología del mundo], las pérdidas de agua en el conjunto de tuberías y del sistema de distribución alcanzan, en promedio, el 16%, lo que supone una pérdida de más de 26.500 millones de agua tratada al día.
Cada año, 113.000 kilómetros cúbicos de agua caen del cielo [en todo el planeta]. Cerca de 72.000 se evaporan sin que se les pueda dar un uso práctico, lo que deja el volumen total de precipitaciones anuales en 41.000 kilómetros cúbicos al año o 19.000 litros por persona al día. Es una cifra más que considerable y muy superior a las necesidades diarias del habitante medio del planeta. De hecho, según las cifras de este mismo informe, el consumo actual asciende a 3.838 kilómetros cúbicos de agua al año (menos del 10% de la cantidad total disponible): 382 km3 para uso doméstico; 470 km3 para producción de energía; 314 km3 para uso industrial; y 3.672 km3 para uso agrícola (el 70% del que hablábamos antes).
Si miramos a cada país o región, queda claro que el problema no es de cantidad de agua en términos absolutos, sino del uso de la misma: "En Camboya, Ruanda o Haití, todos ellos países muy pobres en términos de renta per cápita, sólo una pequeña parte de la población tiene acceso al agua corriente (32% - 41% - 46% respectivamente); sin embargo, los tres países tienen una pluviometría muy superior a la de Australia o Israel". Estos dos países son muchas veces señalados como ejemplos de buen uso de sus recursos hídricos.
También es cierto que no podemos obviar el componente geográfico. No todas las regiones del planeta tienen la misma situación de partida. El reparto es el siguiente:
- África – 16% de la población y 10% del agua fresca
- Asia – 60% población y 33% de agua
- América – 14% población y 45% agua
- Europa – 10% población y 8% agua
- Oceanía – 1% población y 3% agua
Como vemos, Oceanía y, sobre todo, América están ante una enorme oportunidad. La clave reside en que se pueda comerciar con ese agua. Y cuando hablamos de comerciar no nos referimos a grandes trasvases de un continente a otro, algo que sería muy caro, dificultoso y poco operativo. El comercio del agua entre regiones con muchos recursos y regiones con escasez se debería hacer de forma indirecta, a través del mercado de materias primas. Es decir, si Asia tiene (y lo tiene) un déficit hídrico, lo normal es que use su agua sobre todo para cubrir sus necesidades de consumo doméstico. El resto, el agua que necesitaría para incrementar su producción agrícola, lo compra de forma indirecta adquiriendo alimentos que llegan desde Brasil, EEUU o Australia.
Aquí la pregunta es si, en medio de las tensiones comerciales que hemos visto en los últimos meses, la política permitirá que ese comercio indirecto de agua se desarrolle de forma natural. En el siguiente gráfico podemos ver la balanza comercial agrícola entre algunas de las grandes regiones del mundo: y, por cierto, como vemos, Europa está en nivel de equilibrio. Lo normal es que comience a ser exportadora neta de alimentos en unos años (o que ya lo esté siendo). El sector agrícola, muchas veces visto como un enfermo crónico y sin solución en el Viejo Continente (más allá del paliativo de las subvenciones), podría convertirse en una fuente de crecimiento en los próximos años, con los incentivos y la regulación adecuados.
Incluso así, y como apuntábamos anteriormente, si todos los países mejoraran sus infraestructuras de recogida, tratamiento y transporte del agua, y minimizaran las pérdidas y el derroche producto de malas instalaciones o malos usos del recurso, la gran mayoría podría cubrir sus necesidades. Por aquí también hay mucho margen de mejora. Por ejemplo, en el siguiente gráfico vemos que sólo el 20% de la tierra agrícola a nivel mundial está dedicada al regadío (más eficiente y productivo). Y de ese 20% sólo el 23% tiene técnicas como el goteo o la aspersión.
Por ponerlo en perspectiva: ese 20% de regadío aporta el 50% de los alimentos de origen agrícola a nivel mundial. O lo que es lo mismo, si todas las regiones del planeta imitaran las prácticas habituales en los países más ricos (regadío, procesos de riego eficientes, uso masivo de fertilizantes, semillas-variedades más productivas, maquinaria agrícola…) la producción de alimentos a nivel mundial se podría multiplicar sin necesidad de nuevas tierras, más consumo de agua o mejoras tecnológicas (que, por otro lado, lo lógico es que se sigan produciendo).
De los precios a la política
En estos días, en España hemos visto a los agricultores salir a la calle demandando un precio más elevado para sus productos. Y es cierto que llevamos una década a nivel mundial de cierta depresión en los precios que se pagan en los mercados de materias primas. A medio plazo, sin embargo, Garrigasait y Torras están convencidos de que es una tendencia que no puede perdurar: con una demanda que crece de manera estable desde hace años y una oferta sometida a todo tipo de vaivenes (por ejemplo, que los precios actuales hagan que muchos agricultores desistan y abandonen las tierras o cultivos menos rentables). Por eso, se posicionan largos en el sector y apuestan por su potencial para las próximas décadas.
También es verdad que las cosas no saldrán solas. El crecimiento de la producción agrícola dependerá de una serie de factores sobre los que ganaderos y agricultores no tienen demasiado control: en primer lugar, crecimiento económico que permita que los productores de los países más pobres imiten y repliquen las técnicas habituales en Europa o EEUU. Ese crecimiento económico tendrá que venir acompañado de estabilidad institucional (seguridad jurídica, cumplimiento de contratos, atracción de inversión extranjera, etc.), algo que no siempre puede asegurarse en los países del tercer mundo. Y por supuesto, lo apuntado anteriormente sobre las guerras comerciales y la integración de los mercados también será clave para determinar el futuro del sector.
En los países ricos, además, queda la duda de cuál será el camino que tomará el legislador: más competencia (siguiendo los exitosos modelos de Australia o Nueva Zelanda) o más intervencionismo mezclado con subvenciones (el modelo PAC). En Europa, el sector se ha demostrado muy poderoso para influir en la política en lo que hace referencia al reparto de fondos o las restricciones al comercio exterior, pero mucho menos en el impulso de un mercado competitivo, la simplificación de la regulación o la reducción de los costes tributarios que soportan agricultores y ganaderos.
En lo que se refiere al agua, la tensión entre la seguridad de suministro, sobre todo para su uso doméstico, y la creciente demanda puede generar problemas en determinadas regiones. Por ejemplo, algunos de los países más ricos del mundo (los estados petrolíferos de Oriente Medio) están también entre los más deficitarios en términos hídricos. Porque no hay que olvidar que los problemas geopolíticos y los enfrentamientos entre países muchas veces vienen determinados por el acceso al agua (por ejemplo: un país que decide construir una presa en el curso de un río perjudicando el suministro a otro país que también se nutre de esa cuenca).
Además, en la mayoría de los países el precio suele estar muy por debajo del que marcarían oferta y demanda (o, incluso, es gratuito), lo que desincentiva una gestión eficiente, su ahorro o la adopción de la tecnología que permita una utilización más eficiente del recurso. En todos los bienes comunales, como sigue siendo el agua en la mayoría de los países pobres y también en muchas sociedades más ricas, se generan incentivos a la sobreexplotación del recurso (la conocida como tragedia de los comunes). Algo en lo que tampoco ayuda la propia naturaleza del recurso y la dificultad de controlar su consumo: como explican Torras y Santacruz, "es relativamente fácil saltarse, en el caso del agua, los mecanismos tradicionales de defensa de la propiedad; por ejemplo, asaltar una mina de agua o utilizar el aguda de un canal sin autorización de su propietario [sea este propietario público o privado]".
Por supuesto, la privatización del agua o la imposición de un precio de mercado por parte de los operadores públicos siguen siendo tabú muchas regiones del planeta. Por regla general, los políticos no quieren ni oír hablar del tema, incluso aunque hay opciones para garantizar el suministro básico universal y al mismo tiempo incentivar un uso más eficiente del recurso: por ejemplo, un precio muy bajo de una cantidad tasada cada día, que permita que el consumo de agua para las necesidades más básicas sea gratuito o semi-gratuito, y, al mismo tiempo, penalice el exceso de consumo e incentive el ahorro.
Esas decisiones políticas cortoplacistas, muy habituales en países en desarrollo, también suelen traducirse en un déficit de inversiones destinadas a mejorar el aprovechamiento del recurso. En opinión de Torras y Santacruz:
Un sistema de precios en el agua, que refleje de la mejor manera posible el coste real de generar, transportar y poner a disposición el agua en forma de recurso económico productivo para sus diferentes usos, es un incentivo básico para acelerar la innovación, un uso eficiente de los recursos y la inversión continua en mejores sistemas de riego. El caso de Israel constituye un magnífico ejemplo de cómo los precios actúan como un poderoso incentivo.
En España sabemos bien que hay pocos temas más sensibles ante la opinión pública que la gestión del agua, su reparto entre regiones o las normas que determinan su uso, prioridades, costes o límites al aprovechamiento. A nivel mundial, las grandes tendencias, desde la electrificación de la economía hasta el incremento de la población, parecen indicar que también será éste un tema clave, en términos económicos, pero también políticos y sociales. La segunda mitad del siglo XX vio como algunas regiones hasta entonces olvidadas (sobre todo Oriente Medio) pasaban a centrar la atención mundial por sus reservas del recurso más codiciado: el petróleo. En esta primera mitad del siglo XXI, ¿será el agua (y los alimentos que ayude a producir) el nuevo crudo que determine las relaciones internacionales, la diplomacia, las tensiones y los enfrentamientos entre regiones? Muchos analistas aseguran que así será… aunque no siempre se refleje en los titulares.