Creo que no se ha comprendido bien el mensaje progresista del nuevo Gobierno al proponer un generoso aumento del gasto público con el fin de conseguir más igualdad. Esa medida conseguiría el ideal de que la mayor parte de los españoles recibieran continuas subvenciones del Estado. En cuyo caso es evidente que se hace imprescindible una sustancial subida de los impuestos a las clases pudientes, vulgo "los ricos". Me sumo con fervor al reconocimiento de esa política, aportando lo que puedo: ideas para llevar a cabo tal empeño progresista, redistributivo y patriótico. Es hora de que los escribidores hagamos una crítica constructiva de la abnegada labor del Gobierno.
Recojo el globo sonda que ha lanzado el Gobierno por alguna de sus cultiparlantes ministras: los viajes por avión dentro de la Península Ibérica resultan obscenos por contaminantes y por el consiguiente derroche energético. Así que deben ser sustituidos por trayectos de tren. Bien es verdad que se debe respetar la excepción de los viajes por avión o helicóptero del presidente del Gobierno, por razones de alta política que no se deben poner en cuestión. Añado que los viajes por avión de más de mil kilómetros, que también contaminan lo suyo, deben ser gravados con un nuevo impuesto, tanto a los pasajeros nacionales como extranjeros. Ya de paso, se podría un nuevo gravamen a los pasajeros de los cruceros turísticos que recalaran en puertos españoles. Todos esos transportes recaen normalmente en personas de las clases acomodadas.
Hablando de turismo, lo que importa a la economía nacional es el saldo del número de extranjeros que vienen a España menos el de los nacionales que salen a otros países. Así pues, parece de justicia imponer una especie de portazgo a los españoles que salen al extranjero, con independencia de la causa de tales traslados. Solo se excluirían los movimientos de los altos cargos del Estado.
Uno de los restos del franquismo que todavía subsisten es el dispendio fiscal que suponen las subvenciones a los cineastas. No solo habría que eliminar tal derroche, sino que habría que cobrarles una tasa por cada película o equivalente que perpetraran.
Otra de las nefastas supervivencias del franquismo son las ayudas públicas a las familias numerosas. La nueva política progresista consistiría en establecer un pequeño impuesto a los hogares con más de un hijo. Es un lujo que solo pueden disfrutar las familias pudientes. Nótese que las familias numerosas utilizan más los servicios públicos gratuitos o subvencionados (escuelas, hospitales, instalaciones deportivas, etc.). Solo se haría una excepción a este nuevo impuesto: los hogares de los inmigrantes extranjeros. Es clara la razón de evitar situaciones de xenofobia.
Es sabido que una de las felices iniciativas que facilitan la vida de los municipios españoles es el IBI (impuesto sobre bienes inmuebles). Se podría subir un poco más el IBI que pagan los chalés y las viviendas secundarias. Pero sobre todo sería bueno completarlo con el IBM (impuesto sobre los bienes muebles); por ejemplo, los teléfonos móviles y cachivaches análogos. Más progresista sería aún el IBS (impuesto sobre los bienes semovientes), que equivaldría a un modesto canon sobre la tenencia de mascotas. Se excluirían los perros de los invidentes.
Es sabido que la producción de papel es una actividad muy contaminante y, además, en España se apoya en la importación. Sería una buena cosa que se pusiera una nueva alcabala sobre la adquisición de libros de papel, para favorecer la lectura on line.
Por fortuna, pasó el tiempo de que las cuentas bancarias supusieran un benéfico interés para los ahorradores, básicamente la clase capitalista. Hoy las cuentas empiezan a costar dinero, lo que parece un principio equitativo. Es más, no sería descaminado que tales cuentas (siempre que se superara el mínimo de un saldo medio de mil euros) se gravaran con un impuesto progresivo según la magnitud del saldo medio. Sería la forma más eficaz de que los ricos contribuyeran a la salud del Estado.