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José T. Raga

El egoísmo, sostén del proteccionismo

Algunos piensan que al huir del librecambismo se desemboca en el proteccionismo. Yo no lo creo.

Algunos piensan que al huir del librecambismo se desemboca en el proteccionismo. Yo no lo creo. El liberalismo tiene una sólida estructura filosófica que le da consistencia y que podría enunciarse así: lo bueno para un sujeto lo es también para la sociedad en su conjunto.

¿Qué hay detrás del proteccionismo? Éste supone, por sí mismo, la negación del liberalismo e, internacionalmente, del librecambismo. ¿Cuál es su apoyatura teórica? Dicen los proteccionistas: la defensa y protección de la industria nacional contra la competencia extranjera. Lo cual, adelanto yo, es radicalmente falso.

Lo que protegen las aduanas, los privilegios de entradas y salidas de mercancías, la discriminación por origen… es la ineficiente industria nacional que duerme placentera bajo el paraguas protector, mientras los nacionales pagan precios superiores a los que pagarían a aquella competencia de la que se les protege.

Las aguas se han removido a raíz de las luchas/negociaciones entre USA y la República Popular China. Aunque cabrían casos peores: protección entre territorios de una misma nación. El caso de Cataluña merece mención.

Estamos ante una economía, históricamente, con gran protección. Según recuerdo, la reina María Cristina fue la primera que, en 1422, decretó la prohibición de importación de todo tipo de tejidos extranjeros para aliviar la economía catalana.

Desde entonces, el egoísmo proteccionista se ha repetido en múltiples ocasiones. Alfonso V el Magnánimo –esposo de la anterior– dispuso en 1453 que ningún género pudiera embarcarse en ningún puerto de Cataluña o con destino a Cataluña que no fuera en buque catalán.

Fernando el Católico amplió tales medidas proteccionistas para colocar a Cataluña en desigual competencia económica respecto de otros territorios de la Corona de Aragón, también de la de Castilla. Así, en 1481 aprobó el redreç de la mercadería, catálogo proteccionista que estableció un arancel de aduanas, prohibiendo la entrada de determinados productos extranjeros y otorgando el monopolio de tejidos catalanes en Cerdeña.

En 1511 el propio rey concede a los catalanes que impongan un gravamen tributario del cincuenta por ciento a cualquier producto no catalán que se importara, también, a los puertos del norte de África.

En 1906 se aprueba un arancel, abusivamente proteccionista, que ha estado protegiendo la industria catalana, además de la siderurgia vasca, hasta nuestra incorporación a la UE, en 1986.

Mayor egoísmo se muestra en la protección dispuesta por el presidente Sánchez – entonces en funciones–, mediante Decreto 536/2019 de 20 de septiembre, transfiriendo las competencias en materia de regulación de las plantaciones para producir uva de cava del Ministerio de Agricultura al Consejo Regulador de la Denominación de Origen Cava, en manos de intereses catalanes. Es como poner el zorro a cuidar de las gallinas.

La primera decisión no se ha hecho esperar: el Consejo Regulador ha prohibido de hecho plantar viñas hasta 2023. El egoísmo del cava catalán, y su temor a la competencia de los de Aragón, Comunidad Valenciana, Extremadura y La Rioja, otorga un proteccionismo, ahora, de la mano del PSOE.

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