O quizá más con pena que con gloria se ha despedido del Banco Central Europeo el inefable Mario Draghi. Hombre de sólida formación y dilatada experiencia en las políticas monetarias.
Tuve la fortuna de conocerle en una reducida cena –apenas éramos seis invitados– en la Ciudad Eterna cuando ocupaba el cargo de gobernador del Banco de Italia. Su aureola acreditaba su buena formación.
Quizá aquella aureola no la reafirmó en el Banco Central Europeo, cuando tuvo que enfrentarse a la crisis financiera y optó, contra la opinión de muchos, por un dinero fácil y cuantioso para que el sistema se mantuviese operativo.
Pero, como no hay mal que por bien no venga, quizá la sucesión de Draghi por la señora Lagarde venga a restablecer en aquél la gloria que no le fue reconocida a su marcha. Por formación y por experiencia, la balanza se inclina a favor de Draghi, aun sobrevalorando las esperanzas en su sucesora.
Ésta posee, contrariamente, un perfil netamente político: tres veces ministra del Gobierno francés, entre mayo de 2007 y junio de 2011, para desembarcar, como directora gerente, en el Fondo Monetario Internacional, donde permanecerá hasta el pasado julio.
Mario Draghi quedará en el recuerdo de los europeos –también de los no europeos– como el artífice de una política de la UME que asumió objetivos que no podía alcanzar. Aquí reside el principal motivo de las censuras.
Pretender que el crecimiento económico o que la economía del sector real se incentiva o desincentiva en función de los tipos de interés es una visión muy reduccionista.
En la inversión real intervienen otras variables, con peso, en ocasiones, superior al movimiento de los tipos de interés. El papel de las instituciones, de las expectativas políticas, de las políticas públicas y del intervencionismo para la alteración de las tendencias de los mercados puede ser más determinante que el precio del dinero.
Hemos podido comprobar que un anuncio del tipo "habrá todo el dinero que sea necesario" –y, añado yo, gratis o muy barato– no tuvo efecto positivo alguno en la economía real. Al caballo se le puede llevar todos los días al río para que beba, pero no obligarle a que lo haga.
Contrariamente, sí puede afectar al gasto cuando es pernicioso. Ha influido en el consumidor compulsivo: los créditos de dudoso cobro al consumo han pasado de 3.300 millones en 2016 a 4.800 en 2019, o sea, un incremento del 45 %.
También los gastos corrientes en bienes y servicios del sector público pasaron de 2.570 millones en 2018 a 3.430 millones en 2019, es decir, una subida de más del 33%, y es que el presidente es lo que llamamos un consumidor compulsivo público.
Ni Sánchez, ni Calviño ni Montero han hecho nada para contener el déficit; ya lo pagarán los jóvenes, si pueden.