No hay muchos sectores industriales en los que España pueda presumir de un liderazgo en todo el mundo y, además, en la mayoría de los casos la historia detrás de esa situación de privilegio es poco conocida. Es el caso, por ejemplo, del calzado en una zona de la provincia de Alicante y, lo que nos ocupa hoy, de los artículos de piel en Ubrique, un pueblo de la provincia de Cádiz que se ha convertido en la meca mundial de la marroquinería.
Por supuesto, el liderazgo de Ubrique no se basa en la cantidad sino en la calidad: allí producen sus artículos de piel muchas de las empresas más destacadas del mundo del lujo, que confían en las empresas ubriqueñas para crear bolsos y otros objetos que se venden en las tiendas más suntuosas de los cinco continentes.
Sin embargo, en parte por el propio secretismo que suele rodear a este tipo de contratos, en parte porque España sigue siendo un país que no sabe vender bien sus éxitos, mucha gente ha oído hablar de "la piel de Ubrique", pero muy poca sabe la magnitud del negocio que se mueve a su alrededor, la mezcla de artesanía y capacidad empresarial que se da en el pueblo y los siglos de tradición que han hecho posible un fenómeno tan especial y único.
Así son las fábricas de Ubrique
Para conocerlo de primera hemos viajado a la serranía de Cádiz, el excepcional -y también poco conocido- paisaje del sur de España en el que se encuentra Ubrique, un pueblo de unos 16.000 habitantes que desparrama sus casas blancas al pie de las montañas, en un entorno de envidiable belleza, sin duda, pero llamativamente complicado desde el punto de vista logístico, otra dificultad más que han vencido los industriosos ubriqueños.
Visitamos una de las firmas señeras de la ciudad El Potro, una de las pocas que aún conserva su propia marca y no trabaja para grandes empresas foráneas. Sus gerentes, Jorge y Alejandro Oliva, nos reciben y nos guían a través de su intrincado taller y vamos viendo, paso a paso, el proceso de fabricación de sus bolsos.
Casi todos los trabajadores -la empresa tiene unos 60 empleados- son artesanos a los que se les ven los años de experiencia y que demuestran una forma especial de relacionarse tanto con la materia prima, la piel, que es mimada desde el principio hasta el final, como con el producto.
El Potro ya tiene medio siglo de historia como marca y, además, una tradición de artesanía de al menos cinco generaciones que parece impregnar cada paso en el trabajo, el del cortador que acaricia la piel a la búsqueda de la mínima imperfección o la parte óptima para cada pieza; los responsables de ir uniendo cada una de las partes, encolando o cosiendo, hasta el encargado del control final de calidad y el empaquetado…
El proceso es sorprendentemente artesanal y manual: las únicas máquinas que se ven en los talleres son las de coser y unas troqueladoras que sirven para cortar en el tamaño exacto las piezas de piel previamente seleccionadas por el cortador.
"Como la Suiza de los relojes"
El trabajo se hace a un ritmo constante, intenso, pero que al mismo tiempo parece pausado: a cada cosa se le dedica el tiempo que es necesario. Los artesanos tienen unas pocas herramientas sencillas a su alcance -sobre todo la famosa patacabra, una peculiar pieza de madera típica de Ubrique- y van aplicándolas a cada tarea con gestos que denotan una pericia adquirida durante décadas.
"Ubrique es la exquisitez de la marroquinería, como Suiza de los relojes", nos explica Jorge Oliva y lo cierto es que, aunque obviamente se trate de cosas muy distintas, sí hay cierto parecido en lo que vemos aquí y una manufactura suiza: el amor por el detalle, el cuidado, la perfección en cada acabado…
Trabajadores "muy concienciados"
Otra fábrica importante de Ubrique es Carla Sade, que une los dos mundos o los dos modos de actuar: tiene su propia marca, pero también trabaja para clientes externos. En ella nos recibe Manuel Gómez, su gerente, que también viene de una familia de 'petaqueros' -el término que en Ubrique se usa para los trabajadores de la piel- "yo he visto a mi madre trabajando en casa con piel"
Carla Sade es una empresa familiar, como suelen serlo la mayoría de las ubriqueñas. Abierta desde el año 89, en ella trabajan actualmente unos 70 trabajadores además de crear "unos 150 empleos indirectos más".
En sus mesas los artesanos se afanan en fabricar los bolsos de una firma de lujo de otro país. "Esto no podéis sacarlo", nos dice Manuel en algún momento, explicándonos que uno de los secretos de Ubrique es la absoluta confianza de las grandes marcas de que allí no sólo lograrán productos de primera calidad, sino que además no van a tener ningún problema ni de espionaje industrial ni de imitaciones ni de otro tipo: "El que saque un producto de la fábrica está en la calle", nos dice tajante, "la gente está muy concienciada con eso", explica.
De nuevo vemos los diferentes pasos del proceso de fabricación y de nuevo percibimos el mismo cuidado, la misma forma de casi acariciar la piel mientras se trabaja con ella. Viendo esto no resulta tan extraño que, como nos dice con orgullo Manuel, "aquí el cliente que entra se queda".
Lo que hay que mejorar
Mientras hablamos Manuel lamenta que, pese a su éxito empresarial, las infraestructuras en Ubrique son claramente insuficientes: "No hay buenas carreteras e incluso se montan atascos en un pueblo tan pequeño".
De estas y otras cuestiones conversamos también con la alcaldesa de Ubrique, Isabel Gómez, que nos cuenta como tiene encuentros muy habituales con el sector que les transmite que, efectivamente, ese es uno de sus problemas: "Seguimos teniendo ahí asuntos pendientes como la circunvalación, un déficit histórico", nos dice, pero que depende de otras administraciones.
"También me hablan de la necesidad perentoria de suelo industrial" dice, explicándonos que para solucionar esto "ya se está tramitando un Plan General".
"Más de 5.000 empleos"
Pero más allá de esos problemas se muestra satisfecha con un sector que supone "más de 5.000 empleos en la localidad entre directos e indirectos" y nos dice convencida que "el panorama es bueno, es una base muy bien asentada".
En su opinión "el reto" debe ser "crear más marcas propias" que eviten depender tanto de las firmas foráneas, porque se trata de "un sector muy sensible a los vaivenes económicos"
"Para ello estamos trabajando con el Centro Tecnológico de la Piel MOVEX y con diseñadores que están empezando, que por ahora hacen líneas de producción pequeñas, pero que se están asentado aquí. Creo que ese es el camino", concluye
Por último, "la tercera pata de lo que nos piden los empresarios es ayudarlos en el capítulo de la formación y por eso colaboramos con la escuela", explica, contándonos que hay un apoyo muy decidido a esta iniciativa para la que, por ejemplo, se han cedido unas grandes instalaciones en el centro del pueblo.
Una escuela para el futuro
Precisamente, para saber más de esta escuela nos reunimos con Juan Enrique Gutiérrez, secretario general de la Asociación La Piel de Ubrique, BYPIEL -formada por empresas de la localidad- y alma mater y máximo responsable de la Escuela de Artesanos de la Piel, ese centro de formación que se ha creado a iniciativa de las propias empresas y con la colaboración municipal.
El objetivo es formar a artesanos que puedan trabajar en el exigente entorno de las fábricas de Ubrique; "Las empresas necesitan contar con una mano de obra cualificada o, al menos, con un mínimo de cualificación", nos explica.
La historia empezó en 2014, cuando "no había absolutamente nada" y desde entonces se ha encontrado con muchos obstáculos, algunos bastante llamativos: "No existía ningún curso de marroquinería", Juan Enrique nos explica que en las titulaciones oficiales "está mezclado con otras cosas", por lo que tuvieron que diseñar ellos mismos "desde cero" los cursos específicos que pueden dar a los alumnos las habilidades que necesitan las empresas.
Así han creado dos cursos y, especialmente, uno de pequeña marroquinería, que "es la columna vertebral del oficio, lo más difícil", tal y como nos cuenta José Enrique "si aprendes esto bien lo demás no tiene ningún secreto".
El curso incluye prácticas en las empresas y arroja unas tasas de éxito inauditas: en los años que lleva la escuela en marcha han pasado por ella más de 300 alumnos y "los porcentajes de colocación superan el 90% de media", una auténtica barbaridad.
Alumnos de todo el mundo
Por supuesto visitamos la escuela y allí vemos como una docena de alumnos se esfuerza en hacer unos pequeños llaveros de piel: "Es sencillo, pero tiene muchas de las cosas que tiene el trabajo de marroquinería: cortar, doblar, pegar…" nos dice Paco, el orgulloso profesor.
Llama poderosamente la atención la variedad: "Ha habido alumnos desde 16 años hasta 54", nos explican y, de hecho, casi podemos verlo con nuestros propios ojos: algunos chicos muy jóvenes comparten aula con un par de personas bastante mayores e incluso una madre y su hija acuden juntas a las clases.
También nos sorprende encontrar a un chico italiano, pero resulta que es una constante en la aún corta vida de la escuela: "Hemos tenido de Rusia, de Dinamarca, de Rumanía, de Colombia, México y, por supuesto, de todas las partes de España -nos explican- muchos se quedan pero otros con perfiles concretos, como por ejemplo diseñadores, vienen porque quieren aprender como se trabaja y luego van a empresas fuera".
¿Por qué un Ubrique? Un poco de historia
Después de ver las empresas, la escuela, las tiendas, el museo y, en general, el amor que se tiene en Ubrique por la piel, queda bastante claro por qué este pueblo es, pese a que nada parecía propiciarlo.
La razón es una tradición probablemente de milenios, que está documentada desde hace nada más y nada menos que 400 años, como nos explica también José Enrique Gutiérrez, que ha escrito un monumental libro, el Manual del petaquero en el que recoge buena parte de la historia y el curioso patrimonio cultural que el trabajo de la piel ha dejado, como un poso de incalculable valor.
"Históricamente -nos cuenta-, esta zona tiene todo lo necesario para la curtición de la piel: el agua abundante, los pastos, el ganado, curtientes naturales como la cal o los taninos de alcornoques y encinas…". Por lo tanto no es aventurado pensar que desde la época romana -hay un importante yacimiento romano a las afueras del pueblo y una calzada en la zona- se curtía y se trabajaba la piel en Ubrique.
La primera referencia documental no es tan antigua, pero tienen nada más y nada menos que casi cuatro siglos: "En 1640, durante la revuelta de Portugal un capitán que está en Sanlúcar de Barrameda escribe a un superior a la casa de contratación en Sevilla y le cuenta que los talabartes de sus tropas -las fundas de las armas- las ha hecho en Ubrique, de una forma que da a entender que eso era ya un marchamo de calidad".
Las referencias históricas siguen, por ejemplo en el Catastro de la Ensenada, pero el momento histórico decisivo se produjo a finales del siglo XVIII cuando a un zapatero llamado Ángel Vecino "un arriero o quizá un contrabandista le pide un artículo nuevo que le sirviese para llevar tabaco, porque precisamente esta era una zona de contrabando a la que llegaba mucho tabaco de Gibraltar". Al parecer Vecino usa las pieles que tenía para hacer suelas "y crea la primera petaca". Aquella primera petaca fue un éxito tal que pronto hay toda una demanda específica "y de ahí empiezan los primeros talleres de marroquinería".
Desde entonces, con los lógicos altibajos de una actividad que dura tanto tiempo, Ubrique y sus artesanos han ido mejorando y perfeccionándose, aprendiendo a competir en un mundo cada vez más difícil, haciéndolo con un éxito singular y logrando lo que parece un milagro: liderar un mercado mundial desde un pueblo en las montañas de Cádiz. Un milagro sí, pero tras el que no hay una intervención divina sino un trabajo muy duro y serio que se hace todos los días.