Moralidad asimétrica es, simplemente, ausencia de moral. Aunque los hay de adictos a la asimetría que pretenden blanquearla como doble moralidad; la conducta deleznable constituye, para algunos, el principio rector de su vida.
En España, el vicio tiene raíces que aseguran su pervivencia, para vergüenza de propios y extraños, bajo expresiones diversas. Quizá la más popular pueda ser la famosa ley del embudo. Lo ancho para mí y lo estrecho para los demás. Análoga en sus resultados, se practica con desvergüenza inaudita la doble vara de medir, según si la valoración es de lo propio o de lo ajeno.
De nada sirven las sustanciosas aportaciones a la ética del comportamiento humano de la filosofía kantiana. Desde el imperativo categórico, que trata de universalizar los principios para una cultura de la convivencia entre los humanos, hasta la consideración del hombre como fin, queriendo para el otro lo que quiero para mí o, negativamente, no deseando para los demás lo que no deseo para mí.
Todo esto, para el presidente del Gobierno en funciones, como para sus ministros, también en funciones, debe de sonar tan extraño que su solución es ponerse, no ya de perfil sino directamente de espaldas, testimoniando su desconocimiento de la realidad.
El presidente y buena parte de sus ministros constituyen el paradigma de lo que nadie debe ser, cuando se supone que tienen la misión de gobernar la nación presumiendo de principios éticos.
En estos últimos días, para escándalo de los españoles –prefiero pensar que, al menos, se ha contemplado con escándalo–, se ha producido el enfurecido y desvergonzado ataque financiero del Gobierno –especialmente del presidente y de la ministra de Hacienda–, con amenazas de intervención, a dos comunidades: Andalucía y Madrid. ¿Qué moral les asiste?
Ha venido a mi recuerdo el relato en San Mateo (18, 21-34) de la parábola del siervo cruel. Ya recuerdan: aquel siervo que tenía deudas con su rey que no podía pagar y, ante las amenazas de castigo del monarca, imploró su compasión, obteniendo el perdón de la deuda. El siervo se encontró después con otro consiervo, deudor suyo, a quien le exigió el pago de la deuda. Éste le imploró también compasión, pero el siervo cruel –convertido en acreedor– condenó a prisión al deudor, hasta que pagase la deuda.
El paralelismo no puede ser más real. La España gobernada por Pedro Sánchez debería haber sido sancionada e intervenida por la Comisión Europea, por su pródiga administración de los recursos. Sin embargo, se aplicó benevolencia, aunque siguen las tropelías y las llamadas al orden.
Andalucía debió haber sido sancionada e intervenida por el Gobierno de la Nación, por idénticas tropelías, incluso por administración fraudulenta de su presupuesto. Se aplicó benevolencia y aquella consejera incompetente y negligente, convertida en ministra de Hacienda, pretende castigar ahora a la Administración que heredó sus resultados.
¿Alguna explicación satisfactoria?