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José T. Raga

¿Hablamos de energía?

¿Era preciso tanto tiempo, o es una evidencia más de la falta de eficiencia del sector público?

No lo creerán, pero cuando tengan la oportunidad de leer estas líneas, a lo que no están obligados, aún no habrá terminado la presuntuosa Cumbre del Clima de Madrid, pese haber comenzado el pasado día 2. ¿Era preciso tanto tiempo, o es una evidencia más de la falta de eficiencia del sector público?

¿Se imaginan un congreso científico o técnico de semejante duración? Y me pregunto: ¿alguien habrá asistido a tiempo completo, a todas las jornadas programadas? ¿O acaso se piensa que cuanto más largo, más importante?

Por otro lado, los científicos, a los que cita insistentemente la adolescente Greta Thunberg, parecen haber olvidado el principio más esencial de la ciencia, aquel que la define como tal: conocimiento cierto y evidente adquirido por demostración, decían los clásicos. ¿Demostración de lo no ocurrido? Resultado: sus vaticinios de desertificación, inundaciones, deshielo polar… Cuando el Génesis abunda en desiertos, y el Diluvio Universal aparece relatado minuciosamente en él. En cuanto al deshielo, ¿por qué se llama Greenland y no Whiteland a Groenlandia?

No hay dudas: todo ello, consecuencia del calentamiento global. En fin, pronta a terminar la conferencia, sigo preguntando: ¿hablamos de energía? Éste sí es un tema de hoy.

Las temperaturas del planeta en doscientos años no las podremos comprobar los que hoy lo habitamos. En cambio, las fuentes energéticas, sus precios de mercado y los efectos sobre el bienestar de la población empiezan ya a sentirse en la economía actual, y se sentirán en la futura.

En economía hay pocos principios, pero los hay inapelables. Desconocerlos o vivir como si no existieran implica incurrir en las peores consecuencias.

Una economía, para ser próspera, requiere disponer de una energía que reúna tres características: que sea abundante –para satisfacer las necesidades de la producción y, en definitiva, del consumo–, que sea segura –es decir, de ciclo productivo continuo– y que sea barata –de forma que no incida sobre los costes productivos en cuantías no aceptables por las rentas de los agentes económicos –. Ante la carencia de cualquiera de ellas, el crecimiento económico, y el desarrollo social se verán afectados de forma significativa, hipotecando su futuro al devenir de hechos inciertos, sean favorables o adversos. Carencias que impiden la sostenibilidad.

Basar, como se pretende, la sostenibilidad de un sistema en energías caras es la opción eficaz para una muerte segura. Se me dirá que para eso están las subvenciones; estas sólo consiguen ocultar, muy a corto plazo, las insuficiencias, la debilidad y la falta de competitividad de un sistema productivo.

Eliminando la transparencia propia de un mercado natural sólo se llega al desconocimiento de las fortalezas y debilidades de la propia economía. Subvenciones e incentivos son las herramientas seguras para construir ese desconocimiento.

Los ejemplos son numerosos y elocuentes.

En Libre Mercado

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